Ámsterdam recupera uno de sus mayores tesoros culturales

Un museo del siglo XXI

El Rijksmuseum reabre tras una restauración integral que lo ha mantenido 10 años cerrado

El flamante nuevo atrio del museo holandés.

El flamante nuevo atrio del museo holandés.

NATÀLIA FARRÉ

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En el siglo XIX, en 1885, abría sus puertas el actual Rijksmuseum. Un edificio de estilo tardorromántico de planta canónica pero con aspecto de cuento de hadas que firmó un arquitecto del sur de Holanda y de confesión católica, Pierre Cuypers. Todo demasiado catedralicio para la mentalidad calvinista del norte, que no tardó en blanquear las paredes y borrar así la trabajada ornamentación interior. Fue la primera puñalada que recibió el edificio, pero no la última. En el siglo XX no corrió mejor suerte. Para los modernos ortodoxos, tanta suntuosidad no tenía ningún valor, así que no dudaron en alterarlo dramáticamente añadiendo construcciones y tapando patios.

El resultado es que, entrado el siglo XXI, el mayor museo de Holanda, el que cobija más obras de Rembrandt

del mundo y el que tiene el honor de custodiar cuatro de la escasa treintena de lienzos que Vermeer realizó, se había convertido en un edificio oscuro y laberíntico con servicios obsoletos e incapaz de acoger al millón de visitantes que llegan cada año y menos a los dos millones que se prevén recibir en un futuro más próximo que lejano. Todo ello reclamaba una restauración integral.

Esta se puso en marcha en el 2000 y pondrá el punto final el próximo día 13, cuando el Rijksmuseum abra de nuevo sus puertas tras una década cerrado al público. El camino ha sido largo: dos años de preparativos, diez de obras y otros 12 meses para acondicionar las salas de exposiciones. Caro: 375 millones de euros. Y no exento de polémica: tres proyectos fueron necesarios para convencer a los ciclistas de Ámsterdam de que podrían continuar utilizando el pasaje que cruza el museo de norte a sur como atajo para llegar al centro de la ciudad.

Pero el resultado tiene «satisfechos» y «contentos» a los autores de la restauración, los arquitectos sevillanos Antonio Cruz y Antonio Ortiz. Convence a los responsables del museo y seduce a todos aquellos que lo han visto. La admiración que despierta el nuevo Rijksmuseum va estrechamente ligada a la intervención llevada a cabo por Cruz y Ortiz, «muy minimal y respetuosa con los valores del edificio existente», apunta Ortiz, que ha logrado devolver la belleza original a la construcción de Cuypers y, sobre todo, ha conseguido bañarla de luz; al mismo tiempo que dota al centro de todos los servicios necesarios que requiere un museo del siglo XXI. Y moderniza la climatización y la seguridad.

LA GALERÍA DE HONOR / Con todo, lo más espectacular ha sido la recuperación y la unión mediante una pasarela de los dos patios del edificio, antaño tapados para ganar espacio expositivo, y su conversión en un gran vestíbulo de entrada de 2.250 metros cuadrados. Sin desdeñar los metros ganados bajo tierra, cuya conquista supuso un gran trabajo de ingeniería llevado a cabo con la ayuda de buzos y barcas, ya que en Holanda no es difícil rebasar el nivel del mar a la que se escarba un poco.

Menos espectacular en cuanto a ejecución pero igual de espectacular en cuanto a resultado ha sido la recuperación de la ornamentación original y los murales que Cuypers proyectó para decorar las salas del museo. Diseños que cubren las partes más nobles del edificio y que tienen su máxima expresión en la llamada Galería de Honor, la sala donde los grandes del siglo de oro holandés, Vermeer, Hals y Steel, lucen alineados en las paredes rindiendo honores a la estrella del museo que brilla al final del corredor:La ronda de noche, de Rembrandt.

La obra, que representa a la milicia del capitán Frans Banning Cocq, es la única de todas las piezas que volverá al lugar que ocupaba. El resto han cambiado de ubicación para adaptarse al nuevo discurso que presenta la colección, que ha eliminado la tradicional separación de las obras de arte por disciplinas y exhibe un recorrido cronológico en el que se exponen conjuntamente pinturas, esculturas, artes aplicadas y objetos. «Un viaje por el arte a través del tiempo», a juicio de Wim Pijbes, director del museo, que reúne 8.000 piezas seleccionadas del millón de obras que forman los fondos del Rijks-

museum y que «aúna arte e historia» con el objetivo de narrar ocho siglos de andanzas del país, desde la edad media hasta a la actualidad.

PALETA DE GRISES / Lo hace a través de 80 salas, unas 30 de ellas dedicadas al siglo de oro, en las que las obras maestras relucen con todo su esplendor tras la museización llevada a cabo por Jean-Michel Wilmotte, autor también de los interiores del Louvre, que ha optado por pintar con colores grises las paredes y así realzar la pericia de los artistas expuestos. Para lo objetos, Wilmotte ha apostado por unas vitrinas minimalistas realizadas con cristal italiano ultratransparente. Y para la parte dedicada a las colecciones especiales (armas, instrumentos, porcelana, vestidos, joyas, maquetas y miniaturas) ha optado por una estética que las convierte en pequeños joyeros.

El paseo por la historia y el arte holandeses en el Rijksmuseum acaba en el Pabellón Asiático, una nueva construcción ubicada en los jardines que acoge la pequeña pero selecta colección de arte asiático. La entrada la flanquean dos monumentales, más de dos metros, guerreros japoneses del siglo XIV que son dos de las 123 piezas adquiridas recientemente por el centro.

En total, más metros de museo pero menos espacio expositivo y menos obras expuestas; no en vano todos los implicados repiten a modo de mantra el objetivo de la ambiciosa restauración: «Hacer un museo mejor, no un museo más grande».