Orwell en la intimidad

El escritor, durante sus históricas retransmisiones para la BBC durante la segunda guerra mundial.

El escritor, durante sus históricas retransmisiones para la BBC durante la segunda guerra mundial.

ELENA HEVIA / BARCELONA

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Vivimos tiempos orwellianos, no solo porque la tecnología y su aportación más sofisticada, internet, están transformado el concepto de intimidad, o porque la manipulación del lenguaje por parte de los políticos sea cada vez más calculada e intrincada, como predijo el autor. El único error de 1984, ese libro que nunca se ha dejado de leer, es poner la fecha de ese futuro distópico demasiado cercana.

Estos tiempos son orwellianos porque no hay nada mejor para analizarlos que los textos de George Orwell ( Motihari, en la India Británica, 1903-Londres, 1950), pensador a contracorriente, lo suficientemente independiente y crítico como para no dejarse arrastrar por dogmatismos. A la bibliografía orwellliana disponible en castellano se une ahora Escritor en guerra. Correspondencia y diarios, 1936 -1943 (Debate), una muestra de las cartas que el autor escribió durante y posteriormente a la guerra civil española, en la que participó como miliciano y de cuya traumática experiencia nació Homenaje a Cataluña, posiblemente el libro más leido sobre la contienda.

Pero también de las cartas y los diarios redactados bajo el Blitz de Londres, con la voluntad de reflexionar desapegadamente sobre el mundo en guerra. «Su compromiso personal -dice Miquel Berga, profesor de Literatura inglesa en la Universitat Pompeu Fabra y autor del prólogo de Escritor en guerra-, se acabó articulando en una obra literaria que consiguió dar un sentido ejemplar a lo que se ha llamado arte político. Y buena parte de ese logro está en la relación que mantuvieron su voz pública y su voz privada». De ahí la importancia de estos papeles íntimos.

El libro es una selección de los monumentales A life in letters (2010) y Diaries (2012) en los que Peter Davison recogió la integridad de sus cartas y diarios, y completa, en cierta forma, la edición de los fundamentales ensayos que Debate lanzó el pasado año, al ofrecer lo que Berga establece como un contrapunto a sus libros, especialmente a Homenaje a Cataluña, al que las cartas aportan un plus de veracidad. «En ellas -asegura-se ve el esfuerzo titánico del hombre que regresa herido, que quiere contar su historia que no es justamente la canónica y que lo hace de memoria y sin notas. Ese fue el esfuerzo central de su vida, el que le dio fuerzas para escribir muchos años después 1984». Y es que de su etapa española, lamentablemente, solo se conserva la correspondencia, ya que sus diarios y las muchísimas fotografías que Orwell tomó en España le fueron requisadas por agentes estalinistas a la esposa del escritor, Eileen,en el Hotel Continental de la Rambla, en Barcelona, y es fácil que anden extraviados en algún archivo ruso -pese a que hace ya años que se abrieron a los estudiosos- o, mucho peor, hayan sido destruidos.

Su chispeante esposa

En la correspondencia dirigida a los amigos, su editor, su agente y también a algún contrincante político especialmente para defenderse de ataques, también se incluye alguna carta de Eileen Blair (el escritor se llamaba realmente Eric Blair), que da cuenta de la especial inteligencia y capacidad para la ironía de su esposa, prematuramente desaparecida a los 39 años. «Ella era una mujer muy atractiva

-cuenta Berga-, con mucho sentido común y un humor desenfadado, muy distinto al de su marido, que lo cultivaba más subterráneo y negro. Formaban un matrimonio muy libre, abierto incluso en lo sexual». Eileen trabajaba como secretaria de la oficina en España del Independent Labour Party, un partido no comunista que apoyaba al POUM, bajo cuya bandera luchó Orwell. Las cartas también dan cuenta del interludio que el matrimonio mantuvo en Marrakech, cuando él tuvo que retirarse a climas más cálidos por prescripción facultativa a causa de la tuberculosis que lo acabaría matando.

La parte del león del libro son los tres diarios, de un total de once cuadernos, que el autor escribió desde los prolegómenos de la segunda guerra mundial -Diario de acontecimientos que condujeron a la guerra, muy conciso en datos y apenas analítico con noticias extraidas de la prensa- hasta la primera mitad del conflicto, donde analiza la escalada desde su personal perspectiva el papel de su país en la contienda.

«Yo remarcaría en estos diarios

-señala Berga- ese punto tan característico de los ingleses de flema y de capacidad de resistencia, en el que asumió su cuota de patriotismo». Como recuerda en el prólogo, Orwell era muy joven para luchar en la primera guerra mundial y no pudo cubrir su cuota de heroísmo -pese a darse cuenta más tarde del absurdo imperialismo de la contienda-.

Ese valor lo encontró en la guerra civil española y más tarde en la mundial y quiso trasladar aquel idealismo a la defensa civil, la Home guard -«en la que ve un paralelismo con los milicianos españoles»- a la que, a la larga, tampoco ahorra reproches.

Las mejores y más vívidas páginas de este diario, todo lo íntimo que puede ser en un tipo tan circunspecto como Orwell, son las que retratan el día a día de la guerra: los necesarios huevos que ponen las gallinas en un Londres machacado por el hambre, su actividad en la BBC o el retrato de la vida en los refugios.

Muy pocos de sus contemporáneos podrían haber imaginado la perdurabilidad del hoy tan leido y tan vigente Orwell -posiblemente el escritor más saqueado entre políticos de uno y otro signo, con interpretaciones que al autor le sumirían enla estupefacción o le harían sonreír ironicamente-. Por eso quizá leer a Orwell de verdad, y no citarlo a medias interesadamente, sea el mejor homenaje que se le pueda hacer.