FESTIVAL DE JAZZ

Mezquida y McHenry, el prodigio y el sabio

La arriesgada expedición del pianista menorquín y el saxofonista neoyorquino obtuvo su recompensa

Marco Mezquida, ayer, en Barcelona.

Marco Mezquida, ayer, en Barcelona.

ROGER ROCA

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La imagen era poco común: todo un Auditorio del Conservatori del Liceu lleno para ver un concierto de un músico de jazz local. El pianista menorquín Marco Mezquida es unos músicos de aquí que mejor ha calado en los últimos tiempos. Especialmente en directo, lo que cautiva de Mezquida es la energía, la técnica prodigiosa y su capacidad para hacer música de amplio espectro que va de la embestida 'free' a la delicadeza de la nana. Y desde el jueves, a Mezquida y a su trío habitual hay que reconocerles otro mérito. Porque hace falta valentía para invitar a compartir escenario a un tótem del jazz contemporáneo como el norteamericano Bill McHenry, figura de culto en la escena de Nueva York. Un saxofonista que toca como si esculpiera las notas en piedra, un músico de pocas palabras, de sonido claro y sin adornos, que siempre parece tener la nota justa, la idea exacta.

McHenry es una bestia de naturaleza muy distinta a la de Mezquida. El saxofonista de Maine es granito y el pianista de Menorca es un volcán, si la imagen no resulta demasiado cursi, y la combinación tenía riesgo especialmente para el trío local. El propio pianista lo explicaba días antes a este periódico: cuando McHenry toca, su sonido queda tan en primer plano que todo lo demás se convierte en fondo. Mezquida lo sabía de haberlo estudiado durante horas y de cuando grabaron juntos 'Cantabile', el disco que presentaban el jueves dentro del Voll-Damm Festival Internacional de Jazz de Barcelona. Una colección de piezas que son casi canciones, escritas a conciencia para equilibrar las fuerzas de un trío compacto que vuela ligero y un solista que habla despacio porque ya es sabio.

CAMINOS CALEIDOSCÓPICOS

En los pasajes más arreglados sin intuyó que el repertorio aún es joven, pero a la que la pieza despegaba y tomaba velocidad de crucero, todo fluía. El trío se conoce a las mil maravillas y disfruta jugando con los ritmos, los acentos y las intensidades, tal cual una conversación entre tres amigos. Cuando McHenry se adentraba en las melodías, dibujaba caminos extraños y preciosos, y si Mezquida tomaba la iniciativa, la imagen se volvía como la de un caleidoscopio.

Hacia el final del concierto, con una pieza inspirada en la banda de rock Radiohead y el vino del Montsant, el trío del pianista prodigioso y el sabio del saxo resonaron exactamente en la misma frecuencia. Fueron a la vez explosión y combustión lenta, la combinación que quizá Mezquida buscaba cuando se acercó a uno de sus ídolos para pedirle que hicieran música juntos. La valentía, esta vez, tuvo premio