ENTREVISTA CON EL SAXOFONISTA Y CLARINETISTA

Paquito D'Rivera: «Para inventar hay que partir de cero»

«Para inventar hay que partir de cero»_MEDIA_1

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NÚRIA MARTORELL
BARCELONA

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El padre de Paquito D'Rivera era un  saxofonista clásico «que estudiaba  26 horas diarias», ríe el prestigioso instrumentista y compositor cubano. «Yo me sentaba a su lado con un saxofoncito de plástico, a imitarlo», añade. Con 7 años era un niño prodigio que actuaba ante el público.  Ahora tiene 66. Y se siente feliz de abrir el Mas i Mas Festival y de debutar en el Jamboree. Se instala hasta el domingo. Y este último día cambiará su sexteto por la big band de Ramon Escalé.

-Es considerado todo un referente del latin jazz. ¿Le molesta?

-No. Toco más estilos, pero hay esta manía de etiquetar. Así la gente sabe en qué estantería están mis discos.

-Tiene además vocación didáctica. Y le gusta explicar en el escenario que lo que en un principio nació como jazz afrocubano fue agregando elementos como el tango argentino, el huapango mexicano, la samba...

-¡Se ha tergiversado tanto el arte del nuevo mundo! Yo mismo a raíz de Carmen Miranda cuando fui a Brasil  pensaba que todas las mujeres llevarían frutas en la cabeza. Siempre hablo y bromeo en los conciertos.

-Sabiendo que el espíritu de Tete Montoliu está tan presente en el Jamboree, ¿le dedicará algún guiño?

-Como le volvían locos los boleros, tocaré Cómo fue, de Duarte. Si me olvido, ¡me lo recuerdas! Su forma de tocar era la rehostia. Cuando le acompañé por primera vez, en la Cova del Drac, casi no podía tocar. Me quedé atontado mirándole. Era tremenda la facilidad que tenía para que sonara tan bonito el piano. Y qué sentido del humor tan mordaz. Era muy gracioso en el escenario.

-Para sentido del humor el suyo, incluso en su faceta de escritor. Ha bautizado su biografía Mi vida saxual. Arremete contra los políticos, los taxistas... pero tanto sexo como insinúa en el título no hay...

-Hay poquito. Pero recuerdo una  anécdota simpática de juventud. Como en La Habana no hay hoteles para... tú sabes, nos fuimos al bosque varias parejas a lo que se llamaba zona de tolerancia. Qué nombre, ¿eh? Nos desnudamos, amontonamos la ropa en un mismo bulto, nos dispersamos y de repente llegó un desgraciado al grito de «están todos detenidos» y nos lo robó todo. Imagínate la vuelta en coche, todos desnudos... Y cuando la chica que iba conmigo regresó a su casa... Picó a la puerta, la llave la tenía en el bolso robado. Le abrió su padre. Y ella muy digna: «buenas noches, papá...»

-Lleva muchísimos años exiliado en Estados Unidos. ¿Qué opina de la actual situación de Cuba?

-Es lamentable que la gente no quiera darse cuenta de que este sistema no funciona. Es tan sencillo como esto. Ya lo dijo Gorbachov. Hablo del socialismo real, no de esta pendejada que creen que tienen aquí. Es un dogma. Marx lo dejó claro en su libro. El problema es que el capitalismo tampoco puede suplir aquello. El socialismo no se puede arreglar. Tengo un primo que es diseñador. Le conté que quería inventarme un instrumento, un híbrido entre un clarinete y otra cosa. Me contestó: empiezas mal. Para inventar tienes que partir de cero. No puedes decir que viene de otra cosa. Hay que crear un nuevo sistema.

-La mítica banda Irakere sí que consiguió cambiar toda una manera de entender la música. ¿Qué supuso formar parte de su escudería?

-Yo estaba en desgracia. Me habían quitado la dirección de la Orquesta de Música Moderna. Y cuando Chucho Valdés me dijo de entrar, era como incorporar a un leproso, mal visto por los dirigentes comunistas. Entonces no éramos conscientes de que íbamos a cambiar el panorama. Mejor así: cuando creas algo para impactar, Dios se burla de ti y no lo haces. Éramos jóvenes muy creativos. Y solo sabíamos que lo que hacíamos era bonito. Poderoso.