Imponente 'Missa' de Bernstein en el Auditori

La monumental obra del compositor estadounidense, dirigida por Clark Rundell, cierra con brillantez la temporada de la OBC

El director de orquesta Clark Rundell.

El director de orquesta Clark Rundell. / periodico

CÉSAR LÓPEZ ROSELL / BARCELONA

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Palabras mayores. La monumental 'Missa' de Leonard Bernstein, la última de sus tres grandes obras corales, ha puesto el broche a la temporada de la OBC. Los músicos de la sinfónica barcelonesa han llegado al final de curso mostrando un excelente estado de forma, dentro de su cada vez más positiva evolución, y es una lástima que una enfermedad haya impedido que su titular, Kazushi Ono, les haya podido dirigir desde el podio. El británico Clark Rundell, especialista en la obra del genial y versátil compositor estadounidense, ha asumido con éxito la responsabilidad de sustituirlo enfrentándose al complejo ensamblaje de una gran orquesta con las corales Lieder Càmera, Madrigal, Cor de Teatre Cor Infantil Amics de la Unió.

Un total de 270 intérpretes en escena han dado respuesta a las exigencias de la  ecléctica, aunque excesiva partitura del autor, que requiere de la presencia de una formación amplia completada en esta ocasión por jóvenes músicos de la Esmuc. El añadido de instrumentos de rock, teclados, percusión y de un destacado solista en el papel de celebrante (el brillante barítono William Dezeley, cantante de gran expresividad vocal y dramática), además de la del niño solista Bernat Rosés, han redondeado el reparto de la producción de una obra poco convencional que funde la espiritualidad de los componentes litúrgicos con la música popular de raíz americana de la que se nutren los grandes musicales de Broadway.

UN ENCARGO DE JACQUELINE KENNEDY

La sabia mezcla de estilos, que van desde el canto gregoriano, el jazz, el gospel, el rock, un sinfonismo fácilmente digerible, con referencias a Beethoven Mahler, y una teatralidad marca del autor de 'West Side Story', constituyen las bazas de este impresionante cóctel musical. La pieza de casi dos horas surgió de un encargo que Jacqueline Kennedy hizo al autor en 1971 para inaugurar el Kennedy Center de Washington.

En Barcelona sonó de maravilla, superando la dificultad de una discreta amplificación. Fue extraordinaria la actuación del barítono, especialmente en el vibrante pasaje de la consagración, en el que el celebrante muestra su ira ante la pérdida de fe de los congregantes, pero no resultaron menos lucidas las intervenciones de los solistas de los coros y de la orquesta. La fuerza de la tradición coral catalana apareció con nitidez en este concierto, así como también la eficacia de la escenificación de los movimientos y acciones de los miembros del Cor de Teatre. El niño Rosés simbolizó, con su canto, el abrazo de paz final. Inolvidable velada.