Milena Busquets: «Para crear se necesitan paraísos perdidos»

La hija de Esther Tusquets se convierte en un fenómeno editorial con su novela 'También esto pasará'

La escritora barcelonesa Milena Busquets, autora de la novela 'También esto pasará', en una cafetería de Sarrià.

La escritora barcelonesa Milena Busquets, autora de la novela 'También esto pasará', en una cafetería de Sarrià.

ELENA HEVIA / BARCELONA

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Le  gusta tensar la cuerda de la sinceridad con aire cándido. Y es fácil preguntarse si la 'nonchalance' de Milena Busquets (Barcelona, 1972) es genuina o procede de esa infancia de niña bien con tata anexa, fruto de una cierta burguesía bohemia que en la España franquista se saltaba a su antojo el cutrerío franquista practicando el nudismo, cambiando de pareja y de hábitos sexuales, ejerciendo una libertad que tardaría un tiempo todavía en democratizarse. ¿Hay que decir que Milena Busquets es hija de la desaparecida Esther Tusquets?

La autora, atractiva, de mirada poderosa y gestos de gorrión, se ha convertido en el último e insólito fenómeno editorial local. En la Feria de Fráncfort dejó atónitos a los periodistas con la noticia de que su segunda novela,'También esto pasará' (Anagrama / Amsterdam), había vendido 28 traducciones a las principales editoriales literarias del mundo. Blanca, la protagonista, arrastra el duelo por la muerte de su madre, dos exparejas que le han dejado sendos hijos; practica sus artes de seducción con los hombres, y viaja hasta el Cadaqués de su infancia.

Lo difícil es no leerlo en clave de confesión.

-Este es el relato del duelo de Blanca / Milena, quizá esa relación madre-hija queda todavía por contar.

 

-Esther ya escribió mucho sobre sí misma y es difícil añadir algo. Además, era mucho más impúdica con su intimidad que yo. La nuestra era una relación como hay tantas.

-Cierto, pero su madre era especial, su madre era de armas tomar. 

-Yo tampoco era fácil. Aunque nunca fui rebelde ni una outsider. Mis padres me enseñaron a hacer lo que quisiera, algo que por suerte sigo practicando.

-¿Cree que cumplió las expectativas de su madre?

 

-Noooo, por supuesto que no. Pero, ¿quién las cumple? Ella le repetía a todo el mundo lo maravillosa que yo era, pero… a mí no me lo decía jamás. Cuando se lo preguntaba, me decía, claro que te quiero, tonta. ¿Acaso eso no es parte del juego entre una madre y una hija? La relación con ella no era en absoluto intelectual, era una cosa más de piel.

-¿Cuándo sintió la necesidad de ponerse a escribir este libro?

 

-Un año después de morir mi madre. No tenía trabajo y estaba sin un duro, de repente me puse a redactar un capítulo. Fue algo impulsivo. Jamás lo planeé porque la experiencia era demasiado dolorosa. Y escribir..., bueno, toda mi vida he estado rodeada de intelectuales, pero no sé si eso es un acicate porque  me repele el halo un poco pedante que tienen algunos. Claro que yo también tengo mis pequeñas puñetas, si alguien me cita mal a Maupassant seguramente no le volveré a hablar.

-Sin nada que hacer y sin un duro. ¿Por qué así? 

-Ja, ja. Nadie me daba trabajo. Yo siempre estoy entre la alegría máxima y el borde de la depresión. Esa es mi actitud habitual. Pero cuando me puse a escribir fue otra cosa. No  estaba deprimida porque una depresión no te permite escribir.

-En su novela se fustiga a placer. Una amiga acusa a Blanca, es decir a Milena, de que la gente le interesa una mierda, que solo es capaz de querer a sus hijos y a su madre. 

-Pues ya es mucho. Son tres personas. (Ríe). Pero eso también me sirve para que este libro no sea autoindulgente y cutre. Si escribes debes hacerlo a calzón quitado. Y sí, lo confieso, soy egoísta, pero quizá sea eso lo que han percibido los editores del mundo entero. Que debajo de todo esto late algo verdadero

-Hace seis años su primera novela pasó de puntillas. ¿Entre aquella y esta ha madurado?

 

-A los 42 años no está mal que ocurra eso. Cuando has vivido y te has caído del caballo unas cuentas veces consigues extraer algo honesto de la escritura. La compasión por los demás es imprescindible, aunque mi frivolidad intrínseca imponga una distancia. Solo consigues ver a quien tienes delante si estás ahí . Y todos tenemos mucho miedo.

-Es decir, que en el fondo, no es tan cierto que solo le interesen sus hijos y su madre.

 

-Nooo. ¿cómo va a ser cierto? A un escritor le deben preocupar los demás porque son la materia de sus historias.

-¿Le pesa haber perdido el paraíso de la infancia?

 

-Eso fue muy brillante, pero también hubo muchos momentos solitarios, e incluso tristes. A mi madre no le gustaban los niños, por eso durante los veranos nos enviaban a mi hermano y a mí a Cadaqués con la tata. Solo empezó a hacernos casos cuando crecimos un poco y empezamos a pensar; cuando, como decía ella, nos volvimos interactivos. Creo que para crear se necesitan los paraísos perdidos.

-¿Educa a sus hijos en la libertad de su niñez?

 

-Yo tuve la mejor educación que me pudieron dar, y lo más importante, me hicieron sentir querida. Quizá no me dieron muchas armas para enfrentarme al mundo pero sí la voluntad de disfrutar plenamente. En ese sentido, he educado a mis hijos igual.

-¿Ha escrito esto para que Esther Tusquets esté orgullosa de usted?

 

-No, eso debía ser gratis. Nunca dudé del cariño de mi madre, incluso en sus fases más complicadas cuando era un amor-odio y éramos durísimas la una con la otra. Escribo para estar más tranquila conmigo misma, pero no para seducir.

-A tenor de la novela, la seducción es importante para usted.

 

-¿Es verdad, se nota? Yo creo que a todo el mundo le gusta seducir.

-Sí, pero no a todo el mundo le sale bien. También esto pasará transmite un acusado desencanto hacia la vida en pareja. ¿Lo comparte?

 

-A mí no me ha funcionado. Quizá por mi culpa porque los hombres me han tratado muy bien. Y yo he intentado no utilizarlos.  Al final, creo que no necesito un tío para estar bien. No me importa estar sola y eso me da mucha fuerza y también es un aliciente en la seducción. La desesperación es la peor arma de seducción.

-Después de tantos bandazos profesionales y vitales… [asiente con cara graciosamente compungida] ¿Ha encontrado su lugar en el mundo con la escritura?

 

-Bueno, yo voy a seguir escribiendo, pero igual lo hago porque no tengo lugar en el mundo. Quizá si lo tuviera no escribiría bien. Escribir es lo que me hace menos infeliz.