EL REGRESO DE LA AUTORA DE 'EL MERCADER' Y 'LA CUINERA'

El pájaro espino catalán

Una mujer sanadora y un sacerdote en la Catalunya del siglo XV protagonizan 'Amor prohibit', la nueva novela histórica de Coia Valls

Coia Valls, el pasado miércoles, en una cafetería de Barcelona.

Coia Valls, el pasado miércoles, en una cafetería de Barcelona.

ANNA ABELLA / BARCELONA

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Amor prohibit (Ediciones B), la nueva novela histórica de Coia Valls (Reus, 1960), evoca irremediablemente a El pájaro espino, la popular y pasional obra de Collen McCullough, fallecida el jueves. Pero aquí los protagonistas -una mujer que ansía ejecer la medicina y un sacerdote- viven su romance en el siglo XV, en el valle de Camprodon (Ripollès), devastado por el «castigo divino» del llamado «gran terremoto de Catalunya», que causó 2.000 muertos.

La autora de El mercader, que cita a Maupassant para recordar que «la vida sin amor no es vida», ya tenía el borrador del libro al debutar con La princesa de Jade (2010, Premio Néstor Luján). Un año después lo retomó al ver en la prensa que sacerdotes del obispado de Solsona se habían unido a un manifiesto de 150 teólogos alemanes que ponía sobre la mesa el celibato obligatorio. El pasado 19 de marzo, día en que publicó La cuinera, otra noticia la animó: 26 mujeres que tenían relaciones con sacerdotes habían enviado una carta al papa Francisco manifestándole su angustia por ese amor prohibido.

«El debate está abierto y he querido sumar una voz más. El celibato no es un dogma de fe ni tiene fundamento teológico ni bíblico. Es de una mentalidad medieval y de una doble moral impresionante -opina Valls-. Desde los 70, 7.000 sacerdotes han pedido autorización a la Iglesia para colgar los hábitos y casarse y 700 lo dejan cada año por ello. Estoy convencida de que este Papa, que es capaz de decir que para ser buen católico no hay que follar como conejos para tener hijos, logrará cambiarlo». 

Sin embargo, el origen de Amor prohibit se remonta a la adolescencia de la autora, cuando su abuela le contó un «secreto familiar» de alguien muy cercano a su bisabuela. «Era como un pecado del que era mejor no hablar. Eran dos enamorados, él, sacerdote, y los descubrieron durante el terremoto de Valls, mucho menos terrible que el de Camprodon. Yo lo llevo al siglo XV, cuando la Iglesia decía al pueblo, que ya venía de pestes y hambrunas, que debía arrepentirse porque el seísmo era un castigo de Dios por sus pecados». 

El escenario del monasterio de Sant Benet del Bages, donde durante siglos descansaron las reliquias de San Valentín, cuadraba a la perfección para que la autora contara que, en realidad, y con permiso de Sant Jordi, el día de los enamorados tiene cierto origen catalán. «Hay una canción del siglo XV del poeta Pardo que habla de San Valentín como refugio de los enamorados. El filólogo Martín de Riquer ya publicó un estudio sobre ello. Ese mártir romano fue torturado por casar a jóvenes que iban a la guerra, algo que el emperador prohibía para no dejar viudas».

Es esta, confiesa Valls, su «novela más personal», que dedica a su padre, fallecido hace seis meses. Se le humedecen los ojos al contar cómo su escritura -a menudo construida entre las paredes del hospital en el que le veló durante año y medio y donde, lamenta, vio morir a mucha gente- significó momentos de «paréntesis y de amnesia ante el dolor».     

Su fortaleza la transmite Coia Valls a las mujeres de sus ficciones, que persiguen sus sueños pese a los obstáculos. «Porque históricamente nos ha costado mucho encontrar nuestro lugar y hemos tenido que demostrar que valemos tanto o más que los hombres. En la época de la novela las mujeres, para ser respetables, solo podían dejar que las casaran o entrar en un convento».

De ahí el amor también prohibido de un grupo de ellas por la medicina cuando aún no está reglada ni hay estudios y solo pueden ejercerla los hombres. Valls las reivindica dando papeles secundarios a personajes como la sabia judía Floreta Sanoga y su discípula Margarida Turnerons. «En cambio, los reyes, en la corte, tenían a mujeres sanadoras con un permiso especial. Tiempo después, tras el Concilio de Trento, la Inquisición las llevaría a la hoguera por brujas».