ESTRENO EN EL LLIURE

Núria Espert, una reina en el trono del rey Lear

Bajo la dirección de Lluís Pasqual, la actriz se ciñe la corona en la gran tragedia de Shakespeare

Núria Espert (Lear) y Andrea Ros (Cordelia), padre e hija en la obra.

Núria Espert (Lear) y Andrea Ros (Cordelia), padre e hija en la obra.

IMMA FERNÁNDEZ / BARCELONA

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

Está estupenda, a pocos meses de coronarse octogenaria, y Lluís Pasqual tenía claro que debía ser ella, Núria Espert, la que hiciera de él. De Rey Lear. «Busqué al mejor actor para el papel y era una actriz», justifica el director del Lliure, que completó un reparto de lujo -en talento y número- para la puesta en escena de una tragedia shakesperiana «catedralicia».

Jordi Bosch (conde de Gloster), Julio Manrique (Edgard), Ramon Madaula (conde de Kent), Laura Conejero (Regan), Teresa Lozano (bufón), Míriam Iscla (Goneril), Andrea Ros (Cordelia)... hasta ¡25 intérpretes! explican una historia desgarradora «atravesada por el dolor», sostiene un Pasqual rendido a la inabarcable magnitud del texto. «Es una obra sobre el amor y el desamor, y sus consecuencias. Más de emoción inteligente que de lágrima fácil». El rei Lear se estrena el próximo jueves, día 15, en el Teatre Lliure de Montjuïc.

No es la primera vez que Espert se sube al escenario para hacer de hombre. La primera vez fue sonada. «!Horripilante! Una noche muy tempestuosa», rememora. Interpretaba a un jovencísimo príncipe Hamlet (con 21 añitos) en el Teatre Grec. Todavía recuerda -¡qué prodigio de memoria!- las primeras palabras que debía pronunciar y le silenciaron los abucheos. Corría 1960 y ese travestismo -lo inverso a la tradición isabelina y el teatro shakesperiano- no se aceptaba. «Se montó una batalla tremenda. La primera escena en la que hablaba quedó cortada pero después yo seguí con el texto. Aquella función fue horrorora pero luego fuimos por España y la obra tuvo mucho éxito». Lustros después fue, ya sin tormenta en la platea, Próspero en La tempestad (1983).

Ahora Espert asume a un enjuto Lear, «incapaz de discernir entre la adulación y el verdadero amor». En un acto de vanidad, el autocomplaciente y poderoso soberano destruye los afectos sinceros -desheredera a su hija Cordelia, que no le expresa su amor como él espera- y construye la tragedia. Reparte el reino entre sus otras dos hijas, mentirosas y malvadas. «Por un error, en un instante el espejo se rompe y todo se transforma. El dolor, la muerte, la oscuridad... tiñen su vejez». ¡Qué fácil es destruir el amor sincero y qué ciegos los corazones!

La actriz está encantada de volver a su lengua materna tras muchos años declamando en castellano (La violación de Lucrecia La loba han sido sus últimos éxitos y antes fue la tirana Bernarda Alba con Pasqual). Ha afeado su perfil -una prótesis convierte en aguileña su perfecto apéndice nasal- para endurecer los rasgos de ese padre vanidoso, al que, en su caída, sigue «como una llaga pestilente» el bufón que, en otro cambio genérico, recrea Lozano.

ATROCIDADES / Se emociona Espert al hablar de los paralelismos con la tragedia vivida estos días en París.  El rei Lear -el texto shakesperiano que más le conmueve- es el espejo inmisericorde del terrible presente. «Qué compleja es esta extraña raza humana, capaz de la más incomprensible autodestrucción y al mismo tiempo de una creatividad extraordinaria, que de alguna manera nos salva de todas las atrocidades que estamos viviendo», reflexiona la actriz. Y apunta otra imagen actual fotografiada por el bardo: «La podredumbre que rodea a los que mandan».

Para Pasqual, la obra, «el apocalipsis sin religión», nos coloca ante una verdad difícil de aceptar: «El amor es un motor, quizá el motor de nuestra vida, pero no es suficiente. No hace desaparecer la crueldad y la vileza ni la indiferencia, que también se hallan en lo más profundo de nuestro alma, capaz de provocar el dolor más insoportable incluso a los seres más cercanos: padres, hijos». Terrible verdad, que Shakespeare nos recuerda sin compasión, retratando sin juzgar un alma en la que conviven miserias y grandezas.

Grande, muy grande, es el reto de trasladar a escena el infinito mapa humano de El rei Lear. «No se puede abarcar todo -dice el director-. Hay críticos que opinan que es una obra solo para ser leída, y otros, como yo, lo contrario: que es en la teatralidad donde se siente su temperatura». Él recortó la traducción de Joan Sellent y optó por una escenografía «verbal y sonora». Austera, con el público a dos bandas y módulos que se levantan para componer distintos espacios. Los vídeos de Franc Aleu y el organista Juan de la Rubia visten la propuesta.

Tras El rei Lear, la reina Espert no piensa abdicar, asegura. «Mientras tenga salud, proyectos y el público me quiera, seguiré subida al escenario». Y reitera un viejo deseo, por si alguien se anima a concedérselo: «Lady Macbeth es mi preferida».