Manuel Molina: "Si el flamenco hubiera sido catalán, otro gallo cantaría" (14-10-2012)

El poeta del flamenco presenta con su hija Alba el espectáculo 'Molinas' y 'Dominical' recorre con ellos su Sevilla íntima

NÚRIA MARTORELL / BARCELONA

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"Hacía demasiado tiempo que no paseábamos juntos por aquí", suspiran Manuel Molina y su hija Alba mientras caminan por el Callejón del Agua, en el popular barrio sevillano de Santa Cruz. "Mira, en esta casa viví hasta los 9 años", recuerda ella con ojos vidriosos. El recorrido por estas laberínticas callejuelas provoca que los recuerdos se amontonen de golpe, sin avisar. Dos grandes naranjos, ahora sin flor, custodian el viejo portón de madera.

"Aún puedo oler el azahar que se colaba por las ventanas, lo tengo impregnado en la memoria", añade, agarrada del brazo de su

padre, el gran gurú del flamenco. Y de su vida. Un transeúnte se cruza con ellos por el estrecho pasadizo y exclama: "¡Pero si son

Lole y Manuel!”. Él les saluda, cariñoso. Y Alba dice riendo: "Estoy tan acostumbrada a que me confundan con mi madre…". Por eso, para que esta vez no haya confusión, han titulado el espectáculo que ofrecerán juntos simplemente 'Molinas'. La cita será el próximo jueves 18 en la sala Apolo de Barcelona, dentro del festival De flamenco… y otras aves.

A Manuel le falta tiempo para alabar a la promotora que les programa, Arte por Derecho, y a Catalunya. "Si el flamenco hubiera

sido de los catalanes, otro gallo cantaría. Sería una cultura intocable. Son gente que se toma las cosas con tanta seriedad y respeto.

¡Cómo les admiro! Soy capaz de ir a Barcelona o a Tarragona sin contrato porque sé que me van a pagar. Y así no voy a ningún

otro lugar del mundo. En esa tierra van por derecho y con profesionalidad, mientras que aquí se hacen las cosas porque nos sale de

los cojones. Además, como estamos tiesos, somos capaces de vendernos y bailar por 20 duros. Y mal hecho. Le estás haciendo daño

a la humanidad", se lamenta el veterano artista. A su lado, su hija asiente.

Caminan juntos y despacio (o 'Despasito', como Alba tituló su primer disco) por los adoquines de lo que fue la antigua judería sevillana. Y deciden tomarse unas tapitas en Casa Román, sacrosanto lugar de la plaza de los Venerables. Aquí, como en la calle, todos veneran a Manuel. El bohemio, el trovador que acurruca la guitarra, mira el cielo y estremece con su voz rasgada y su rasgueo embrujado. El gitano que además fue rockero con el grupo Smash, y abrió el jondo a caminos hasta entonces no transitados. Con Lole, su entonces pareja sentimental, alumbraron una nueva manera de entender el flamenco. Arte y sabiduría se asoman por su poblada barba. Cuando canta. Cuando habla.

Alba y Manuel se sienten felices con esta nueva alianza: 'Molinas'. "Mi hija es mi mejor canción", suelta, orgulloso. La complicidad y devoción mutuas son evidentes. Tienen muchas afinidades y gestos comunes. Alba remata también alguno de sus cantes extendiendo los brazos como alas.

¿Hasta qué punto los padres deben traspasar sus valores a los hijos o dejar que sean ellos quienes aprendan por su cuenta? 

Manuel Molina: Creo que lo mejor es el ejemplo, pero sin hacer hincapié. Espero que Alba haya cogido lo que le guste de mí. Y lo que no, pues fuera. Pero que no me vaya a criticar. Yo jamás le he dicho: "Así no puedes ser". Mejor que sea ella quien lo piense. Que recapacite. ¡Y funciona! Alguna vez, ha admitido: "Me he pasado, papá". Para mí es una forma, entre comillas, de ganar batallas. De tener éxito.

¿Y cuál es la mejor herencia que le está dejando? 

M. M.: Lo cachondo que soy [risas].

Alba Molina: Sí, sí. Esto es lo que me está dejando [carcajada].

M. M.: Afortunadamente, los dos estamos bastante locos. Siempre estamos de broma, de cachondeo, pero siempre con amor y con

cariño. Siempre disfrutamos: en casa, en el escenario... Y siempre me estoy metiendo con ella. Hay un rollo vacilón entre nosotros. 

Pero también de libertad, de respeto.

A Manuel le gusta recitar: "Si me dejaran escoger/ yo escogería morirme/ cantando al amanecer". ¿Hay que temer a la muerte?

M. M.: Que me atropellara un Rolls-Royce o un tranvía como a Gaudí sería una fatalidad. Pero morirme cantando es lo mejor

que me puede pasar. A la muerte no hay que esperarla ni tenerle miedo. Solo se debe ser consciente de que existe y ya está. Me

gusta el chiste ese que dice: "Pero, chiquillo, ¿por qué no dejas esa mala vida? ¿No ves que te está matando poco a poco?". Y él

contesta: "Precisamente. Prisa para morirme no tengo".

Con Los Gitanillos del Tardón (así se llamaba el trío que formó junto a Chiquetete y El Rubio), Manuel Molina tuvo sus primeros devaneos artísticos. Tenía 12 años. Después, estando en la mili, este hijo del guitarrista algecireño El Encajero fue reclutado para formar parte de las filas del mítico grupo Smash, pionero del rock andaluz. "El productor Ricardo Pachón, que estaba casado con la hija de un capitán, se me presentó y me preguntó: '¿Quieres formar parte de Smash?'. Y yo le dije que no. '¿Y si te saco de la mili?'. 'Entonces, sí'. En el avión de Sevilla a Madrid compusimos 'El garrotín', que llegó a ser número uno en ventas", relata.

Pero la mayor popularidad la alcanzó al lado de Lole y con esa canción, 'Mariposa blanca', que coqueteaba con las flores "mecida por las brisas frescas". Una de las imborrables canciones que publicaron en 1975, en un disco que curiosamente también puso título a lo que ocurría en la realidad sociopolítica española: 'Nuevo día'.

M. M.: "Más allá de las fatigas, demostramos que el flamenco podía cantarle a la luna, a la naturaleza", rememora. Y que musicalmente se podía flirtear hasta con los mismísimos Beatles. "Los primeros acordes de la 'Soleá' de Lole están claramente influidos por ellos", admite.

"Lole y Manuel nos tienen confundidos", soltaba entonces el gran cantaor Chocolate, mientras ellos abarrotaban las salas de conciertos y el público hacía colas kilométricas para verles. Entre el público, "había hippies, intelectuales, monjas, curas, golfos y putas. Y sin tirar del marketing", subraya Manuel.

Pero en el festival Canet Rock llegaron a tirarles naranjas, ¿verdad?

M. M.: Sí, sí. Lole estaba de los nervios y yo le decía: "Tranquila, no pasa nada". Hasta que cantamos 'Todo es de color' y de repente se hizo el silencio. La gente estaba como en una nube. Y a la mañana siguiente, ¡estábamos en la portada del periódico!

A. M.: Me entran ganas de llorar…

M. M.: No veas lo que significó para nosotros. A partir de ese momento, en Catalunya tuvimos un éxito total. Llegamos a llenar

teatros de Barcelona más de un mes seguido. ¡Y qué silencio y respeto había mientras cantábamos! Es el público que más me gusta.

¿Y qué opinan de las tensiones que se han creado a raíz del tema del independentismo catalán?

M. M.: Que no debo decir nada. Esto, como la crisis, es una creación de los monstruos que tenemos como gobernantes. Nos están enfrentando. Ellos son los culpables, los que rigen el cotarro, así que sean ellos los que se busquen la vida.

A. M.: La política es algo que ni entiendo ni comparto. Pero me da la sensación de que no tiene arreglo. Para solucionar la crisis,

tendríamos que jodernos todos, pero absolutamente todos. Y los poderosos, los más ricos, no están dispuestos.

M. M.: ¿Cuánto tiempo hace ya que los andaluces se fueron a vivir a Catalunya? ¿Y cuántos catalanes vienen aquí y se sienten

encantados? No es cuestión del pueblo, sino de los cabroncillos esos que enfrentan a los demás para ganar votos, o dinero. Pero insisto: que sean ellos los que den la cara.

¿Y al flamenco también le hace falta un 'Nuevo día'?

M. M.: Sí. Y, además, de forma urgente. Las casas de discos y los productores tienen toda la culpa. Hay gente que canta del carajo y no se come un carajo por la mafia que hay montada. Aquí siempre comen los mismos, a los que no nombro porque el respeto está por encima de todo. Y solo comen ellos, porque son los que le comen el culo a los de las discográficas. Y luego están los productores que fabrican artistas sin personalidad propia. Esto es un cachondeo. Para mí, la música es como un beso: si no es puro, no es un beso, es una pura mierda. Mi madre me parió para ser músico. Ni bueno ni malo. Y me due le que maltraten así mi forma de vivir. ¡Cómo la están matando! Y cuando encima van y lo llaman flamenquito, entonces ya me dan ganas de cagarme en sus muertos. O es flamenco o no lo es. ¿Quién ha inventado esta palabra?, ¿un imbécil? Y lo mismo me pasa por la cabeza cuando alguien me dice que es flamencólogo. Es que me harto de reír. Ah, ¿sí?, pues hazme el compás por soleá. Un buen carpintero conoce bien la madera. Sabe que debe cepillarla siguiendo el sentido de las vetas. Si no conoces ni la base, ¿cómo vas a saber hacer una silla? Pues lo mismo pasa con el flamenco. Encima, las casas de discos parece que seleccionen a los más horteras. Al final te das cuenta de que esto es una prostitución pura y dura. Una vergüenza.

Manuel nunca ha estado en contra de las "fundiciones" en el flamenco, como le gusta llamarlas. Prefiere esta palabra al verbo

fusionar, "porque no es otra cosa que pegar una cosa con otra". Él fue de los primeros que se atrevieron a girar el picaporte y abrirlo

a sonoridades ajenas. "Un gitano siempre es peligroso, accesible a toda clase de músicas. Solo hemos de desprendernos de

los prejuicios. Yo no soy racista, de hecho tengo más amigos payos, pero para cantar por bulerías se ha de ser gitano, igual que

para torear bien se ha de ser de Despeñaperros pa' abajo. Y lo mismo pasa con la sangre. En el caso de Lole es evidente: se ha ido a Mauritania y ¡mira cómo canta árabe! Eso es porque ya viene preparada de la barriga de su madre [ni más ni menos que Antonia Rodríguez 'La negra', genial y racial cantaora y bailaora nacida en Orán, Argelia]".

"¡Uf, la abuela! Ella fue la que me crió", suelta como un resorte Alba, "gitana" en muchos aspectos de su vida, dice, y de su música.

"Lo que yo también canto es flamenco, pero en Barcelona, con Ricardo Moreno, un tocaor gitano de Lebrija, haré algunas cosas

inéditas que tienen algo de pop, de jazz, toques de Brasil… Y luego actuaré con mi padre, claro".

M. M.: ¡Qué bien canta Alba! ¡Y qué oído! Afina como un Longines. Y, para mí, eso es el principio de la música. Si no hay afinación, no hay nada. Luego da igual lo que cante. Es más, Alba afina mejor que Lole, te pongas como te pongas.

A. M.: Pero, papá, nunca me habías dicho esto. No tenía esta apreciación. Tengo la piel de gallina.

M. M.: Es que es verdad. Hasta a mí me sigue sorprendiendo cómo lo consigues. Es casi imposible hacerlo como tú. Pones un palillo

de dientes y delante una cuerda, y solo ves uno: esta es la afinación correcta. Un lujo, vaya. Algo que se tiene o no se tiene, no hay

vuelta de hoja.

¿Y qué opina Lole de este nuevo dúo artístico, Alba y Manuel?

A. M.: Primero déjame aclarar una cosa, que aún estoy impactada: yo no tengo la prodigiosa voz, la garganta de mi madre. Ojalá.

Nadie la tiene. Pero para eso ya está ella. Aunque está claro que sí se ve que soy hija suya, claro. Y sobre lo que preguntabas, pues

supongo que le parece bien. Mi madre es muy linda. Y le gusta mucho verme cantar. Siempre ha seguido mi carrera.

Cuando tenía solo 13 años, Alba escribió su primera letra: 'Verde aceituna', que sus padres incluyeron en el último disco que publicaron juntos (cuando ya estaban separados) y que bautizaron 'Alba Molina'. Pero si una composición suya sorprendió por su intensidad fue 'Mi alma desnuda'. La compuso con 18 años y la firmó junto a Antonio Smash (formando parte del tracklist de 'Despasito'). Decía así: "Muriendo en mi agonía/ no quiero ver más lo que he mirado/ a través del cristal de la experiencia".

¿No era demasiado joven para algo tan desgarrador?

Es que pasé fatiguillas de joven. Los amores de chica. Bueno, tampoco era tan…

¿Y qué recuerda de sus pinitos como modelo?

Pues que con 12 años ya era muy, muy coqueta. Y muy vulnerable.

Y también muy combativa. Luego, en su etapa con el grupo Las Niñas, menudo revuelo armó con el contundente grito-canción 'No a la guerra'. ¿Echa de menos esa época? ¿Se atrevería a lanzar alguna otra consigna?

Es muy complicado. Y yo de política no entiendo, así que prefiero no meterme. Además, me quejaría si viera que realmente sirve

de algo, pero nunca para vender la moto a no sé quien. O para querer sacar tajada de una cosa que no tiene sentido, ni arreglo,

ni nada. No cantaría más este tipo de cosas, la verdad. Prefiero abordar y recuperar más los clásicos, cantarle al amor. A lo que me

inspira amor.

¿Volvería con Las Niñas?

Ojalá pudiera volver a grabar con ellas. Me lo pasé muy bien. Y aprendí muchísimo y de todo: a convivir, musicalmente, a moverme en el escenario. Incluso a saber lo que no tengo que hacer. Y no me refiero al 'No a la guerra'. Entonces pensé que era lo que tenía que

grabar; que la gente la iba a recordar fácilmente. Y cinco años más tarde pienso que acerté bastante.

Pero su tarjeta de presentación fue 'Despasito'. ¿Es así cómo quiere vivir?

Sí, sí. No quiero prisas ni en la vida ni en la música. No quiero ser Madonna. No me interesa para nada. Solo aspiro a vivir la música como algo positivo. Algo que me permita vivir. Despacio y tranquilamente. Y creo que mi sitio lo tengo ya. Estuve con el grupo Las

Niñas, continúo con el proyecto Tucara con mi pareja [y padre de su segundo hijo]. Ahora estoy actuando con Ricardo, el guitarrista

que más me gusta, junto a mi padre, naturalmente. Para mí, esto es el éxito. El reconocimiento de un trabajo. Mis prioridades son

mis hijos, mi casa. Y poder cantar, aunque sea en sitios pequeñitos, pero durante toda la vida.

Anochece en Sevilla. Padre e hija se vuelven de regreso por las callejuelas del barrio de Santa Cruz. Manuel siempre ha dicho que es

un ave nocturna, que necesita vivir la noche. Con la inmensa suerte de saber que siempre estará cerca, muy cerca, su Alba.