CRÓNICA

'Nadia', un sobrecogedor documento escénico

El montaje teatral sobre la chica que engañó a los talibanes conmueve a los espectadores del TNC por su autenticidad

Arriba, Nadia Ghulam. Junto a estas líneas, dos momentos del montaje que acoge el TNC.

Arriba, Nadia Ghulam. Junto a estas líneas, dos momentos del montaje que acoge el TNC.

CÉSAR LÓPEZ ROSELL / BARCELONA

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Al final del espectáculo, el público se levanta de sus asientos como un resorte, sacudido todavía por la emoción de un relato sobrecogedor. Los aplausos son tan espontáneos que no dejan lugar a dudas sobre el impacto de un documento escénico que cruza la cuarta pared para ir directo el corazón de los espectadores. 'Nadia', la historia de la joven que fue capaz suplantar la personalidad de su desaparecido hermano Zelmai para sobrevivir en un Kabul en guerra dominado por los talibanes, agita estos días la Sala Tallers del TNC. El hecho de que la narración llegue en boca de su protagonista y no por una actriz intermediaria otorga al montaje una autenticidad, fuerza y credibilidad inimaginables sin su intervención.  

La dirección y dramaturgia de Carles Fernández Giua, en colaboración con  la propia heroína y con Eugenio Swarcer (autor del diseño del espacio y de los vídeos) tiene la virtud de abordar la dolorosa situación de Nadia Ghulam sin caer en nunca en la sensiblería. La convicción con que la joven se enfrenta a su desnudo existencial despierta la inmediata adhesión de un auditorio entregado a su capacidad de comunicación  y a su desbordante naturalidad.

VIVIR EN LA MENTIRA

Nadia domina la escena. Ella proclama repetidamente que no le gusta la mentira pero que se vio obligada a vivir instalada en ella, desde los 11 años, y tras una compleja construcción de un personaje que ayudó a mantener a su familia. La intervención de Fernández Giua y Swarcer formulando a la joven las cuestiones centrales de su alucinante viaje ayuda a agilizar el relato. Las imágenes grabadas en algunos de los escenarios por los que ella deambuló en Kabul y los actuales de su normalizada vida en Barcelona, además de unos bien colocados efectos sonoros, contribuyen a mantener la tensión del relato.

Las secuencias en las que aparece como un chico se proyectan como sombras, y son impactantes las comunicaciones por Skype con sus antiguos compañeros de la capital afgana. Uno de ellos prácticamente se despide de ella al comprobar que es una mujer, aunque le ofrece ayuda si la necesita. Las cicatrices dejadas por 14 intervenciones quirúrgicas realizadas para paliar los daños causados por un bombardeo son una metáfora de cómo los intereses económicos inciden en la vida de millones de víctimas.

Nadia incide en sus intervenciones en la importancia de la educación y la libertad y en la lucha de las mujeres afganas contra el fundamentalismo. No quiere ser vista como una víctima, sino como un motivo de la esperanza. Ella insiste en seguir estudiando para poder ayudar algún día a su pueblo. "La fe es importante, pero lo es mucho más si se basa en el conocimiento", dice recordando que los talibanes prefieren la ignorancia del pueblo para poder mantener su opresivo dominio. Un ejemplar y aleccionador documento.