Muere a los 74 años Johnny Hallyday, el rey del rock francés

Atravesando épocas y modas, Johnny Halliday fue durante casi seis décadas el rey indiscutible de la escena musical francesa. Era mucho más que un rockero, más que un ídolo de juventud para la generación yeyé de los años sesenta, más que una máquina de vender discos.

El cantante belga de nombre americano, desaparecido en la madrugada de este miércoles a los 74 años a consecuencia de un cáncer de pulmón, hace tiempo que había entrado en la leyenda. En Francia, su muerte se ha vivido casi como un drama nacional. Los homenajes, no solo del mundo del espectáculo sino también de la clase política, se han sucedido durante toda la jornada. 

“Todos tenemos algo de Johnny Hallyday. Hemos sufrido y amado con él”, ha dicho el presidente francés, Emmanuel Macron, en un comunicado. “De Johnny Hallyday no olvidaremos ni el nombre, ni la cara, ni la voz. No olvidaremos sobre todo sus interpretaciones. Con ese lirismo brutal y sensible hoy pertenece plenamente a la historia de la canción francesa.  Llevó una parte de América a nuestro Panteón nacional”, ha subrayado Macron.

Infancia precaria

Jean-Philippe Smet –ese era su verdadero nombre- nació el 15 de junio de 1943 en los pasillos de la clínica Marie Louise, en el distrito IX de París. Su padre, un artista belga de music-hall, asistió al parto pero no volvería a verle mucho más. Hallyday se crió con una tía, tuvo una infancia itinerante y no pisó la escuela. “Nací con mala estrella”, dijo en alguna ocasión.

Siendo adolescente, descubre los escenarios gracias a su primo, el artista norteamericano Lee Halliday, del que adoptará su nombre artístico. Por entonces frecuenta un lugar mítico del rock francés, el Golf Drouot, donde hace versiones francesas del country norteamericano y, sobre todo, de temas de Elvis Presley.

Estilo camaleónico

Dos títulos le lanzan al estrellato en 1960: ‘T’aimer follement’, una versión de Dalida y ‘Souvenirs, souvenirs’. Luego seguirían ‘Le Pénitencier’, ‘Noir c'est noir’, ‘Retiens la nuit’, ‘Cheveux longs idées courtes’ y así hasta 50 álbumes, cuarenta discos de oro y  110 millones de ejemplares vendidos. Un estilo camaleónico que va pasando del hippie al soul y del blus al pop le garantiza una admirable longevidad. “No creó gran cosa, pero lo imitó todo”, resumía este miércoles el diario ‘Libération’ en su editorial.

Sin embargo, donde de verdad se impuso fue en el cara a cara con el público. Hallyday era una verdadera bestia encima del escenario. Llegó a batir todos los récords durante las giras de la primera década del 2000, con 500.000 espectadores en su concierto en la Torre Eiffel.

Aunque los inicios fueron otra cosa. Muchos recuerdan esos conciertos que acaban en bronca, como el de la plaza de la Nación en 1963 en Paris ante 150.000 jóvenes que terminaron liándola con la policía. Hallyday tenía 20 años. Tal era su fama de salvaje que muchas salas se negaban a contratarle.

Un locutor de radio llegó a romper en directo uno de sus discos advirtiendo a la audiencia: “esta la primera y la última vez que escuchan ustedes a este tal Johnny!”. Y un respetable François Mauriac se sublevaba ante su “delirium tremens erótico”. Pero toda una generación encontró en él la encarnación exacta de lo que más molestaba a los adultos bien pensantes.

Pasó también por el cine, donde tuvo un éxito desigual interpretando papeles de gánsteres, detectives y roqueros sin dejar una huella destacada como intérprete. “La carrera de Elvis en el cine se parece a mis inicios. No me daban más que mierdas. Elvis seguía siendo un rockero en Estados Unidos, como yo en Francia”, confesaría el cantante a ‘Le Monde’.

Autodestrucción

La carrera del cantante no se entiende sin sus amigos, sus amores y sus excesos. Noches autodestructivas, descenso a los infiernos, conciertos que terminaba casi inconsciente, alocadas carreras en coche a 200 kilómetros por hora, cocaína, anfetaminas o lo que tuviera a mano, un intento de suicidio, montañas de deudas, ruptura con la discográfica y hasta un juicio por presunta violación.

Su trayectoria, salpicada de excesos, éxitos y altibajos, está ligada a la memoria colectiva de toda una generación de franceses

La historia de Hallyday está íntimamente ligada a la de Francia. En 2002 compuso el himno oficial del Mundial de Fútbol  (‘Todos juntos’) y el 10 de enero del 2016, durante el homenaje a las víctimas del terrorismo que había sacudido duramente el país un año antes, interpretó en París ‘Un dimanche de janvier', vestido de negro junto al coro del Ejército francés.

El país ha seguido en las revistas paso a paso sus peripecias amorosas. En 1965 se casa con Sylvie Vartan y un año más tarde nace su hijo David. Tras divorciarse en 1980 de la célebre cantante, tiene un romance con la actriz Nathalie Baye del que nacerá su hija Laura. En 1990 se casa con Adeline Blondieau, de quien se separa dos años más tarde y en 1996, Laetitia Boudou, hija de uno de sus mejores amigos, se convierte en su esposa. Junto a ella adoptará en 2008 a sus hijos Jade y Joy.

“Mi trabajo y mi vida están íntimamente mezcladas. Soy un cantante de rock and roll y no cambiaré. La impresión de ser un superviviente no me abandonará jamás. Quedamos Mick Jagger y yo. Soy como esos grandes enfermos que luchan para no morir”, contaba en ‘Le Monde’ en enero de 1998.

El pasado 5 de julio dio el que sería su último concierto ante 3.000 fans en Carcassone, en el marco de la gira de ‘los viejos canallas’ junto a Eddy Mitchel y Jacques Dutronc. En el 2008 colaboró con Loquillo en su álbum Balmoral.