el quijote: ANIVERSARIO DE una OBRA CUMBRE

La novela insuperable

Al cumplirse 400 años de la publicación de la segunda parte del Quijote, el azar ha querido que aparezca en el subsuelo del convento de las trinitarias, en el barrio de las letras de Madrid, el último vestigio del viaje a la eternidad de Miguel de Cervantes. El genio murió pobre, poco se sabe de su vida de aquí para allá, pero su legado es imperecedero.

Autoridad mundial. Francisco Rico, en su casa, en Sant Cugat del Vallès, hace unos días.

Autoridad mundial. Francisco Rico, en su casa, en Sant Cugat del Vallès, hace unos días.

ALBERT GARRIDO

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El Quijote conoció el éxito y el favor de los lectores desde su primera edición. Los magros recursos que procuró al autor poco tuvieron que ver con la repercusión de la novela desde el primer momento, elogiada dentro y fuera de España. También desde muy temprano, la epopeya quijotesca suscitó el análisis de los especialistas y estimuló la inspiración de los escritores, que con gran reiteración acudieron al texto cervantino con el propósito, acaso, de mejorar las letras propias, de dar con ese misterio insondable que otorga al relato un vigor inagotable.

Quizá el mérito primero de Miguel de Cervantes fuese recoger lo mejor de las tradiciones literarias que lo precedieron y, a partir de ellas, elaborar el gran artificio quijotesco, la novela no superada. «Digo que el Quijote inventa no la novela moderna, sino la historia de la novela moderna, porque de una forma u otra todo lo que se ha hecho después, y todas las formas posibles de novela, están en el Quijote», opina el profesor Francisco Rico, autoridad mundial en la materia. Añade que el lector del Quijote se adentra a un tiempo por los caminos de la teoría clásica, que persigue la admiratio (causar admiración) y, al mismo tiempo, conciliar sorpresa y verosimilitud; recorre los senderos de la novela pastoril, que luego tendrá «una larga tradición más allá de este género en la novela del realismo socialista, por ejemplo», y aun entra en contacto con tradiciones como la del relato de aventuras de la antigüedad, la novela de costumbres, la novela corta realista y la novela histórica.

La trama se desborda

Puede decirse que la primera parte del Quijote empieza como una novela ejemplar, pero después de la primera salida del hidalgo por la Mancha, la trama se desborda, el personaje rompe el corsé del relato corto y, al final, el libro publicado en 1605 es muy probablemente algo bastante diferente al pensado en un principio por Cervantes. A tal punto que la segunda parte, la publicada en 1615, es casi un requisito indispensable, una segunda novela que completa y modifica la primera, transforma a los personajes y, llegados a las últimas páginas, mucho de Sancho habita en Don Quijote y mucho del hidalgo, en el escudero.

«Es que el Quijote y el Sancho de la primera y la segunda parte no son los mismos en detalles significativos y triviales –afirma Rico–. Hay un artículo clásico de Dámaso Alonso que habla de la sanchificación del Quijote, que cada vez es más realista y toca cada vez más el suelo, y de la quijotización de Sancho. Eso es obvio. Don Quijote en la segunda parte duda; lo dice explícitamente: no sé qué gano, no sé qué hago».

El final del relato certifica la sanchificación del hidalgo y la quijotización del escudero. Alonso Quijano el Bueno, aquel Don Quijote, señor de los desvaríos, dicta testamento y luego se dirige a Sancho: «Perdóname, amigo, de la ocasión que te he dado de parecer loco como yo, haciéndote caer en el error en que yo he caído, de que hubo y hay caballeros andantes en el mundo». Responde Sancho: «¡Ay!: no se muera vuesa merced, señor mío, sino tome mi consejo y viva muchos años, porque la mayor locura que puede hacer un hombre en esta vida es dejarse morir, sin más ni más, sin que nadie le mate, ni otras manos le acaben que las de la melancolía. Mire no sea perezoso, sino levántese de esa cama, y vámonos al campo vestidos de pastores, como tenemos concertado: quizá tras de alguna mata hallaremos a la señora doña Dulcineadesencantada, que no haya más que ver». Don Quijote abraza el realismo y Sancho se acoge a la fantasía.

Todo esto ha atraído desde siempre a escritores de todas partes: Gustave Flaubert, los nombres más citados de la literatura rusa, Joseph Conrad, William Faulkner, los autores del boom latinoamericano, y tantos otros. Mario Vargas Llosa en La orgía perpetua ve en Madame Bovary «un Quijote con faldas», pues la desdichada Emma Bovary se deja cautivar por la novela romántica hasta verse arrastrada a amores extraviados. Carlos Fuentes consideró Cien años de soledad «el Quijote americano» en una carta dirigida a Julio Cortázar, y al recoger en 1987 el Premio Cervantes se declaró «escudero de Don Quijote». William Faulkner confesó a un periodista: «Leo el Quijote todos los años como otros leen la Biblia». Hay quien ha querido ver un personaje quijotesco en el Charlie Marlow de El corazón de las tinieblas, de Conrad, y hay quien considera a Don Quijote «un personaje casi ruso, de espiritualidad tolstoiana a ratos o de profundidad al estilo de Dostoievski», según Rico. Y así se podría seguir.

The New York Times realizó en el 2002 una encuesta entre 100 escritores de 50 países que consideraron el Quijote «el mejor trabajo de ficción del mundo», muy por delante de gigantes de las letras como Proust, Shakespeare, Homero y Tolstoi. Y Flaubert dijo un siglo y medio antes: «¡Qué pequeños los otros libros a su lado!».