el colectivo feminista celebra 30 años de activismo

La lucha (sin fin) de las Guerrilla Girls

El grupo de artistas y activistas de EEUU pasa revista a su trayectoria en una exposición en Madrid. Sus estadísticas y carteles, que denunciaron el capitalismo y el sexismo del mundo del arte, siguen vigentes.

A la izquierda, uno de sus carteles: «¿Tienen que ir las mujeres desnudas para entrar en el Metropolitan?». En la silueta, una de sus imágenes icónicas.

A la izquierda, uno de sus carteles: «¿Tienen que ir las mujeres desnudas para entrar en el Metropolitan?». En la silueta, una de sus imágenes icónicas.

NÚRIA MARRÓN

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

Las luchas de los 70 criaban malvas, el punk ya se había peinado la cresta y EEUU se sumía en la contrarrevolución ultraliberal de Ronald Reagan cuando una decena de artistas encajaron un puñetazo de realidad. Corría 1985 y el Museo de Arte Moderno de Nueva York había programado una exposición de pintura y escultura contemporánea que puso al grupo a echar cuentas. ¿152 varones y 17 mujeres? ¿De verdad iban a dejar que estas cifras fueran el epílogo a 20 años de teoría y práctica feminista?

Como las preguntas no eran retóricas, se encasquetaron máscaras de gorila («así tenemos que ponernos las feministas para que nos tomen en serio en el mundo del arte», dijo, años más tarde, una de ellas), tomaron nombres de artistas muertas para proteger su anonimato y se fueron al Moma dispuestas a avergonzar a sus directivos. Por supuesto, no fueron los únicos a los que sacaron los colores con su aguijón irónico, sus carteles y sus estadísticas incontestables.

De galerias al Guggenheim

En los años siguientes, las Guerrilla Girls metieron el dedo en el ojo a galeristas, críticos, comisarios y coleccionistas. «Cuando el machismo y el racismo haya pasado de moda -escupieron en un cartel-, ¿cuánto costará tu colección?». Una mañana, una galería amanecía empapelada de carteles. Y, a la siguiente, forzaban -a insistentes no las ganaba nadie- a que el Guggenheim cambiara una exposición exclusivamente masculina. «¿Tienen que ir las mujeres desnudas para entrar en el Metropolitan Museum? -vociferó una mañana de 1989 la delicada odalisca de Ingres, tuneada con una máscara de simio, desde gigantescos carteles que paseaban varios autobuses de Manhattan-. Menos del 5% de los artistas en el Metropolitan Museum son mujeres, pero el 85% de los desnudos son femeninos».

El sector -lo habrán adivinado-respondió como se suele: a la defensiva y con indignación teatral. Sin embargo, sus carteles apuntaban a las vergüenzas del sistema del arte más allá de las cuentas del género. «Las Guerrilla Girls fueron el último gran coletazo del feminismo radical de los años 60 y 70, que insistió en que el arte institucional no es presamente un terreno de vanguardia social donde hay innovación y se piensan las cosas -afirma el comisario Xabier Arakistain, mientras pasa revista a la exposición que se inauguró el viernes en el centro Matadero de Madrid y que vindica el legado de este colectivo que ahora conmemora sus tres décadas de lucha-.

Desde luego, en igualdad no es así: el arte contemporáneo ha demostrado que puede ser uno de los bastiones del sexismo más inexpugnables. Una cosa es la ilusión y otra la realidad».

Este grupo de superheroínas clandestinas -que lo mismo elaboraban estudios de historia del arte y de estereotipos femeninos que cartografiaban las tramas masculinas que sostenían el mundo del arte- también se esforzaron en desbaratar esas «ficciones» que ensalzan al «artista genio» y la «obra maestra», dos mitos que sostienen «un concepto de arte que se presenta como independiente de su contexto social e histórico -añade Arakistain-, cuando en realidad refleja la misma foto que su entorno y a veces es peor que otros ámbitos». Las Guerrilla Girls no dejaron de señalar algunos tics del circuito: excluir del canon parámetros considerados tradicionalmente femeninos; dar tratamiento de genialidad a señores y relegar a las mujeres a una subcategoría de «arte menor», y relamerse los bigotes ante el festín de millones que podían aportar las obras del gran genio. A mediados de los 80, con Wall Street en los altares, los señores del arte tenían claro que no iban a forrarse con las performance y experimentos comunitarios y feministas de los 70.

Orden del día

En su orden del día de acusaciones, el grupo, que aún sigue en activo, también ha disparado contra Broadway, Hollywood y las relaciones económicas. «Querido museo -dice un cartel-: ¡el arte cuesta tan caro! ¡Igual que construir nuevos edificios! ¡Nos queda claro por qué no puedes pagar un sueldo digno a tus empleados!». Contra el control del cuerpo: «Los republicanos sí creen en el derecho de la mujer a decidir sobre su propio cuerpo: cabello teñido y maquillaje, rinoplastia, liftings, liposucción, implantes mamarios (...)».  Contra la impunidad de las agresiones sexuales. «Si te violan ya puedes relajarte y disfrutar, porque nadie te va a creer: en 1988, de las 185.000 violaciones que se estima que se perpetraron en EEUU, solo se realizaron 39.160 detenciones, que resultaron en 15.700 condenas». Y contra la violación de los derechos humanos: «¿Qué diferencia hay entre un prisionero de guerra y una persona sin hogar? Respuesta: de acuerdo con la convención de Ginebra, un prisionero tiene derecho a alimentación, alojamiento y atención médica».

El legado del colectivo, asegura Arakistain, es "fundamental" para una generación que aprendió a "contar con ellas". Sin embargo, ¿qué dicen las estadísticas tres décadas más tarde? «En España la situación es patética -denuncia el comisario-. En el ámbito europeo, cerca del 70% de quienes tienen una titulación de arte son mujeres, y su presencia en colecciones y programas apenas supone entre el 10% y el 20%. En arte, el techo de cristal es en realidad de cemento». ¿Alguna puerta de emergencia a la vista? «Empezar a aplicar medidas de paridad: el artículo 26º de la ley de igualdad ya apunta en esta dirección y no se está haciendo. Además, los programas paritarios no solo no son imposibles, sino que resultan mejores».

La realidad, tozuda, apuntala sus argumentos. Es cierto que en los últimos tiempos se han recuperado artistas olvidadas como la nonagenaria Carol Rama en el Macba, haciendo buena aquella vieja ironía del grupo de que, siendo mujer, tu carrera siempre puede repuntar tras los 80. También lo es que los centros de arte contemporáneo dicen «esforzarse» en comprar nueva obra de forma paritaria y en «descolonizar el museo y romper con esa visión de hombre blanco y heterosexual» (la frase es de Bartomeu Marí, director del Macba). Sin embargo, ¿adivinan qué porcentaje de mujeres hay al frente de las direcciones de los museos? El 22%. ¿Y el de artistas españolas entre los expositores de la feria Arco del 2013? Guerrillas, aquí hay tema: el 4,4%.

La precariedad y la asfixia económica, sin embargo, pedalean junto a la efervescencia artística. «En Barcelona hay una escena feminista muy viva que está al margen del sistema comercial y convencional, y que incide y se apoya en los movimientos sociales -afirma Teresa Sanz, del concurso FemArt de Ca la Dona, cuya última edición se tituló Cuerpo desobediente-. Hace tiempo que muchas artistas trabajan por crear un lenguaje visual y plástico que conteste al imaginario patriarcal y que plantee una fuerte resistencia a los discursos con los que nos quieren domesticar a todos. ¡Una imagen alternativa puede obligarte a repensarlo todo!».

En ese sentido, Sanz estima que los dardos de las Guerrilla Girls no pueden darse por enterrados. «Ellas abogaban porque el arte fuera un lenguaje accesible, libre y universal que comunicara belleza, crítica e innovación, y no un ámbito selectivo, minoritario y machista. Su posicionamiento es vigente y referencial para el arte feminista que quiere cambiar no solo la situación de las mujeres, sino, y como consecuencia, el mundo».