La mujer a la que Norman Mailer apuñaló
Al final ha sido una neumonía y no una feroz cuchillada lo que ha acabado a los 90 años con la vida de Adele Morales, una explosiva neoyorquina mitad peruana mitad india, que un mal día conoció al no menos explosivo Norman Mailer y se convirtió en su segunda mujer. También fue la más perseguida por los medios de las seis esposas del autor de 'La canción del verdugo', cuando este le asestó diversas puñaladas el 22 de noviembre de 1960, tras una fiesta en el apartamento familiar. Una de las dos hijas de la pareja, Danielle, anunció el fallecimiento el pasado 22 de noviembre en Nueva York.
Adele Morales era una aspirante a artista plástica que rondaba por los ambientes bohemios del Village neoyorquino, e incluso había tenido un 'affaire' con Jack Kerouac, cuando conoció a Mailer de una forma dramática y extrema que iba a marcar la tempestuosa relación entre ambos. Ella sufría un desengaño sentimental que le llevó a cortarse las venas con los cristales de la botella de alcohol que acababa de vaciarse y en el último momento llamó a un amigo, el director del 'Village People, que daba una fiesta en su casa. El teléfono lo atendió Mailer, uno de los invitados, tan asombrado ante la angustiosa voz de la mujer que quiso conocerla tras llamar a urgencias. Y así fue. Fueron tal para cual.
DROGAS, BORRACHERAS Y SEXO
Estilo '¿Quién teme a Virginia Woolf?', el matrimonio que duró seis años fue una fiesta continua de drogas, excesos, peleas, borracheras y -aireado por ambos- mucho sexo. En tiempos de la revolución sexual, las reglas del juego eran, sin embargo, un tanto desiguales. Norman no prometía fidelidad ninguna y ella debía plegarse a los deseos de su marido a la hora de formar parte de orgías, siempre ante la atenta mirada de este. Aunque en ese ejercicio tampoco fue exactamente una víctima. “Me parecía muy divertido. Cuando había bebido bastante, me excitaba todo lo que tuviera piernas: hombres, mujeres, perros…”, confesó ella al diario ‘Der Spiegel’.
Tuvieron dos hijas y en 1960 ocurrió el famoso incidente, que se saldó con profundas heridas en el abdomen y en la espalda, no acabó, sorprendentemente, de forma inmediata con la pareja. Ella no presentó cargos, alegando la protección de las niñas y él solo tuvo una mínima condena condicional. Dos años después acabó aquel carrusel de desenfreno y vino la separación. Para él su carrera continuó ascedente. Ella no tuvo el menor logro artístico y quedó muy quejosa de la pensión, que con el tiempo fue una de las cinco que fue arrastrando el escritor. Así que tres décadas más tarde -la venganza se consume fría- en 1998, decidió sacarle provecho a la historia, contando su versión en un libro envenenado titulado 'La última fiesta'. Allí no solo habló de la violencia hipermachista de su ex. También de la suya. No le importó confesar que intentó atropellarle en un ataque de celos y que, contra lo que se pudiera imaginar, aquel infierno fue también el mejor momento de su vida. De hecho, tras el divorcio siguió conservando el apellido de su marido.
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