EL PEQUEÑO FORMATO SE IMPONE EN LA CARTELERA

Musicales en la intimidad

IMMA FERNÁNDEZ
BARCELONA

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Talento e imaginación, a escena. Si hace siete años el filón de Grease desató la fiebre por las grandes producciones musicales, la mayoría franquicias -Mamma mia!, La bella y la bestia, Spamalot, Chicago...,- hoy se precisan otras fórmulas para cuadrar los números. El menos es más, con la proximidad del público como principal baza, se impone y son las salas alternativas las que ahora llevan la voz cantante con propuestas que han cautivado a los espectadores.

Ahí está, aplaudido por crítica y público, Over the moon, un musical de bolsillo con cuatro cantantes-actores -Elena Gadel, Ivan Labanda, Víctor Estévez y Patrícia Paisal-; un pianista y director musical-Xavier Torras- y un director -David Pintó. La escenografía: una veintena de sillas y una vela. Nada más, talento aparte, han necesitado para seducir a la pequeña sala del Almeria Teatre con un gran espectáculo concebido a partir de las canciones de Jonathan Larson, el autor de Rent y Tick... tick... boom!

De jueves a domingo, un centenar de almas, dispuestas a tres bandas, viven un «viaje emocional que les remueve», afirma Paisal. «Estamos tan próximos a la gente, que la emoción les toca», subraya Víctor Estévez. El orden de las canciones hilvana una dramaturgia que se inicia hablando de un salto al vacío que simboliza el mérito del montaje, propiciado por la ilusión de unos profesionales que se resisten a «acabar en el Mercadona». «Hay que arriesgarse. Si no nos movemos, la cultura desaparecerá. Nosotros tenemos nuestro arte y las ganas de mostrarlo, esa es nuestra mejor arma».

Lamentan que los productores no apuesten por el pequeño formato. «Aun teniendo el dinero, van a lo más fácil, buscan el entretenimiento sin ir más allá», sostiene un Ivan Labanda crítico con las superproducciones del género. «Las franquicias amuerman el arte».

Tanto él como Paisal no dudaron en abandonar Los miserables y dar ese salto al vacío a la búsqueda de la realización personal. «Queríamos hacer cosas nuestras, que nos apasionan», dicen. Los musicales «superficiales» no les satisfacen. «Over the moon tiene mensaje, trata cuestiones con las que nos identificamos», aduce Labanda. Preguntas como: ¿por qué seguimos a líderes que no hacen nada?; ¿Por qué, para no dormir solos, seguimos con una pareja que no queremos?... asoman en melodías, adaptadas al catalán, como Seasons of love, La vie boheme, No day but today o Therapy, que interpretan mirando de tú a tú al espectador. «Sienten como si les cantáramos a cada uno de ellos».

La misma cercanía se produce en un Teatre Gaudí, habitual defensor del género, que ha roto todos los esquemas con la celebrada fiesta salvaje de Andrew Lippi: The wild party. Una veintena de artistas invaden el exiguo escenario bajo la excelente batuta coreográfica de Lino di Giorgio. La seductora partitura de Lippi, cuatro magníficos músicos y la oportunidad de sentir el hálito de actores habituales de las grandes producciones, como Roger Berruezo o Xavier Duch, son reclamo suficiente para esta orgía musical llamada a dar el salto a mayores plateas. «La crisis del gran formato nos lleva a las pequeñas salas, pero es muy gratificante actuar tan cerca de la gente», dice Berruezo.

La sala de Ever Blanchet completa la oferta con otro éxito cantado: los irreverentes Cuentos cruentos. Duch, Mariona Ginès y Joan Rigat entonan, al hilo del texto de Dino Lanti, las vicisitudes de protagonistas de conocidas fábulas: los siete enanitos están en paro; los tres cerditos no hallan una casa digna; cenicienta es obesa y Alicia se pierde, atontada por las pastillas, en el país de las maravillas.

Otras propuestas, con fugas a otros géneros, muestran las posibilidades del musical de pequeño formato. A ritmo de cabaret se ha instalado en la Sala Muntaner una sátira sobre los poderosos del mundo: Bilderberg Club Cabaret. En La Seca Espai Brossa, la compañía Dei Furbi ha versionado la ópera de Mozart La flauta mágica. Los intérpretes, en un buen ejemplo de adaptación a unos tiempos en los que la «ingeniería financiera le roba el protagonismo a la humanidad», hacen los arreglos musicales a capela. El mensaje de Mozart encaja como un guante en el presente: gracias al poder de la música (del arte), los personajes podrán atravesar alegres la oscura noche del miedo.