Odisea cervantina

Sevilla vestía de luto y a las claritas del día... Tanto podría ser la letra de una copla como una crónica de sucesos: la de esa mañana de funeral hispalense coincidiendo con el ingreso en presidio de Isabel Pantoja. Hay quien sigue sin dar crédito, pero en realidad toda su vida podría ser una de esas canciones que escribía Rafael de León; quien por cierto, ya advirtió cuando solo era una chiquilla que estaba llamada a convertirse en la última gran estrella del género.

Aunque solo sea por todos los azarosos vaivenes de su biografía, pasaría a la historia. Odisea de mieles y hieles cantadas en la que siempre surge un más difícil todavía. Pero si su vida supera cualquier ficción, su arte es lo que le hace verdaderamente grande. Genio interpretativo donde los haya, animal escénico de rompe y rasga.

Para poder hablar de Isabel Pantoja hay que haberla visto sobre un escenario: dando vida a esas coplas en que cada frase es un salto al vacío, cada silencio un vahído del alma. Conjuga como apenas nadie la más depurada maestría técnica con el arrebato temperamental. La racionalidad artística y el puro instinto. Y al igual que le ocurría a Rocío Jurado (y a diferencia de tantas figuras colosales de largo recorrido), los años no han hecho más que mejorar esas virtudes escénicas.

Grandeza, le pese a quien le pese, que no menoscabará su paso por prisión. También Billie Holiday o James Brown vivieron entre rejas. O retrocediendo varios siglos pero a un tiro de piedra, también Miguel de Cervantes fue encarcelado. En una prisión de Sevilla acusado de haberse apropiado de dinero público. Él siempre lo negó y estuvo a punto de no entrar si pagaba 80.000 maravedís, pero al parecer un juez intervino motu proprio hasta lograr meterlo en la cárcel. Fue allí donde empezó a escribir las primeras páginas del Quijote.