Mariana Enriquez: "Mis cuentos reflejan mis propios miedos"

La autora argentina publica el libro de relatos 'Los peligros de fumar en la cama'

La escritora Mariana Enriquez, en su visita a Barcelona.

La escritora Mariana Enriquez, en su visita a Barcelona. / periodico

ELENA HEVIA / BARCELONA

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Es pequeña y chispeante, el cabello muy negro y la mirada intensa, tanto que lo fácil es pensar que lo que está buscando es el envés oscuro de las cosas. Como en sus historias, a la vez negras y vivaces. Mariana Enriquez es una de las periodistas culturales más reconocidas de su país, Argentina. También fue niña prodigio. Con apenas 20 años publicó una novela sobre su rabia punk y se paseó incómoda por los platós de televisión donde le preguntaban, morbosos, por su conocimiento de las drogas. Se asustó, claro. Y tardó muchos años en volver a publicar. Relatos de terror. Tras el desasosegante 'Las cosas que perdimos en el fuego', que recibió los parabienes de Dave Eggers, llega ahora a España, 'Los peligros de fumar en la cama' (Anagrama) que en su país salió primero y que demuestra cómo los viejos fantasmas pueden volver a golpearnos con temores contemporáneos.

La literatura argentina actual es muy política, ¿cómo encaja una escritora de terror ahí? La literatura argentina es terriblemente política porque la sociedad es terriblemente política, lo quieras o no. Es algo que está presente en todas las conversaciones. Como tradición es inevitable. Lo que yo hago es tomar el género de terror y hacer literatura política, que es nuestra tradición, desde otro lugar.

De ahí que en su libro se diga que los argentinos tienen una fijación muy fuerte con la necrofilia. Ahí está la mitificación de Gardel o el culto por el cadáver de Evita Perón.  Es verdad somos así, no sé por qué. Paralelamente también tenemos una tradición fantástica muy fuerte. Mucho más que otros países hispanoamericanos, incluso antes de Borges, con escritores como Leopoldo Lugones o Horacio Quiroga, que nació en Uruguay pero escribió toda su obra en Argentina. 

Hay mucho de la fría violencia de Quiroga en sus relatos. Es un escritor muy incorrecto y me gusta mucho por ello. Un cuento como 'La gallina degollada' es un delirio con esos cuatro hermanos deficientes mentales que cometen un acto terrible e insoportable para el lector.

Sí, no es apto para estómagos sensibles. ¡Pues en Argentina se lee en el Instituto!

A lo mejor habría que encontrar la explicación ahí. (Ríe) Después tenemos la tradición fantástica y anglosajona de Borges que es capaz de dedicarle un cuento a Lovecraft o escribir el prólogo a 'Crónicas marcianas' de Bradbury. Borges, que en sus gustos es bastante fan, bastante inocente, no solo es un escritor, también es un operador cultural que te lleva a descubrir otras lecturas. Pero a mí también me iluminó Stephen King que me llevó hasta Peter Bloch, que es más pulp, a Peter Straub o a Shirley Jackson.

¿Sus cuentos reflejan sus propios miedos? Sí, los míos y los compartidos. En el cuento titulado 'El carrito' que muestra cómo en un barrio periférico un indigente es expulsado de una manera muy violenta he querido mostrar cómo la clase media baja se vuelve reaccionaria y se acerca peligrosamente al fascismo. Y eso yo lo conozco bien porque crecí en Lanús. En el cuento 'Las cosas que perdimos en el fuego' aparece el momento de la crisis económica y ese sentimiento de que una está caminando sobre cristales y que a la vez le están tirando de la alfombra, algo inestable y doloroso.

También está la adolescencia contemplada como un peligro. Es que mi propia adolescencia fue bastante salvaje. Me parece muy interesante mostrar a las mujeres con ese poder desatado, fuerte y a la vez vulnerable.

Bombas de hormonas. Sí, bombas que si se canalizan hacia el mal pueden hacer mucho daño. Lo normal es que con el tiempo se desactiven, como le ha ocurrido a la bomba de Madonna a la Casa Blanca.

Y la dictadura, como presencia constante. En el primer cuento, una chica encuentra huesos en el patio de su casa. Y, claro, no tiene nada que ver con desaparecidos, pero encontrar huesos en un país que tiene tantas fosas comunes te lleva a esa lectura. En el último, unas adolescentes juegan a la ouija convocando a los desaparecidos, básicamente para hacerse famosas. Ese cuento parte de algo real y es que amigas mías hacían eso de pura desesperación para saber dónde estaban los cuerpos de sus padres. No tenía ganas de contar esa historia porque me parecía demasiado pegada a la realidad, pero puedo transformarlo en un cuento.

En España muchas escritoras jóvenes están practicando una literatura que no le teme a la crueldad. La suya tampoco. ¿Aventura una explicación? Hoy la cuestión del género es algo central en la discusión pública y vuelven ciertas rebeldías que las mujeres se plantearon en los años 60. Ahora de una forma más simbólica, porque en los 60 estaba más claro contra qué se revelaban. Creo que lo que se plantea hoy es ir contra la mujer como madre santa y hacerlo a través de la violencia es una forma de retorcida igualdad.

Yo también puedo ser mala. Eso es, yo también tengo el poder de la violencia. Lo veo también como una rebelión contra el debate público sobre el cuerpo de la mujer. Algo rarísimo. Se habla de la delgadez extrema o del aborto como si eso no fuera una persona. Yo jamás oí hablar de penes de ese modo. Es algo cruel que genera crueldad, una crueldad bastante gore, la verdad, que tiene ver con la disección pública de los cuerpos femeninos.

Uno de los monstruos más temibles de su libro es una ciudad que atrapa a los visitantes. Esa ciudad es Barcelona. No sé si la hubiese escrito si llego a saber que se iba a publicar acá…

Bueno, aquí se comprenderá que es ficción.  En los 90 y durante la crisis, muchos amigos se mudaron a Barcelona y vine a visitarlos varias veces. En mi primera visita había estallado el Caso Raval y lo usé como inspiración, en realidad no sé cómo fueron realmente los hechos. El mito de Europa es muy fuerte para la clase media de mi país y a mí me pasaba eso, que a mis amigos se los tragaba una ciudad al otro lado del mar y yo me quedaba en un país sin futuro.

Había resentimiento. Pues un poco, sí. Y también exageración, claro. Pero ese cuento es mi venganza.  

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