EL CLÁSICO DE LA LIGA

Otro meneo del Barça

El campeón desfiguró al Madrid pese al error de Valdés

Messi dispara entre Pepe y Xabi Alonso en una de las pocas ocasiones del Barça en la primera parte.

Messi dispara entre Pepe y Xabi Alonso en una de las pocas ocasiones del Barça en la primera parte.

MARCOS LÓPEZ
MADRID

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Tras empezar un clásico perdiendo 1-0, lo nunca visto antes, el Barça se levantó con tal solemnidad y majestuosidad que desde anoche queda otro monumento al fútbol. No únicamente por el resultado sino porque desfiguró al Madrid de tal manera que lo convirtió en una piltrafa, en un equipillo donde Ronaldo no le llega a la suela de los zapatos a Messi y donde Mourinho, como ya le pasó a sir Alex Ferguson, pierde siempre con el Barça sin entender aún realmente lo que le sucedió.

A través de la pelota y de una extraordinaria valentía -Guardiola puso a tres defensas cuando el Bernabéu pedía su cabeza, la de Messi y la del barcelonismo-, el campeón completó una exhibición futbolística. Con errores, claro. Es, por mucho que parezca lo contrario, un equipo imperfecto, pero no hay nada más cerca de la perfección. En la primera mitad pareció el Barça un equipo terrenal, pero en la segunda volvió a ser de otra galaxia, inalcanzable para el mejor Madrid, o eso decían, porque lo dejó irreconocible. Comenzó con cuatro defensas, cambió a tres y el Madrid ni se enteró.

LO MÁS DIFÍCIL / Al Barça, sin embargo, le costaba hacer algo más complicado todavía, el último, o penúltimo, Everest que alcanzar. Después de una semana de estudio, Mourinho metió mano en el equipo para ser ambicioso colocando a Coentrao en la banda derecha (de lateral), a Lass en el centro del campo y con Özil completando una línea de tres atacantes junto a Di María y Ronaldo para escoltar a Benzema, el goleador más rápido de cualquier clásico nunca visto. A los 22 segundos, tras un infantil regalo de Valdés; en la mejor virtud -jugar siempre el balón, aunque el portero lo haga más con los pies que con las manos- estuvo también la penitencia.

El Madrid tenía lo que quería. Y Guardiola, que había retocado el equipo en todas las líneas -sentó a Mascherano para dar cabida al eje de toda la vida (Piqué-Puyol)-, además de remover el centro del campo (puso a Cesc de interior izquierdo y a Iniesta de extremo zurdo) y reestructurar el ataque, donde Alexis no solo sentó a Villa sino que ejerció denueve mentiroso, mientras Messi arrancaba iniciamente desde la derecha. Como en los viejos tiempos con Rijkaard.

APUESTA POR EL 3-4-3 / Con 1-0 en contra ante un Bernabéu enfurecido y antes de llegar a los 20 minutos de partido, Guardiola cogió el bisturí e intervino para sanar al enfermo que no tenía el control de la pelota ni gobernaba el partido. Sacó a Messi de la banda, adelantó 50 metros a Alves (de lateral a extremo), juntó a Cesc con Iniesta y, a partir de aquí, el Madrid no halló respuestas. Tuvo, eso sí, la ocasión para aniquilar al campeón, pero Ronaldo, con la misma pata de palo de Valdés, envió el balón fuera y el Barça resopló. Era el partido. Era gol o gol. Sí o sí, pero a la estrella portuguesa el clásico le aplasta de tal manera que lo convierte en una auténtica medianía.

Con tres atrás, y si uno de ellos es un coloso (Puyol), el Barça reconstruyó su esencia. Tuvo la pelota, mandó en el partido y los goles fluyeron con naturalidad. No podía ser de otra manera. En el 1-1 volaron todos los madridistas para cazar a Messi y cuando se dieron cuenta el balón reposaba en la red de Casillas. Excepcional eslalon de Leo y fantástico Alexis, camuflado en la cueva delnuevepara colarse entre los cuerpos de Pepe y Sergio Ramos, antes de soltar un preciso derechazo que silenció el Bernabéu. Con la pelota en los pies, la segunda mitad fue una exhibición sin que Mourinho entendiera nada de lo que estaba sucediendo. Él iba sacando a Kaká, Khedira y, finalmente, a Higuaín, sin saber que el Barça, con tres defensas y Alves de extremo, le había desnudado.

Lo dejó en cueros. Sin coartada, incapaz de frenar a Messi, desquiciado con ese chileno que corría por millones de chilenos, atontado el Madrid porque no detectó a Iniesta en la segunda parte ni descubrió a Xavi en el gol -tuvo fortuna en el rebote de Marcelo-, ni supo quitarle el balón nunca a Sergio Busquets ni, claro, localizó a Cesc en el 1-3, la jugada que retrata un hermoso estilo.

Agarró la pelota Iniesta, dribló a medio Madrid, se la dio a Messi, este a Alves, y la bala convertida en extremo impulsó el esférico a la voladora cabeza de Cesc. Y el fútbol perteneció, de nuevo, a los valientes.