IDEAS
La obra pendiente
Siempre he tenido una agenda. En cuanto acabo un trabajo, lo tacho del día correspondiente. Es algo que me obsesiona: a veces lo hago todo con mucho tiempo de antelación por el simple placer de eliminarlo de lo pendiente. Necesito ir eliminando tareas, pero no solo las elimino de la agenda, también tengo listas en papeles sueltos y cuadernos.
Cuando empecé a escribir, tenía un trabajo de seis horas, en una oficina, y escribía por las tardes. Le dedicaba más o menos una hora al día, pero se la dedicaba siempre. Desde entonces, sigo tachando y tachando de la agenda, pero a medida que voy achicando el agua, las ideas me conducen a otras ideas, otros artículos y otros relatos, nuevas novelas y distintos modos de enfocar un mismo tema.
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Cuando empiezas a dedicarte más o menos profesionalmente a la escritura, la agenda no es más que un recordatorio: cuando hayas entregado todas las columnas, artículos, reseñas, transcripciones, entrevistas, cuestionarios, relatos y cuentos para niños... te seguirá quedando, siempre, la novela. Te convertirás en un eterno estudiante con una obra siempre pendiente de ti, de que te la tomes en serio. Pendiente de que te concentres mejor para trabajarla, de que encuentres el momento para revisarla y corregirla. Pendiente de que después la promociones, la presentes, la defiendas. Y cuando termines, volverás a la casilla de salida de la obra pendiente: una nueva historia te reclamará atención. Volverás a entregar los demás textos con un único objetivo: tener tiempo de nuevo para dedicarle a la nueva obra.
Eso significa que para la gente como yo, disciplinada pero perezosa, la condición de eterno estudiante es una tortura mental. Y, además, no se sabe cuándo parar. Ahora, que debería dedicarme en exclusiva a la entrega de textos —que me aseguran cierto equilibrio económico y estabilidad— y a la promoción del libro que acaba de salir, no puedo evitarlo: he empezado una nueva novela; sólo llevo escrita una página, pero ya es la nueva obra pendiente. Recorrer el territorio hablando de tu escritura tiene un efecto colateral: que cuando llegas a casa y te quedas en silencio, ya estás deseando volver a dedicarte a escribir. El oficio sin fin.
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