CRÍTICA LITERARIA

Un adiós truncado

'Demonios familiares', la novela inacabada de Ana María Matute, produce nostalgia por la obra maestra que pudo ser

DOMINGO RÓDENAS

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Como se hace con un enfermo o un herido -como el Berni accidentado de esta novela inacabada-, Demonios familiares Demonios familiaresllega apoyada en dos valedores: un prólogo y un epílogo imprescindibles para entender el último proyecto de Ana María Matute. Emociona imaginar, gracias a lo que cuenta María Paz Ortuño, a la casi nonagenaria escritora, martirizada por los vértigos y otras dolencias, aferrada testarudamente a la escritura, sin ceder un milímetro en su autoexigencia, tratando de empujar adelante un libro brotado de sus entrañas biográficas más que de su imaginación, contra viento y marea.

Es tentador, siendo póstuma, hablar de la obra como un testamento literario o encarecer las virtudes de lo inconcluso, aduciendo ejemplos de obras interrumpidas, o equiparando esta novela a la anterior, Paraíso inhabitado, como si esta también fuera fragmentaria. Pero nada de eso sería acertado, porque Demonios familiares Demonios familiaresno es un testamento (si acaso esa categoría le corresponde a Paraíso inhabitado) y mucho menos una novela semejante a Baza de espadas de Valle-Inclán o El testimonio de Yarfoz de Ferlosio, según los ejemplos que aduce Pere Gimferrer, sino una novela truncada, con un arranque poderoso de casi 150 páginas que va deshilachándose en notas extensas sin acabar de cristalizar en un cuerpo narrativo como el que Matute hubiera deseado y probablemente había diseñado.

Conviene tener en cuenta, pues, los límites que desdichadamente impuso a esta novela la muerte de su autora el 25 de junio. Lo que nos ha quedado es un retorno a la funesta guerra civil, narrado por Eva, una chica de casi 18 años que vuelve al opresivo hogar familiar tras salir de un convento. Su padre inválido (el Coronel), la criada de toda la vida y el secretario (e hijo) del Coronel Yago componen el paisaje humano de una casa silenciosa donde ella se ha sentido siempre -sin dramatismo- encerrada. Estas niñas melancólicas y fantasiosas que hacen del desván o del cuarto oscuro un reino privado, un «espacio encantado», son habitantes naturales de la narrativa de Matute y su obvio correlato. Eva no es una niña, pero su tristeza y soledad la acompañan aún, como su querencia por el desván o el refugio del bosque. Pero, Matute enfrenta a su heroína a las agresiones de la realidad exterior: de un lado el embarazo secreto de su amiga Jovita; de otro, el estallido de la guerra, que divide a vecinos y amigos, a «ellos» y «nosotros», trazando fronteras ominosas entre sus propios conocidos y obligándola a actuar.

Matute describe con soberbia delicadeza el choque entre el sensible mundo interior de Eva y las amenazas del exterior. Pero la novela no iba a ser únicamente un relato lírico o intimista, sino que empezaba a sustentarse en unos personajes enigmáticos (el Coronel y Yago traen un aire de Juan Benet) y en una trama con una intriga creciente y muy bien escalonada. Que la escritora no pudiera darle continuidad y culminación no disminuye el placer de la lectura, pero lo abrevia y transforma en otra cosa extraña: nostalgia por la pieza maestra que esta novela trunca hubiera podido llegar a ser.

Ficha:

DEMONIOS FAMILIARES

Ana María Matute

Destino. 180 p. 20 €