FICCIÓN AUTOBIOGRÁFICA
Filosofía gatuna
Paloma Díaz-Mas publica un peculiar libro de memorias, 'Lo que aprendemos de los gatos'
Vaya por delante que este no es exactamente un libro sobre gatitos monísimos de esos que pululan en internet. Hay en él gatos, claro está, como los hay en los poemas de T. S. Eliot o en la novela de Colette La gata. Como los que enamoraron a Julio Cortázar, Hemingway (llegó a tener 57 en su casa de La Habana) o Emily Brontë que escribió Cumbres borrascosas con uno enroscado en sus piernas. Como los que merodean en cualquier hogar.
Paloma Díaz-Mas (Madrid, 1954), escritora delicada, pausada y sin prisas, que ha publicado una novela por década desde los 80 (El rapto del Santo Grial; El sueño de Venecia, Premio Herralde; La tierra fértil), más algunos, pocos, libros de relatos, se apresta a precisar que su nuevo libro Lo que aprendemos de los gatos (Anagrama) no se trata de un manual para cuidar gatos, tampoco es una investigación sobre los mismos, sino una reflexión sobre las enseñanzas que los humanos podemos extraer de estos animales, «sobre nuestras actitudes y nuestros miedos» reflejadas en ellos. Tan buena repercusión ha tenido el libro que, aparecido el día 4 de septiembre, ya se prepara una nueva edición.
«Los gatos son buenos compañeros. Como a los abuelos dedicados a contemplar las obras, les encanta ver cómo trabajamos. Su ronroneo es un motor diesel para la creatividad», explica la autora que en el libro, aunque lo parezca, no habla exactamente de los gatos que ha tenido -tres, siempre heredados de sus familiares- sino de sus experiencias trasladadas a unos mininos de ficción.
«Las personas siempre nos estamos proyectando en el tiempo hacia adelante y hacia atrás. Pero los gatos -los animales en general, pero en ellos está acentuados- siempre viven el aquí y el ahora, son muy zen y nos obligan a centrarnos en el instante, a dejar la mente en blanco, a no dejarnos arrastrar por nuestros miedos».
Convivir con un gato, establece la autora, obliga a hacer un pacto y acomodarte a alguien muy suyo, que no acaba de ser del todo un animal doméstico porque en su interior siempre mora la fiera salvaje. «Al contrario que el perro [¡Ah, la vieja dicotomía entre el gato y el perro!], que en un principio siempre fue en manadas y siempre necesitó un líder, un gato jamás parece necesitar a nadie».
Prueba de la independencia suprema de este animal, es que históricamente los gatos no fueron domesticados por el hombre, sino al revés. «Los gatos en el antiguo Egipto decidieron por sí mismos entrar en las casas de los hombres para cazar ratones y ahí se quedaron. Fueron ellos los que domesticaron al hombre».
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