'Lucy', tan saludable como olvidable

La última película dirigida por el incombustible Luc Besson (y eso que anunció hace años que no volvería a realizar ningún filme) es una especie de serie B de gran aparato, que nunca puede ser tomada en serio cuando discursea sobre las posibilidades del cerebro humano y lo que podríamos hacer si alcanzaramos el 100% de nuestra capacidad cerebral.

Es pues una película que nunca aspira a trascendencia alguna, resuelta atropelladamente, con evidentes carencias de guion (el personaje de Morgan Freeman parece despistado en toda la parte última del relato, y el del policía parisino está sin estar) y unas cuantas secuencias de acción y de destrozo de coches con las que Besson siempre se siente a gusto.

Aunque en clave más fantástica, podemos verla también como una vuelta de tuerca a Nikita, otra de las creaciones del cineasta francés. Aquí es Scarlett Johansson, tremendamente mimada por la cámara, la que se convierte en una auténtica máquina de matar, pero además puede mover objetos y personas, descargar todas las balas de una pistola con solo imaginarlo y realizar viajes por el tiempo y por el espacio. Es en estas secuencias cuando Besson se acerca más al viejo espíritu de la serie B sesentera: el modelo es antes El tiempo en sus manos de Georges Pal que 2001: una odisea del espacio de Kubrick, por muchos monos de tiempos remotos que aparezcan. Tan saludable como olvidable, pues, uno de los muchos productos de consumo de Besson, pero ciertamente más inspirado que sus filmes sobre Arthur, los minimoys y cosas por el estilo.