Cómo 'Colometa' se convirtió en 'La plaça del Diamant'

El original de la novela de Mercè Rodoreda, hallado en el archivo de la censura, permite ponderar la intervención de Armand Obiols sobre la obra

Armand Obiols (seudónimo del periodista catalán Joan Prat) y Mercè Rodoreda, en Villa Rosset, en octubre de 1939. La relación entre ambos se inició con el exilio, que le llevó a trabajar como traductor y asesor para la Unesco en Ginebra y Viena.

Armand Obiols (seudónimo del periodista catalán Joan Prat) y Mercè Rodoreda, en Villa Rosset, en octubre de 1939. La relación entre ambos se inició con el exilio, que le llevó a trabajar como traductor y asesor para la Unesco en Ginebra y Viena.

ERNEST ALÓS / BARCELONA

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¿Hasta qué punto aquella novela que Mercè Rodoreda escribió con el título de ‘Colometa’ en 1960 se corresponde con la que se publicó en 1962 como ‘La plaça del Diamant’? ¿Las aportaciones de su compañero Armand Obiols y su editor Joan Sales fueron tan sustanciosas como para tener que compartir hasta cierto punto los méritos de la autoría, como se ha llegado a sostener? “Ese rumor peca de machismo”, sostiene Meritxell Talavera, autora de una tesis doctoral en curso sobre el proceso de escritura del libro, y de los materiales complementarios a la nueva edición de la novela de Rodoreda que acaba de publicar Club Editor: un capitulo inédito como muestra del mecanoscrito de la primerísima versión, hallada por Talavera en el Archivo General de la Administración de Alcalá de Henares, y un epílogo en el que, tras comparar ambas versiones, y con la correspondencia entre ambos sobre la mesa, sostiene que “los consejos de Obiols, un buen lector y crítico, le son útiles, pero en ningún momento es escritor de esta novela; que los méritos de la autoría se deberían compartir no se aguanta por ningún lado”.

La historia del mecanoscrito original es curiosa. Sales le pidió un ejemplar a Rodoreda para enviar a la censura, no necesariamente la versión definitiva, confiado en que el censor no detectaría las discrepancias entre el texto que leería y el que finalmente se publicaría. La escritora conservaba la primera versión, que había enviado a Armand Obiols como primer lector, y fue esa la que acabó en Madrid. De allí pasó, junto con el resto de la expediente de la censura, al archivo de Alcalá, donde la descubrió Talavera después de que el fallecido Joan Solà le aconsejase hurgar en ese fondo documental. 

“Es indiscutible que se trata de esta primera versión, la que sale directamente de sus manos sin corrección alguna. La corrección se hizo por carta, y las líneas y páginas que Obiols va comentando coinciden con la versión encontrada en Alcalá, que contiene toda una serie de indicaciones que son fruto de estos comentarios; en algunos párrafos Rodoreda anota un ‘no’, o un interrogante”, explica Meritxell Talavera. 

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EL IMPACTO SOBRE LA OBRA

“Rodoreda tiene en gran consideración los comentarios de Obiols pero no los aplica a discreción, sino que los sopesa antes de aceptarlos o desestimarlos. Y cuando decide enmendar, la solución alternativa suele ser de factura propia, cosa que dice mucho de su conciencia de autora”, escribe Talavera en el posfacio. “Obiols raramente da alternativas a una mala solución, tanto cuando se trata de comentarios genéricos como concretos; indica que es mala y da las razones. Hay casos en que Rodoreda no le hace ningún caso y otras en las que ella, como autora, decide girar un párrafo como un calcetín”, responde la filóloga a las preguntas que le hacemos.

La nueva edición incorpora las dos versiones, la inicial y la publicada finalmente, del capítulo en el que Rodoreda introdujo más modificaciones, el quinto. La posibilidad de comparar por primera vez borrador y texto definitivo deja claro que el primero ya era la novela que ha llegado a nuestras manos. “En cada capítulo hay cuatro o cinco indicaciones, que afectan a una palabra o una frase; la intervención real de Obiols en esta novela a nivel de cantidad es pequeña, aunque mayor a nivel de calidad: expone por ejemplo el peligro de un exceso de diálogo, que después Rodoreda implementa”. En esas dos versiones del capítulo quinto se puede ver claramente “el salto mortal que supone rebajar el peso concedido al diálogo a favor de la voz narrativa de un solo personaje que expresa todas las demás”..   

Menor fue la intervención de Joan Sales, partidario de un catalán cercano al catalán que entonces se hablaba y cuyas propuestas fueron tachadas de “libertades absurdas” por una Rodoreda, dice Talavera, “muy señora de su texto”. Algunas excepciones, sí aceptadas por la escritora, son razonables (el cambio de título, tras un debate epistolar en el que se barajan ‘Un vol de coloms’, ‘Un terrat a Gràcia’, ‘La senyora dels coloms’ y ‘La noia dels coloms’; o citar a la calle Gran de Gràcia, y no Major o Salmerón) y otras lo son menos, incluyendo tanto las que Rodoreda aceptó en la segunda edición, como ‘premio’ a Sales por el éxito del libro (‘acera’ en lugar de ‘vorera’ y ‘quadro’ en lugar de ‘quadre’) como las que vetó tajantemente, como ‘enterro’ por ‘enterrament’, ’grassiosa’ por ’gasosa’ o ‘pésam’ por ‘condol’. Curiosamente, las aportaciones de Sales corresponden a vocablos que con el tiempo han caducado, frente a las más puristas de Rodoreda.

El trabajo sobre el texto final, sostiene Talavera, es un “pulimiento estilístico” similar al que otros muchos autores someten a sus textos en colaboración con lectores de confianza o editores, argumenta la autora de la futura tesis sobre la génesis de ‘La plaça del Diamant’. “Detrás de un buen escritor a menudo hay un buen lector, otro escritor, un editor o una persona de confianza. Es una operación habitual, como la que encontramos si comparamos los originales de Salvador Espriu o Josep Carner antes y después de las lecturas de lectores de confianza como, respectivamente, Gabriel Ferraté y Carles Riba”. 

TEXTO REVISADO

Por otra parte, aunque el interés de la nueva edición de ‘La plaça del Diamant’ resida en el postfacio y en la versión inédita del capítulo, aporta también una novedad respecto a las disponibles en los últimos años en las librerías. Desde la muerte de la autora, el texto que se había ido reeditando correspondía al de las obras completas. Sin embargo, argumenta la editora Maria Bohigas, esa edición contenía modificaciones introducidas por el corrector de estilo que la autora no llegó a leer. El texto publicado ahora por Club Editor restituye el de la cuarta edición de la novela, la última, según Bohigas, que Rodoreda llegó a supervisar personalmente.

Las diferencias entre una y otra son 300. “Pero la mayoría de los lectores no los habría notado nunca: en un  95% son de puntuación, y el resto coloquialismos que el corrector no aceptó, como entredó en lugar de entredós”, explica Talavera. Sin embargo, mover puntos y comas de sitio tiene consecuencias. “La puntuación de Rodoreda, que ahora restituimos, responde a las pausas de oralidad, de la respiración, no necesariamente de la corrección sintáctica, un criterio que el corrector no respetó”, alega Bohigas.

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