Más ciencia que ficción

JORDI PUNTÍ

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Aunque los millones de dólares invertidos en promoción ayuden a disimularlo, hace años que las productoras de Hollywood viven inmersas en una gran crisis creativa. La decadencia se explica sobre todo por la tensión entre dos polos antagónicos: la ausencia de guionistas, que poco a poco se han ido pasando a los proyectos para series televisivas, y la presencia arrolladora de los efectos especiales, cada vez más elaborados y perfectos y atractivos. A falta de ideas para contar nuevas historias, pues, Hollywood vive del reciclaje, de la actualización de viejos modelos, y ahora nos viene encima una temporada en la que veremos remakes o recuperaciones de antiguas películas de ciencia-ficción. Quizá el estreno más relevante sea el de Mad Max: Furia en la carretera, que nos retorna a la desolación árida y con hedor a gasolina quemada de Mad Max en 1979. Hay que hablar, también, de Jurassic World, 23 años después de Jurassic Park, y de Terminator Génesis, con Arnold Schwarzenegger en el papel del cyborg que le hizo famoso hace tres décadas. Podríamos añadir un nuevo episodio de La guerra de las galaxias, el VII, dirigido por J.J. Abrams.

En el fondo, esta lista de retornos tiene un punto romántico y entrañable, pero se sustenta también sobre una gran jugada comercial. Los que crecimos fascinados por los efectos especiales de los años 80 -recuerdo esa maravilla que era el holograma de la princesa Leia que salía de R2D2- volveremos al cine cargados de nostalgia, y lo aceptaremos todo. Los más jóvenes, que han crecido con los videojuegos y están entrenados en una narrativa simplificada, fliparán con los efectos de última generación.

El problema, sin embargo, es que las nuevas versiones de las viejas historias ofrecen más ciencia que ficción. Es comprensible que alguien como George Miller caiga en la tentación de dirigir de nuevo un Mad Max después de 30 años, pero ahora los diálogos han adelgazado, la suciedad luce mejor y la épica digitalizada se vuelve barroca. Las escenas se alargan, la paciencia del espectador se acorta. El buen director será el que arbitre mejor el combate entre la palabra y el píxel.

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