CENTENARIO DEL ESCRITOR MANRESANO, SUPERVIVIENTE DE LOS CAMPOS NAZIS

Mauthausen en la mirada

Una exposición sobre Amat-Piniella reivindica al autor de 'K.L. Reich'

Joaquim Amat-Piniella, ante la máquina de escribir.

Joaquim Amat-Piniella, ante la máquina de escribir.

ANNA ABELLA / BARCELONA

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«Se t'han de fer durícies als ulls», le aconseja al personaje de Emili otro preso ante el escenario de «cadáveres» andantes vestidos como «cebras en el Ártico» acarreando sobre sus espaldas inmensas piedras por los 186 letales escalones de la cantera de Mauthausen. Esas durícies a las que Joaquim Amat-Piniella (1913-1974) aludía en K. L. Reich, el imprescindible testimonio novelado de sus cuatro años y medio de calvario en el campo de concentración nazi, son las que conservaría el propio autor manresano toda su vida y que tanto impresionaron a la escritora Montserrat Roig cuando abrazó su amistad tras documentarse para Els catalans als camps nazis: «Fueron los ojos terriblemente cansados de Amat-Piniella aquello que más cosas me supieron decir de lo que había significado el infierno nazi».

El año del centenario de su nacimiento culmina ahora la misión de reivindicar la figura de un escritor que fue «símbolo de la República, de las víctimas de la guerra civil, de Mauthausen y del franquismo; de una generación sacrificada pero también de una fidelidad a los principios de la libertad y la justicia social a los que nunca renunció», explica Joaquim Aloy, comisario, junto a Josep Alert, Àngel Fusté y Llorenç Capdevila, de la exposición Joaquim Amat-Piniella: escriure contra el silenci, que hasta el próximo 6 de enero, en el Museu d'Història de Catalunya, recorrerá las cuatro etapas vitales del intelectual republicano.

Paralelamente a la muestra, que además de colocar al autor al nivel de Primo Levi o Jorge Semprún en cuanto a la literatura concentracionaria pretende dar a conocer el resto de su obra, Club Editor publica una novela inédita, escrita entre 1958 y 1961 y legada a su hijo: La clau de volta, una reflexión sobre la libertad individual protagonizada por Julià, un tarambana sin ideales aficionado al alcohol y las prostitutas. La editorial, además, recupera la edición catalana íntegra de su obra cumbre, K. L. Reich (1963), con cartas entre el autor y el editor Joan Sales, con los informes de la censura franquista y un posfacio de Marta Marín-Dòmine sobre la obra, que al margen de la trágica rutina de hambre, enfermedades, torturas, asesinatos y el «hedor a lana quemada» de las chimeneas del crematorio, destaca su aportación sobre la condición de prisioneros políticos de los españoles y sobre las divisiones entre comunistas y anarquistas, herencia de la guerra civil.

K. L. Reich, cuyo título alude al sello que llevaban todos los objetos de un campo nazi (Konzentrations Lager Reich), no deja de ser el estigma que marcó a Amat-Piniella, uno de los 2.000 españoles supervivientes de los 7.000 que fueron enviados a Mauthausen. El libro «tiene una profundidad humana y literaria que refleja, sin maniqueísmos y sin tomar partido, la conflictividad del alma y la condición humana, desde la sexualidad hasta la fascinación por la violencia», apunta Josep Alert.

«Hemos pasado cuatro años entre bandidos, en un clima de egoísmo desenfrenado, con la amenaza constante de la muerte, y hemos sabido conservarnos hombres», escribe Amat-Piniella sobre Mauthausen, que centra el tercero de los cuatro bloques de la exposición, marcado por el negro, las postales que pudo enviar a su mujer, Maria Llaveries, y por fotos del campo salvadas por Francesc Boix y Antonio García.

INYECCIÓN DE GASOLINA / En otras fotos aparecen los amigos con los que compartió el exilio en Francia, el trabajo en la línea Maginot, donde fueron hechos prisioneros, y que le inspiraron los personajes de K. L. Reich: Pere Vives (Francesc), asesinado en la enfermería del campo con una inyección de gasolina en el corazón, y el dibujante Josep Arnal (Emili), que se libró temporalmente de la cantera porque los SS le encargaban dibujos pornográficos.

La juventud de Amat-Piniella la protagonizó la República y su «estallido cultural y de ilusiones», apunta Aloy. El amarillo y el morado inundan ese espacio expositivo, que enseña fragmentos de los artículos que ya con 16 años publicaba en el diario El Día sobre política -era independentista y se implicó con Esquerra Republicana- pero también sobre arte, cine, teatro o jazz. En Manresa fue todo un «dinamizador cultural», añade, «comprometido con las vanguardias y la transgresión, que cofundó la revista Ara». Voluntario del Ejército republicano, la guerra -«un monstruo que nos va devorando uno tras otro», escribe en Roda de solitaris (1957)- se pinta de rojo sangre en la muestra, con un recuerdo a la «generación sacrificada» (Agustí Bartra, Pere Calders, Mercè Rodoreda, Salvador Espriu, Màrius Torres o Joan Vinyoli) y cartas inéditas desde el frente a su futura esposa, cuya muerte, en 1949, lo dejó desolado y con un hijo nacido tras el reencuentro.

El gris de la posguerra, el exilio interior, el ostracismo que recibió al autor de Les llunyanies a su regreso a Barcelona, concluye la muestra, donde reina el mecanoscrito de K. L. Reich, escrito entre 1945 y 1946 en Andorra y que no vio publicado hasta 1963, primero en castellano, gracias a Carlos Barral, en Seix Barral, y a los pocos meses, el 15 de octubre, un día como ayer, en la edición catalana que ahora lo revive.