Malick sigue en caída libre

Christian Bale y Natalie Portman, ayer en Berlín, después de la presentación en sociedad de 'Knights of Cups', de Terrence Malick.

Christian Bale y Natalie Portman, ayer en Berlín, después de la presentación en sociedad de 'Knights of Cups', de Terrence Malick.

NANDO SALVÀ / BERLÍN

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Terrence Malick es único. No hay otro director en la historia del cine que haya pasado de forma tan inmediata de ser alabado como un semidiós a convertirse en un hazmerreír. Es una palabra muy dura, pero el abucheo es una versión enfadada de la mofa, y abucheos es precisamente lo que Malick recibió con 'To the wonder' (2012) en Venecia solo un año después de ganar la Palma de Oro en Cannes con 'El árbol de la vida' y ser oficialmente coronado como el rey del mambo. Y de nuevo abucheos es lo que recibió ayer en la Berlinale con su nuevo trabajo, 'Knight of Cups', aunque es cierto que esta vez algo más tibios. Alemania no es Italia, después de todo, aquí tienen modales.

A estas alturas, las películas de Malick son como las campañas publicitarias de Freixenet: tanto las unas como las otras son siempre iguales; ambas incluyen caras famosas e imágenes burbujeantes y más bien horteras acompañadas de mensajes pomposos, y en definitiva ambas tratan de vender un producto. En Freixenet venden cava, Malick se vende a sí mismo. La diferencia es que mientras los unos son honestos al respecto, el otro está convencido de hablarnos del sentido de la vida. Y cuando uno tiene pretensiones tan gigantes, al estrellarse contra el suelo -o mejor, contra el cielo- el ruido es ensordecedor.

Simpleza pasmosa

Lo curioso es que, pese a apuntar tan alto, 'Knight of Cups' es de una simpleza pasmosa. Primero porque una simple frase basta para describir de qué va: un guionista (Christian Bale) anda perdido entre una vida llena de vicios -que también tiene un Antonio Banderas en formato bufón-, una familia disfuncional y una sucesión de mujeres -entre ellas Cate Blanchett y Natalie Portman-, y al final parece reencontrarse. Segundo, porque su visión de los excesos de Hollywood y del amor son solo clichés, su idea de la psicología de hombres y mujeres es pueril -ellos con cara de póquer, ellas siempre brincando o portándose como histéricas- y sus métodos son pura repetición: la sucesión de imágenes y sonidos casi nunca de acuerdo a la lógica, el desdén por la evolución de sus personajes, las voces en off que susurran, la risible pretensión de trascendencia y espiritualidad, aquí relacionada de algún modo con el tarot. Y así.

Sin duda el tándem de fiascos que representan 'To the wonder' y 'Knight of Cups' obligarán a muchos a replantearse si lo de 'El árbol de la vida' no fue una tomadura de pelo. Pero no es lo mismo. Aunque discutible y sin duda sobrevalorada, aquella película estaba llena de hallazgos. Para cuando la rodó, Malick la había estado construyendo en su cabeza durante 20 años. Pero, ahora que ha decidido ser un director prolífico, los peligros inherentes a su indisciplina -trabaja sin guión, mantiene a sus actores en la inopia sobre quiénes son los personajes- se están poniendo en su contra.

La ausencia de Malick

Y, como consecuencia, su pertinaz negativa a dar entrevistas o a dar la cara y explicarse está empezando a no entenderse como la excentricidad propia de un genio sino como una forma de tirar la piedra y esconder la mano. Por supuesto Malick no estuvo ayer en la rueda de prensa posterior a la proyección de la película, de manera que todas las miradas, y toda la responsabilidad, recayeron sobre una pareja de actores que no hicieron nada por disimular su condición de cabezas de turco.

«Con Terrence es imposible asumir métodos convencionales, de modo que uno hace lo que puede para respetar su visión», repitió Bale varias veces. Traducido, «a mí no me miréis, yo no sé nada». Pero el muchacho no está tan libre de sospecha: ya ha rodado otra película a las órdenes de Malick. Y todo apunta a que no será muy distinta de esta.