Cosecha del 92

Javier Marías, Carmen Martín Gaite y Eloy Tizón.

Javier Marías, Carmen Martín Gaite y Eloy Tizón. / periodico

ELENA HEVIA / BARCELONA

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Hace 25 años todos volábamos en globo. Un globo de color rosa que nos alejaba definitivamente de la historia inmediata, de la España más casposa, y que nos elevaba hacia esa modernidad que nos merecíamos a golpe de Juegos Olímpicos y de Expo sevillana. El resto es conocido. El globo de 1992 acabó pinchándose cual burbuja inmobiliaria y ahora estamos como estamos. Y sin embargo, algunas de las pocas certidumbres que trajo aquella euforia generalizada siguen hoy o vigentes o dando nuevos frutos.

Fue el caso de la nueva narrativa española, que aunque tiene su punto de partida a mediados de la década anterior, la de 1980 (con obras como ‘La ciudad de los prodigios’ de Eduardo Mendoza, ‘Historia abreviada de la literatura portátil’ de Enrique Vila-Matas, ‘Mi hermana Elba’ de Cristina Fernández Cubas o ‘El invierno en Lisboa’ de Antonio Muñoz Molina ), cristalizaría con fuerza, como tantas otras cosas, en el 92. La literatura española y los lectores llegaron entonces a la cumbre de su enamoramiento.

Tres libros que ahora se reeditan ejemplifican bien aquel momento. Y no son cualesquiera. ‘Corazón tan blanco’ de Javier Marías‘Nubosidad variable’ de Carmen Martín Gaite y ‘Velocidad de los jardines’ de Eloy Tizón se publicaron entonces, todos en el sello Anagrama, y hoy Marías y Tizón recorren su camino en otras editoriales (Alfaguara y Páginas de Espuma, respectivamente) y la novela de la desaparecida Martín Gaite será recuperada en mayo en la pequeña biblioteca que Anagrama dedicará a la autora, junto a 'Usos amorosos de la posguerra española', 'La reina de las nieves', 'Lo raro es vivir' e 'Irse de casa'.

CORAZÓN TAN BLANCO

En febrero de 1992, Juan Benet, el escritor vivo que más respeta Javier Marías -el joven Marías-, envía a este una carta en la que le asegura que 'Corazón tan blanco' le ha gustado mucho. “Y más cuando considero lo poco que me satisfacen las [novelas] de tu generación”, le dice no sin ahorrarle lo que él considera algunas pegas. La carta se reproduce en un volumen, ‘No he querido saber’, que recoge textos y testimonios de la recepción crítica de la novela y que acompaña en una caja a la edición conmemorativa de esta, con prólogo del autor. Por entonces, Javier Marías había escrito seis novelas, entre ellas una obra de culto y como tal, con recepción restringida, como ‘Todas las almas’.

'Corazón tan blanco' fue un acontecimiento al que la crítica colocó unánimemente el marchamo de clásico del siglo XX y en su andadura ha sido traducida a 37 lenguas en 44 países y ha vendido casi dos millones y medio de ejemplares. Aunque al autor la idea de la posteridad le parece ridícula, no puede negar la pervivencia de una novela que según él "tuvo la fortuna de caerle bien al público, pese a que no era lectura fácil. Llegué a pensar que había un malentendido". Marías confiesa que no ha releído su novela y que no lo ha hecho, sobre todo, para no constatar una duda que le ronda, que hace años: escribía mejor que ahora.

Sea como fuere, la obra le permitió vivir de la literatura al situarse en la rampa de su lanzamiento internacional. De aquello fue responsable Marcel Reich-Raniki, el pope televisivo cultural alemán (una especie de Bernard Pivot germánico) que dedicó un programa a la novela. Lo más sorprendente del asunto es que 'El cuarteto literario'  tenía en aquel momento una audiencia de millones de telespectadores. Receloso de los tiempos que le están tocando vivir, el autor no considera que las circunstancias en las que apareció aquel libro sean extrapolables a la actualidad.

NUBOSIDAD VARIABLE

Jorge Herralde, responsable del lanzamiento inicial de las tres novelas, recordaba haber tratado a Carmen Martín Gaite, 'Carmiña', como compañera de viaje de Carlos Barral, Josep Maria Castellet y Pedro Altares. Aunque la amistad profunda entre ambos nació a finales de los 80, cuando las novelas más recordadas de la autora eran cosa del pasado y habían quedado opacadas por los trabajos de los que el editor llama los ‘grandes tenores’, Juan Goytisolo, Juan Benet y Luis Martín Santos. “Me habló con tanto entusiasmo de 'Usos amorosos de la posguerra española' que acabé editándo, pese a que en un principio llegué a pensar que el tema en plena ‘Movida’ quedaba un tanto lejos. Fue un éxito clamoroso”.

A ese ensayo siguió 'Nubosidad variable', que a día de hoy lleva 170.000 ejemplares vendidos, y que en cierta manera suponía llevar a la ficción la teoría y la documentación de su ensayo. "Fue su consagración como novelista", valora el editor. También formó parte de un fenómeno de difícil explicación: por qué tres escritoras importantes en los 60 y 70 tuvieron que esperar casi 20 años para verse realmente reconocidas. Herralde piensa también en Josefina Aldecoa y su 'Historia de una maestra' y en Ana María Matute y su 'Olvidado rey Gudú'. En el caso de Carmiña su éxito vino tras la depresión por la prematura muerte de su hija Marta. “La escritura le devolvió a la vida”. Así la recuerda Herralde, con su incombustible vitalidad, su característica boina derrochando simpatía con los lectores en la Feria del Libro del 2000. Era casi imposible imaginar que un mes más tarde desaparecería de repente.

VELOCIDAD DE LOS JARDINES

A diferencia de sus otros compañeros de viaje que fueron éxitos instantáneos, este memorable libro, de relatos, fue haciendo su andadura muy lentamente y tardó años, si no décadas, en ganarse su fama de libro fundacional. A él quizá haya que echarle la ‘culpa’ de la buena salud que hoy goza el cuento en España. Fue el primero para Eloy Tizón, su autor, que lo publicó con 28 años, apadrinado por Rafael Conte. “Fue escrito con una gran fe en la escritura,  algo que puede gustar o no, pero que hoy conecta muy bien con los jóvenes. Tengo la sensación de que las generaciones jóvenes lo valoran ahora más que la gente de mi generación, porque entonces era un artefacto extraño”, recuerda el autor. Esa extrañeza se resume en el lema que Tizón aporta al prólogo del libro: “Demasiado clásico para los modernos, demasiado moderno para los clásicos”.

A la larga, Tizón se felicita de que la vida de su libro haya ido tan lenta como larga e insistente y hoy pueda ser contemplado como un título esencial de la literatura española de la segunda mitad del siglo XX. “Estoy convencido de que un éxito automático me hubiera matado como escritor. No hubiera sabido como gestionarlo, de ahí que haya podido continuar con mi trayectoria sin presiones ni sombras”.

También recuerda aquel 92 de escasas preocupaciones sociales, de alegría general –“falsa, es verdad, pero así la sentíamos”- en el que la literatura más experimental y más dura para el lector dejó de conectar con su tiempo. “Entonces entramos una serie de escritores mucho más narrativos que ayudamos a participar a la euforia general, que alguien puede considerar que era solo una borrachera. La prueba definitiva es que aquellos libros hoy siguen estando vivos”.