UNA NOVELA SOBRE LA CRUELDAD

La otra cara de 'Yo fui a EGB'

El aragonés Ángel Gracia retrata en 'Campo rojo' el acoso escolar en los años 80

El aragonés Ángel Gracia, en una reciente visita a Barcelona.

El aragonés Ángel Gracia, en una reciente visita a Barcelona.

ELENA HEVIA
BARCELONA

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Para Ángel Gracia (Zaragoza, 1970) la infancia no es precisamente un paraíso envuelto en el celofán de la ternura y la nostalgia. Esa premisa es el corazón de Campo rojo (Candaya), segunda novela y la primera que le ha dado una mayor visibilidad al autor, miembro de esa cantera de escritores aragoneses que en los últimos tiempos está dando excelentes frutos.

La obra es un duro retrato coral de un grupo de chicos de 11 y 12 años en la década de los 80, hijos de la emigración interna, habitantes de un degradado barrio obrero de una ciudad que bien podría ser Zaragoza aunque voluntariamente no se especifique. Los chicos aprenden en carne propia lo que es la crueldad y el miedo mucho antes de que la palabra bullying sustituyera al maltrato de toda la vida. Era aquel un acoso sin redes sociales ni móviles, una violencia más seca y bronca que se concreta, según el autor, en «el grupo contra el individuo, en machacar al que es diferente».

Gracia, que fue testigo directo de aquellas situaciones como lo es su protagonista, el Gafarras, el empollón de la clase, reconstruye aquel pasado acercándolo a sus experiencias. «La historia sucede en el espacio de los descampados, de las fábricas, de los edificios mal construidos por las cajas de ahorro y en unos años, los 80 en los que la escolarización todavía no había cambiado demasiado respecto a los 60. La escasa preparación de los profesores era idéntica». Para el escritor, la novela es su particular respuesta a todos esos libros de cromos nostálgicos, estilo Yo fui a EGB, con los que le resulta imposible identificarse. «Yo sí fui a EGB y desde luego lo que vi fue otra cosa. Creo que la literatura debe servir para romper tópicos».

Campo rojo, título con ecos de  Max Aub, es un descampado donde los chicos ejercitan sus juegos de hostilidad, esnifan pegamento y acosan a las niñas. «El libro también juega, por decirlo así,  con la imagen de los campos de concentración. Allí había víctimas y verdugos pero también figuras intermedias como los kapos, elegidos entre las víctimas para ser verdugos de sus iguales. La novela está lleno de kapos y de pobres chavales que luchan por hacerse invisibles, para no estar en medio de la batalla». La idea de fondo es que apenas una fina línea separa a víctimas y verdugos. «No son compartimentos estancos. Cada mañana la víctima sueña con vengarse de sus verdugos, y estos temen acabar bajo la bota de verdugos más poderosos».

Las autoras

Gracia se coloca a ojos cerrados bajo la influencia de autoras tan despiadadas como Agota Kristof  o Elfriede Jelinek, que han diseccionado la violencia como parte de las estructuras sociales, a las que ya a nivel más local añade también a la emergente Sara Mesa. «No es premeditado pero hoy por hoy me interesan más las escritoras que muchos escritores hombres. He encontrado en ellas un mayor afán por profundizar en el alma del ser humano».

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