ENTREVISTA CON LA superviviente de Ravensbrück

Neus Català: «Fuimos las olvidadas entre los olvidados»

OLGA MERINO / Barcelona

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Dura, altiva y a la vez pródiga, como el Priorat, una tierra áspera donde las cepas batallan por el agua para transformarla en la generosidad del vino. Mucho de ese ADN telúrico se conserva en los genes de Neus Català, una de las pocas supervivientes catalanas del horror nazi, a quien EL PERIÓDICOrendirá homenajedesde hoy y hasta la recta final de ladiada de Sant Jordi. En su vejez, a los 97 años, esta luchadora, Catalana de l'Any en el 2007, ha encontrado la merecida quietud en Els Guiamets, su pueblo natal, en una residencia de ancianos. El encuentro tiene lugar en la habitación que ocupa, un cubículo luminoso que ella denomina«la gàbia del moixonet»(la jaula del pajarito). La vida se empeña en transitar por contradictorios vericuetos: del campo de exterminio de Ravensbrück, a lallar d'avis.

-¿Cómo se encuentra, Neus?

(La entrevistada se encoge de hombros con indiferencia, como quien le pregunta por el tiempo o el resultado de la quiniela).

-Para mi edad, no puedo quejarme. De todas maneras, a un deportado siempre le quedan achaques. Hay días en que estoy más alegre, días en que no lo estoy tanto.

-Pero en el asilo está tranquila.

-Está muy bien, pero a veces me aburro. En invierno todo se adormece.

-¿Qué hace por las tardes?

-Juego mucho al dominó y leo. Ahora estoy con Engels, preparándome para poder leer luego a Marx antes de morir. Aunque ahora pierdo la concentración.

-¡Engels! La cabeza le funciona como un Rolls Royce.

-Espero no haber perdido mucho, aunque me falla la memoria. Me acuerdo de lo que sucedió hace 40 años, pero de lo que hice ayer, nada.

-La huella del campo no se borra.

-No. No. No. Eso queda grabado en la cabeza para siempre.

Tras la derrota en la guerra civil, Neus Català, enfermera de profesión, cruzó la frontera con una colonia de 180 huérfanos que estaban refugiados en Premià de Dalt. Una vez en Francia, luchó con la resistencia como enlace escondiendo mensajes entre los bucles de su peinadoarribaespaña. Hasta que la pilló la Gestapo y la trasladó a Ravensbrück, un campo de concentración donde perecieron 92.000 mujeres.

-La escritora Carme Martí tituló la novela sobre su vida Un cel de plom, justo por el cielo de Ravensbrück.

-No hay un solo deportado, hombre o mujer, que haya entrado en un campo y que pueda explicar lo que sentimos. No sé expresarlo.

-¿El nombre del campo significa puente de los cuervos?

-Había muchos y era muy tétrico. Teníamos que agrandar nosotras, con nuestras propias manos desnudas, el lago Schwedt, con el agua helada hasta media pierna.

-Y sin comer.

-Aquello no era comida. Una especie de sopa en la que a veces flotaban mondas de patata. Y nabos.

-El campo olía a cadaverina de los cuerpos en descomposición.

-No eran campos de concentración, sino de muerte. La tenías cerca.

-Conoció allí a una baronesa francesa y se hicieron amigas. Una amistad que duró solo tres semanas.

-Sí, y mire que ella era católica, apostólica y romana. Y yo, comunista y atea. Nos hicimos amigas en seguida y fue la primera a la que perdí. Una mañana estábamos en la plaza, durante el recuento, y se la llevaron. Luego vi el lugar donde la arrojaron: tenía el torso abierto en cruz. A saber qué le hicieron.

-En Ravensbrück, tenían perros.

-Pasábamos por delante de la perrera sin respirar. Eran perros adiestrados para matar si hacía falta.

-¿Se dijo no puedo más?

-Los ocho primeros días estuve muy mal, solo tenía ganas de morirme y no quería ni comer. Y después tomé la decisión de que quería salir de allí para contar lo que había presenciado, de manera que incluso registraba lo más atroz: si me decían que una chica se había suicidado estampándose contra una valla electrificada, iba para poder explicarlo. Tenía que luchar para vivir.

-La tuvieron desnuda y con la menstruación delante de los SS.

-Sangraba, y tuve que soportarlo. Les entró la manía de hacernos una revisión. Nos pelaron a todas al rape. La cabeza, las axilas, el pubis. Lo hacían para que nos sintiéramos fuera de nosotras mismas, para rebajarnos y que perdiéramos la moral.

-Con las chicas polacas hacían experimentos médicos. Iban por el campo como almas en pena.

-Las alimentaban para que les durasen mientras hacían los experimentos. En la liberación, no las vimos. Todo lo que los nazis no pudieron ocultar. Debieron de matarlas.

-A usted misma le pusieron una inyección para esterilizarla.

-¡A todas! Nos ponían inyecciones para que no tuviéramos la regla y rindiéramos. Era peligroso porque podías quedarte estéril.

-Y, sin embargo, tuvo dos hijos.

-Ya tenía 36 años cuando tuve a mi hija, a la primera. Cuando el médico, un camarada, me dijo que estaba embarazada (de su segundo esposo), le contesté que estaba loco, que no podía ser. Me puse tan feliz. No me lo esperaba, ya estaba conforme con lo que había. Mi maternidad fue el gran triunfo contra los nazis.

-¿Sus hijos le hacían preguntas?

-Yo no quería que supieran demasiado. Cuando ya fueron mayores, me contaron que de pequeños me oían llorar por las noches. No me lo habían dicho nunca, los pobrecillos. Se ve que tenía pesadillas.

Las padecía, claro, como todos los supervivientes. Y solo acabaron el día en que Montserrat Roig la ayudó a desembuchar, a vaciarse: Neus Català había podido relatar hasta entonces la experiencia de otras deportadas, pero no la propia. Ambas se conocieron en París en 1975, durante una asamblea de deportados, mientras la escritora estaba culminando la investigación para Els catalans als camps nazis.

-Cuando Montserrat Roig estaba haciendo el libro, solo había entrevistado a hombres. Le llamó la atención mi acento catalán y se me acercó preguntándome si había estado en Ravensbrück y si conocía a más catalanas y españolas deportadas. Le señalé una zona de la platea y le dije: «Mire, todas aquellas». Los expresos le habían dicho que no había republicanas deportadas.

-¿Por qué se lo ocultaron?

-Mire, le digo lo mismo que le contesté a ella: «Las mujeres fuimos las olvidadas entre los olvidados». No sé por qué la engañaron. Tal vez eran un poco machistas. Miles de mujeres cayeron en la lucha.

-Después la trasladaron al campo de trabajo de Holleischen.

-Nos colocaron en unkommando de obuses antiaéreos. ¿Cómo íbamos a fabricar armas contra los nuestros? Así que hacíamos sabotajes, sobre todo disminuir la producción.

-A veces metían moscas entre el fulminante y la pólvora.

-Moscas, polvo, de todo. Los pocos civiles que trabajan en la fábrica y con los que teníamos contacto nos pasaban cajas de cerillas vacías, y ahí guardábamos las moscas. Había especialistas en cazarlas, ja ja ja.

-Y estropeaban las máquinas.

-Yo siempre iba con Blanche, una francesa que quería mucho a los españoles. Blanca y Nieves. Y cuando habíamos saboteado la máquina dejábamos un papelito que decía: «Blanche-Neige et les sept mécaniciens». Así el turno siguiente sabía que ya había venido el mecánico.

-Después de la liberación, ¿qué fue lo más difícil?

-Saber de mi (primer) marido. Tardé cinco meses en descubrir que había fallecido. No quería ni pensar que estaba muerto; me decía que habría perdido la memoria en el campo.

-Después de haber vivido todo ese horror, Neus, ¿es posible creer todavía en el género humano?

-¡Claro! ¿Es que no puedo creer en usted? No perdono a quienes lo hicieron, malditos nazis, pero no he perdido la fe en la humanidad. Que la humanidad llegue adonde queremos costará, pero si pensamos en cómo vivían nuestros abuelos.

-¿Sigue la actualidad política?

-Nací con esa manía. En la barbería de mi padre, había una pequeña ventanita que daba al comedor y yo me ponía allí, escuchaba y participaba en las charlas. Defendía las ideas de mi padre, que era comunista.

-La izquierda está desorientada y hay mucho desencanto político.

-Solo la juventud puede regenerarlo. Antes creíamos en un partido, pero ahora todo está medio amortecido. Deberíamos hacer algo, pero qué. La juventud tiene coches y la televisión, que es una porquería. Y están sin trabajo. Me da pena que la izquierda esté reculando después de tantos sacrificios. Yo si fuera más joven y tuviera fuerza, haría algo.

-Seguro que resistiría contra los desahucios.

-Claro que iría. Es escandaloso que la gente no pueda tener un lugar para vivir, que es básico. Echar a la gente a la calle es un crimen¿ No sé qué está pasando. Hacen falta miles de Neus, porque en aquellos años yo no estuve sola: fuimos miles de mujeres las que luchamos. Los avances sociales están reculando.

La sesión de fotos tiene lugar en el jardín de la residencia. Neus suelta el andador metálico y, con cuidado y ayuda, se aferra a un olivo centenario. Se fija en que un tallo de verde nuevo ha brotado en la rugosidad del tronco con las últimas lluvias.«Los olivos no quieren morirse», dice. Genio y figura.