La ortografía, una previa de la nueva gramática

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RICARD FITÉ

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La decisión del Institut d’Estudis Catalans (IEC) de publicar una nueva edición de la ortografía catalana es digna de aplauso, teniendo en cuenta que la edición anterior data del 1913, año en que se publicaron las famosas 'Normes ortogràfiques', vigentes hasta hoy salvo pequeños retoques, no reunidos nunca en una sola obra. De modo que si nuestra máxima autoridad académica ha superado el inmovilismo que la ha caracterizado durante todo un siglo -por causas no siempre atribuibles a ella, como una guerra civil entre dos dictaduras-, todos los catalanes nos debemos congratularnos.

El IEC ya empezó a dar muestras de su vitalidad a finales del siglo XX, con la publicación en 1995 del 'Diccionari de la Llengua catalana' (que relevaba al diccionario de Pompeu Fabra de 1932), reeditado en 2007 y consultable en línea, modalidad que permite una actualización bastante más rápida que en papel. El lector curioso lo puede comprobar comparando la definición de la palabra matrimonio en el libro impreso ("unión legítima de un hombre y una mujer") con la que se puede leer en la versión en línea ("unión legítima entre dos personas"). Y esta vitalidad culminará estos días con la publicación, por fin, de la 'Gramàtica de la llengua catalana', el próximo 23 de noviembre (la anterior del Institut data del 1918), que se añade a dicha Ortografia y que seguramente será motivo de debate por las aportaciones que hará, especialmente en una materia tan sensible para una lengua como es la sintaxis.

UNA MODERADA ACTUALIZACIÓN

La ortografía aprobada anteayer por la Secció Filològica (SF) se dice que es nueva pero no lo es. Son cuatro retoques, que solo afectan a los llamados acentos diacríticos (ya no será necesario acentuar el 'ós' animal), alguna diéresis, algún guion y alguna duplicación consonántica (se escribirá 'erradicar' así, con doble erre). Al fin y al cabo, nada que haga tambalear los cimientos de la estructura del catalán. Pero las últimas semanas, cuando se han empezado a filtrar a los medios de comunicación estos retoques, se ha generado una polémica bastante visceral, alimentada como no podía ser de otro modo por las redes sociales, que ha resultado muy paradójica. Porque si por un lado los profesionales de la lengua nos pasamos la vida sosteniendo que la ortografía es la parte más arbitraria y convencional de la lengua, y por tanto la menos importante, por el otro, cuando la ortografía simplemente se retoca, mucha gente se lo toma a mal, como si les atacaran rasgos identitarios.

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Desde mi punto de vista, esta polémica no tiene sentido. La autoridad en la materia es el IEC a través de la SF, que afortunadamente no tiene que dar cuentas de lo que decide a estamentos de otros lares (como sí ocurre en la mayoría de ámbitos de la realidad catalana). Y aprovechando la ocasión de la publicación en un solo volumen de las normas ortográficas, aborda una pequeña reforma de aspectos que ha considerado simplificables o mejorables. Y tampoco se puede decir que haya tomado decisiones maximalistas.

TERCERA VÍA

En el caso de los acentos diacríticos (hasta hace cuatro días muy poca gente sabía qué era un acento diacrítico, aunque lo escribiera correctamente, ¡y hoy ya se habla de él incluso en los gimnasios!), han elegido un camino del medio suficientemente ponderado (la preservación de 15, con el añadido de 'sòl' a los 14 ya conocidos), equidistante entre la posibilidad de completar los que faltaban (no se ha distinguido nunca entre el 'sou' sustantivo y el 'sou' del verbo ser, ni entre el 'sa' adjetivo calificativo y el 'sa' posesivo), y por tanto cargar más la ortografía, y la posibilidad de suprimirlos todos (con lo que probablemente el desgarro de vestiduras habría sido aún más sonado, visto lo oído y leído últimamente).

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El IEC argumenta que así se simplifica una parte del aprendizaje de la lengua, lo que ha hecho pensar a más de uno, y a más de una, que nos toman por tontos y que hay que bajar el listón de la dificultad de la materia. Pero, como todo en la vida, se puede mirar el vaso medio lleno de la cuestión. ¿No resultará bastante más rentable y beneficioso, para el presente y el futuro del catalán, dejar de dedicar neuronas a cuestiones siempre arbitrarias como la grafía, y poder concentrarnos en aspectos más vitales de la lengua, como la presencia debida y obligada de los singulares 'pronoms febles' (en franco proceso de extinción en los diálogos de nuestros pequeños)? ¿No valdrá la pena preocuparnos más por la fraseología de nuestros padres y abuelos, el orden de las frases sin interferencias de la lengua vecina, el léxico autóctono cada vez más invadido por el inglés (lengua franca del siglo XXI en todos los ámbitos y no solo en los de las nuevas tecnologías) y el respeto por la fonética que nos distingue del castellano?