CRÓNICA
Maria Coma, un fin de etapa
La pianista y cantante cerró la era de 'Celesta' con preciosismo en el Auditori
Las estilizadas, caudalosas, un poco enigmáticas, canciones de Maria Coma al piano han supuesto un punto de referencia de nuestra escena en los últimos años, pero, por lo visto, ha llegado el momento de un punto y aparte. Porque el recital del viernes en el Auditori (sala 3, con las entradas agotadas desde hacía una semana) no fue solo el último de la gira Celesta tras más de un año de recorrido desde su estreno en el Mercat de Vic del 2013, sino que tuvo aspecto de despedida mucho más honda.
Coma se nos va a Londres por una temporada que no parece que vaya a ser corta, el futuro es una hoja en blanco y su recital fue un fin de etapa en el que volcó todo lo aprendido y madurado en los últimos seis años, desde aquel sensible, un poco naíf, Linòleum (2009), hasta el oscuro Celesta pasando por la exuberancia de Magnòlia (2011). «Me sabe mal renunciar a esta banda, pero...», lamentó mientras recorría canciones, sobre todo, del segundo y el tercer disco junto a un poderoso trío integrado por Pau Vallvé (batería, sampler y coros), Nico Roig (guitarra) y Marc Barrera (bajo). Empezando por Abismes, cuyo texto lanzó algunas pistas sobre la naturaleza inquieta de la artista. Abismes«Si tot parés / m'asfixiaria»
Olas melancólicas
Composiciones llenas de insinuaciones y de esbeltas líneas melódicas que crecen, reposan, renacen, a veces, con vigor sinfónico y juegan con un ideal de belleza melancólica. De Berlín y L'últim cercle polar a los rescates de Bosc adormit y BerlínL'últim cercle polar Bosc adormitEls rius es van dividint, con una corpulencia instrumental renovada respecto a las versiones discográficas. Voces ululantes en Mujer de lananexo común con el mundo de Vallvé, y loops vocales de aspecto ingrávido. La voz y el piano se quedaron a solas para dar una nueva vida a Placenta, una de las canciones dePlacenta Linòleum
Luego llegó Celesta, sinuosa y con un crescendo dramático, turbadora pero en la frontera de la pretenciosidad. Esa es la amenaza más visible que flota sobre Coma, que a veces, en ciertas dinámicas reiterativas, embelesadas, se la intuye seducida por sus propias notas y por el rastro que dejan en el aire. Dejó para el tramo final las piezas más frondosas, ese Dins magnòlies con aires proustianos, un Rosebud coral, y la exuberante Tots els colors, con una cuña minimalista, De nit, a medio camino. Despedida y cierre hasta nuevo aviso, ya que Coma dejó en el aire su reencuentro con el público. Misteriosas palabras finales: «Espero volver a veros si hago otro disco y otra gira...»
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