Mariza, del fado a la verbena

La cantante portuguesa combinó su rigor vocal con licencias escénicas muy ligeras en la presentación de `Mundo¿ en el Festival de Porta Ferrada

Mariza en Porta Ferrada.

Mariza en Porta Ferrada. / JOAN MURGADELLA

JORDI BIANCIOTTO / SANT FELIU DE GUÍXOLS

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Ha vuelto Mariza tras el paréntesis derivado de su maternidad y la hemos visto este viernes en Porta Ferrada conservando sus aptitudes vocales, rindiendo honores al fado mientras se acerca a otros géneros y prestándose a adoptar licencias ligeras quizá asociables a la idea de un festival de verano. Una Mariza que desde el comienzo trasladó la responsabilidad del éxito del recital al público cuando advirtió que todo iría bien en la medida en que este se entregara y participara.

Mariza personaje y efigie divina, y Mariza fadista a la altura de sus exigencias, que comenzó la actuación luciendo precisión vocal en una pieza tradicional, ‘Fadista louco’, que cantó ‘a cappella’. Se unió luego el trío base, guitarra, guitarra portuguesa y bajo, en otros clásicos, ‘Maldiçao’ y ‘Anda o sol na minha rua’, estos incluidos en su último disco, el muy diverso, y un poco disperso, ‘Mundo’. ‘Mundo’.Tras el que, dijo, es su fado favorito, ‘Primavera’, entró en acción la batería, de un modo bastante aparatoso, en ‘Missangas’, mientras aumentaba la potencia de las luces y ella sustituía el vestido negro por uno rojo.

RAÍZ ‘AFRO’

Esa Mariza que la pasada década nos invitó a hablar de renovación de un género muy estancado, el fado, se expresó en su punto de rigor y melancolía en dos piezas modernas pero de clásicos contornos, ‘Adeus’ y ‘Sombra’, e integró sutiles esencias africanas, metáfora de sus raíces en Mozambique, en ‘Barco negro’, pieza del repertorio de Amália Rodrigues. Y en ‘Padoce’, con un estribillo en lengua criolla de Cabo Verde que quiso enseñar a cantar al público. No parecía una misión sencilla. “Les veo muy tímidos. Ya lo sé, soy muy guapa, muchas gracias”, apuntó, no sabemos si con ironía. ‘Alma’, de Javier Limón, sonó bonita y, todo sea dicho, ‘alboranesca’, aunque lejos de la estética fadista.

El recurso de hacer cantar al público puede funcionar en un momento de un recital, pero llegado cierto punto comenzamos a sospechar que Mariza se había olvidado por completo de que estábamos allí para escucharla a ella. Tras la milonga ‘Caprichosa’, inspirada en una chica portuguesa “que siempre decía no”, y que en su día hizo suya Carlos Gardel, siguió empeñándose en darnos lecciones de canto y de lengua portuguesa en ‘Rosa branca’, pieza que alargó rompiendo el ritmo del concierto.

Llegó ‘Paixao’, sustanciosa, pero en la tanda de bises el recital emprendió un alegre y decidido rumbo hacia el extravío. Mariza siguió forzando al público a participar, ese era su modo de asociar la noche al éxito, y las víctimas fueron las canciones, la alegre ‘Luar da meia noite’, también estirada hasta congelarnos las sonrisas, una ‘Ó gente da minha terra’ en que bajó a la pista para darse un baño de multitudes, y la invitación al baile en ‘Saudade solta’, en una muestra del que quiza sea un nuevo género, el fado-verbena.