OBITUARIO

Muere Xavier Corberó, el escultor del espacio público de Barcelona

El artista levantó obra propia en la ciudad e impulsó la llegada de piezas de autores internacionales como Lichtenstein y Oldenburg

El escultor Xavier Corberó, en el 2008 en una exposición en el Espai Volart de Barcelona.

El escultor Xavier Corberó, en el 2008 en una exposición en el Espai Volart de Barcelona. / periodico

NATÀLIA FARRÉ / BARCELONA

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"Fue un embajador de la cultura y del arte de Barcelona en el mundo; y como creador pasó del noucentisme localista al arte contemporáneo internacional". Así resume el historiador y crítico de arte Daniel Giralt-Miracle la trayectoria de Xavier Corberó (Barcelona, 1935-2017). Escultor con más prédica fuera que en casa, y hombre de mundo cuya participación fue esencial para llenar Barcelona de esculturas de artistas de renombre internacional durante la transformación que vivió la ciudad antes de los Juegos Olímpicos. Además de "hombre de fina ironía, gran sentido del humor, siempre optimista, hospitalario y generoso". Murió el lunes, en Esplugues de Llobregat, la ciudad en la que pasó media vida, la otra media la vivió en Nueva York.

Corberó no llegó al arte porque sí, sino por herencia o por genética. Su abuelo tocaba el clarinete en el trío de Pau Casals, su tío fue un pintor que alcanzó fama con el esmalte y su familia tenía un nombre entre los artesanos del noucentisme que durante la Exposición Internacional del 29 llenaron la ciudad de metales y bronces. En el taller familiar fundían sus esculturas Josep Viladomat, Frederic Marès y Pablo Gargallo. Y el encuentro con este último fue esencial para que Corberó encaminara sus pasos hacia el arte. La primera parada fue en la Escola Massana, fundada por su padre y el ceramista Josep Llorenç Artigas. Luego vino el viaje a Londres y el ingreso en la Central School of Arts and Crafts, donde conoció la obra de Henry Moore y entró en la modernidad artística.

DALÍ LE COMPRÓ SU PRIMERA OBRA

Antes de su marcha, pero, ya dio muestras de su osadía y determinación al exponer en la tercera Bienal Hispanoamericana, en 1955. Vendió su primera obra. Y no se la adquirió cualquiera sino al propio Salvador Dalí. Personaje al que aún tardó unos años en conocer pero con el que siempre mantuvo amistad. El genio ampurdanés lo ayudó cuando se instaló a Nueva York como luego él apoyó a los jóvenes artistas catalanes que se buscaban la vida en la Gran Manzana. También lo hizo desde su "palacio renacentista de la modernidad", como llama Giralt-Miracle a la inmensa casa que empezó a construirse en Esplugues de Llobregat en los 70 y que no daba nunca por acabada. Es su gran obra maestra. Un conjunto de espacios tan enorme como laberíntico, en el que sus obras convivían con artistas emergentes a los que acogía. Todos tenían cabida. Ahí aterrizó hace décadas Elsa Peretti, y allí localizó, hace mucho menos, Woody Allen el estudio de Javier Bardem en 'Vicky Cristina Barcelona'.

A Dalí lo conoció en Cadaqués en el 62. Donde también coincidió con Gordon Washburn, George Staempfli, Marcel Duchamp, Max Erns y Man Ray. Y ello dio pie a su primera exposición en Nueva York, en 1966 en la Staenpfli Gallery. Antes había debutado con su primera individual, en 1959, en Lausana con críticas que hablaban de la influencia de Giacometti y Germaine Richier. Y ya había expuesto por primera vez en Barcelona, en la Galería Mirador en 1960. Esta década fue su mejor momento, con exposiciones en Europa, EEUU y Japón. Premios: Manolo Hugué (1960), Ramon Rogent (1961) y la medalla de oro del estado de Baviera (1963). Y con piezas en muchas colecciones particulares, sus principales valedores. También tiene obras en museos, básicamente internacionales, como el MET de Nueva York, el Victoria & Albert de Londres y el Stedelijk de Ámsterdam. También en el Reina Sofía de Madrid. En los centros públicos de aquí hay poco: dos esculturas de basalto en el campus de la UAB propiedad del Macba. El resto son fundaciones privadas, como la Vila Casas, que atesora un importante conjunto de obra gráfica del artista, y la Fundació Suñol.

LOS JUEGOS OLÍMPICOS

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Pero sí ha dejado mucha obra pública, de hecho es uno de los artistas con más esculturas repartidas por Barcelona: suma nueve sin contar las fuentes. Entre ellas, 'Homenatge a la Mediterrània', un bello conjunto de 41 piezas de mármol con formas muy refinadas y sinuosas en la plaza de Sóller, y el homenaje a Rubió i Tudurí, también de mármol, que hay en la plaza de Gaudí. De una época posterior, más contundente, es el obelisco que recuerda a Tarradellas en la calle que lleva su nombre, y ejemplo de los grandes bloques de basalto de la última época es 'El viatger' que se levanta frente el Palau de Congressos.

Y mucho tuvo que ver el buen hacer de Corberó en el desembarcó del 'dream team' de escultores internacionales con una obra para la ciudad durante la transformación previa a los Juegos Olímpicos. Él los invitó a venir y él los convenció para trabajar para Barcelona. De manera que a él le debemos disfrutar de esculturas de Richard Serra, Roy Lichtenstein, Anthony Caro, Bryan Hunt, Beverly Pepper y Claes Oldenburg en las calles. Y a él le debemos, también, el diseño de las medallas olímpicas. Recibió la Creu de Sant Jordi por ello.