En el nombre del padre / 1 17.00 - 18.00 GMT

A las 17.00 horas, Mara envía un tuit anunciando el secuestro del papa Francisco y una fotografía de Jorge Bergoglio con las manos atadas y flanqueado por dos encapuchados

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MARTÍN CAPARRÓS

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Y MAÑANA:

2. Enel nombre del padre: 18.00-19.00GMT

Mara volvió a leer el borrador del tuit. Le pareció impecable:

«Tenemos al #PapaFrancisco; si no cumplen las condiciones a las 20.59 GMT se va a ver si existe Su Jefe. No les quedan 4 horas». 125 caracteres, suficiente espacio para que quienes lo retuitearan le agregasen sus cositas. Y le adjuntó la foto: Jorge Bergoglio sentado en una silla de madera, pantalón corto negro y camiseta musculosa casi blanca, las piernas blancas flacas, las manos atadas por delante, y detrás, a sus lados, dos encapuchados; el de su izquierda con una mano sobre su hombro, el de su derecha con unatabletmostrando una captura de pantalla de CNN de esa misma mañana. El papa tenía los pies descalzos y la cara cansada, los ojos muy chiquitos ojerosos.

Mara repasó el texto una vez más, respiró hondo.Hackearel Twitter de Shakira -22 millones de seguidores, el décimo del mundo digital- había sido un juego para ella. Se sonrió por última vez antes de apretarenter.

Mara había dejadoBuenos Aires en el 2002, a sus 23, cansada de un país que parecía un tiovivo; tenía ganas de cambio, los ojos casi verdes, el pelo según las estaciones, unas piernas que eran mucho más que dos. Cuando llegó a Barcelona, en plena burbuja, trabajó de camarera, mostradora de pisos, vendedora de móviles, paseadora de perros; después, en plena crisis, se inventó un oficio que sí le gustaba: lo llamó cazadora. Más y más gente sabía que si quería una canción, un dato, una película que no podía encontrar en internet debía pedírselo a Mara -o, más bien, a su alias,Cartoneura-: ella se lo localizaba y enviaba en minutos a cambio de unos euros.

Mara conocía la red como si alguien pudiera. Y vivía allí; allí se encontraba con gente, allí charlaba y discutía, allí miraba, allí jugaba y se informaba, allí -cada vez más- tenía romance y sexo y despedidas. Allí acaba de recibir, a las 16.59 horas, en el Hitch, elchat room más secreto del mundo, la consigna que llevaba días esperando:

«Ya es la hora de jugar con el tiempo».

Alguien la había invitadoal Hitch semanas antes: uno o una que se hacía llamar Kosa. Lo había conocido en un chat raro, donde se discutía cada día una cuestión puro capricho. Aquella noche de mayo la consigna proponía: «¿Si Dios hizo a los pájaros bobos, hizo a algunos pájaros más bobos que otros?». A Mara le gustaba enredarse en esas discusiones por el placer de la trifulca. Alguien dijo que qué se creían: que Dios, terrible dictador, no tenía por qué ser igualitario con los pájaros. Otro dijo que Dios, tremendo demagogo, no se iba a perder la oportunidad de posar de igualitario en un tema tan marginal como los pájaros. Hubo desvíos -que si los pájaros son marginales qué queda para los sudaneses, que si la demagogia necesita un público capaz de entenderla, que si todos somos pájaros más o menos plumes- pero Mara -que allí se llamaba Papusa- dijo que no creía que Dios quisiera mostrarse igualitario, ni siquiera con pájaros: Dios es un rey, no un presidente, dijo, no necesita simular. Le preguntaron: ¿Un presidente no es un rey temporario? No, un presidente es el bufón de una corona despareja, dijo. Y fue entonces cuando Kosa le pidió que pasaran a un privado.

-¿No crees que el mundo necesita un sacudón?

Le preguntó.

-¿Por qué uno solo?

Le contestó Mara-Papusa.

-¿Pero tú sabrías dárselo?

-Yo no doy, yo reclamo.

Los días siguientes tuvo la sensación -y después la certeza- de que alguien estaba revolviendo su ordenador. Tenía todo tipo de barreras y cortafuegos pero no alcanzaron. A la semana se encontró un documento en su Word con las instrucciones para acceder alchat room más escondido y encriptado que nunca había visto. Se llamaba Hitch como homenaje a Christopher Hitchens, que, a diferencia de Voltaire, no se rindió frente a la muerte: cruzó ateo. En las instrucciones le explicaban que la clave de encriptamiento era una frase suya: «El más allá está más acá que el más acá». Y le pedían que se pusiera un nombre y se reuniera con los demás esa misma noche a las 22.45 GMT. Mara decidió que allí se llamaría Madama y que, ya que algo debía ser, sería la peor de todas.

Mara pensó en la leche de su gata. No lo podía creer: ahora, la leche de la gata.

Eran trece:los integrantes de Hitch eran trece y, con los días, se fueron dibujando afinidades entre ellos, casi grupos. Pero a veces una cuestión recomponía las alianzas y a veces no encontraban acuerdos y muchas otras se reconocían en todo el resto con placer; en todo caso, las discusiones se habían acabado esa mañana cuando los trece recibieron el mensaje de MasterHitch, tajante: «Todo a punto. A las 17.00 GMT, empieza el tiempo». Mara tuvo un momento de zozobra.

MasterHitch les había explicado todo -todo lo que, les escribió, podía ser explicado- y había insistido en que la operación estaba perfectamente planificada, que no tenía fisuras, que no tenía peligros. Pero Mara sabía que se estaba metiendo en un asunto descomunal y que algo, por supuesto, podía fallar. Siempre puede.

-¿Y por qué él?

Había preguntado en uno de los chats. Y Master le contestó que nada sirve si no se explica solo, y Mara-Madama se había callado y se había dicho que claro, que nada se explicaba mejor, que el gran embaucador, el responsable de tanta oscuridad tantos engaños, el jefe de la organización más poderosa más arcaica, el que ahora le estaba dando una vida nueva cuando agonizaba, el que estaba convenciendo a tantos de que ya no era lo que era, que no seguía siendo una monarquía absoluta de derecho divino, la que siempre sostuvo a los tiranos, la que condenaba a tantos a vidas y muertes sin sentido, los infectados de sida por la prohibición de los preservativos, los homosexuales perseguidos, los chiquitos violados, los millones forzados a seguir reglas de otros. O que, de últimas, demostrarían que ningún poder estaba a salvo: sí, con eso ya alcanzaba.

Y pensó que también debía participar porque era argentina y le tocaba eso que alguien llamó vergüenza nacional. La patria siempre es algo parecido a una vergüenza, pero esta era una forma más particular: esa rara reacción que hace que uno se haga cargo de lo que hacen las personas que nacieron a menos de mil kilómetros de casa. En este caso: que uno de los funcionarios más altos de la institución que más apoyó a los militares más asesinos ahora pasara por ejemplo de humildad, bondad, concordia.

Y, aun así, en esos días hubo un momento en que pensó en echarse atrás. Después se dijo que si ella no lo hacía lo haría otro y después que no hay razón más idiota que esa y al final que sí que quería hacerlo: que no podía perderse esta oportunidad de sacudir el mundo.

Estaba asustada, sorprendida, excitada como nunca antes.

A las 17.08 horas,Mara vio que había un texto idéntico al suyo en inglés en el Twitter de Barack Obama, otro que debía ser el mismo en chino en el de Justin Bieber: entre los dos, cincuenta millones de lectores inmediatos. «Tenemos al #PapaFrancisco; si no cumplen las condiciones a las 20.59 GMT se va a ver si existe Su Jefe. No les quedan 4 horas». El suyo -el de Shakira- ya tenía seis millones de retuits y los otros dos más de 15 millones; eltag#Kidnapped eratrend topicabsoluto; la red estaba saturada por la historia. Mara se imaginó a todas esas personas mirando la foto y la enfrentó de nuevo. Había algo en esos ojos: no era la mirada de un hombre aterrado sino perdido, abandonado: como dejado de la mano de Dios, pensó Mara y se rió de su propia obviedad. Después pensó en millones pensando en esos ojos, en eso que nunca habían imaginado: el secuestro de un papa. Mara respiró hondo, se recostó en su silla, se dijo que de verdad habían sabido hacerlo.

El mundo empezaba a ser distinto.

O demasiado parecido.