La maleta de la memoria histórica

Los niños de la guerra

 Las 4.500 fotografías de la 'maleta mexicana', que se exponen en el MNAC, esconden centenares de historias. Entre ellas, muchas tienen como protagonistas a niños, las víctimas más frágiles en cualquier conflicto bélico. A partir de hoy, EL PERIÓDICO mostrará 53 de ellas. ¿Tiene alguna información sobre sus protagonistas, o las circunstancias que rodearon a estas imágenes? ¿Quiere comentarlas? Puede hacerlo enhttp://maletamexicana.elperiodico.como escribir amaletamexicana@elperiodico.com 

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ERNEST ALÓS

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Hace dos años, el Museu Nacional de Catalunya y EL PERIÓDICO DE CATALUNYA colaboraron con el proyectoFem memòria, que consiguió reunir un conjunto de 800 imágenes inéditas de la guerra civil rescatadas de los álbumes familiares de los lectores. Un fondo documental del que se cedió una copia digital completa al Arxiu Nacional de Catalunya. Con motivo de la exposiciónLa maleta mexicana, inaugurada el pasado jueves en el museo del Palau Nacional de Montjuïc, este diario y el MNAC, con el apoyo del Centro Internacional de Fotografía (ICP) de Nueva York, vuelve a abrir una puerta a la participación.

El objetivo es en esta ocasión uno de los temas más emotivos recogidos en las 4.500 imágenes de laguerra civilde los fotógrafosRobert Capa,Gerda TaroyDavid Seymour(Chim), que contenían las tres cajas perdidas durante 66 años que fueron conocidas como lamaleta mexicana: el de la infancia durante la guerra. Para el proyectoLos niños de la maletase han seleccionado 53 fotografías en las que aparecen más de 200 niños, en lugares como Barcelona, Madrid, el País Vasco, Teruel y Córdoba. Rostros de víctimas de la guerra, niños aún anónimos, de los que quizá alguien pueda saber algo, 75 años después. O aportar información, opiniones o experiencias propias que ayuden a todos a entender hasta qué punto la experiencia de la guerra marcó a varias generaciones.

La mayoría de lasfotografíassoninéditas. Algunas de ellas no pueden verse en la exposición (solo en la webhttp://maletamexicana.com, en el reportaje que publicamos hoy o en las 30 fotografías que aparecerán en las ediciones diarias de EL PERIÓDICO durante el próximo mes). Decenas de otras imágenes pertenecientes a los mismos reportajes pueden explorarse en el MNAC en reproducciones a pequeño tamaño.

Gran parte de los niños retratados por Capa, Taro y Chim son niños evacuados de zonas de combates o refugiados en Barcelona. Sus imágenes muestran el intento de mantener una cierta normalidad en las escuelas o en la calle, los oasis que representaban las colonias escolares y situaciones de ruptura total con la vida anterior, como sucede en las familias de campesinos andaluces agolpadas en centros de acogida como el Estadi de Montjuïc.

La situación de colectivos de este tipo no fue en absoluto una excepción. El historiador Juli Clavijo, autor de una tesis sobre las políticas de acogida a los refugiados durante la guerra, recuerda que en toda España cerca de tres millones de personas fueron evacuadas, refugiadas o desplazadas durante la guerra.

De las 53 imágenes seleccionadas para este proyecto, la autoría de 42 corresponde a David Seymour (Chim). El caso es que la fuerza de las imágenes y la personalidad de Robert Capa, el magnetismo de su relación con Gerda Taro y la operación de justicia histórica que ha supuesto el redescubrimiento de la fotógrafa alemana han hecho olvidar que, de los tres amigos y colegas que pusieron en común su trabajo (y que murieron en el campo de batalla con la cámara colgada del cuello: Taro en Brunete, Capa en Indochina y Chim en el Sinaí), el más representado en los fondos redescubiertos en México es Chim, el exiliado polaco que enseñó a fotografiar al joven húngaro que conoció en París y le sucedió al frente de la agencia Magnum.

Además, que en una selección centrada en la imagen de los niños en la guerra civil predomine la obra de Chim no es casual. En España empezó a desarrollar una particular empatía con los niños golpeados por el conflicto: en sus fotografías, las miradas del fotógrafo, del niño y de quien contempla la imagen resultante se cruzan y se reflejan en un juego de espejos. Un estilo, una psicología, que Capa desarrolló más tarde, en su cobertura de la guerra civil china y, sobre todo, durante la retirada de Catalunya, aunque sin llegar a la capacidad de su colega, de cara redonda, miope y sonriente, de hacer que las criaturas estableciesen un vínculo instantáneo con él.

Al finalizar la segunda guerra mundial, Chim recibió el encargo de la Unicef de dejar testimonio de las huellas del conflicto en los niños a lo largo de toda Europa, en un libro que explicase la realidad de los millones de niños desplazados, enfermos, mutilados, mentalmente perturbados tras sobrevivir a los campos de concentración... De un niño en un orfanato de Madrid a un crío desnudo en Nápoles, de un refugiado en Montjuïc a la niña judía que dibuja obsesivamente una espiral torturada en una pizarra... Muchas guerras que eran una sola.

Montjuïc, campo de refugiados

En el otoño de 1936, David Seymour (Chim) realizó para la revista francesa Regards un amplio reportaje sobre los refugiados huidos de zonas donde hubo combates en los primeros meses de la guerra, como Sevilla, Córdoba y Guipúzcoa, y alojados en el estadio de Montjuïc. El recinto, fotografiado también por Agustí Centelles y Margaret Michaelis, fue utilizado durante toda la guerra como centro de primera acogida de los grandes contingentes de civiles que huían de los combates. Familias rotas, casi todas de campesinos: mujeres, mayores y muchos niños, mientras los hombres luchaban en el frente. En los pasillos y vestíbulos del edificio se habilitó una ciudad provisional con capacidad para casi 2.000 personas, con dormitorios, un comedor colectivo, escuela y enfermería, donde los refugiados intentaban mantener una apariencia de normalidad. En las gradas las mujeres tendían la ropa y charlaban al sol mientras los niños jugaban. El reportaje cita a varios niños: Guerito, huido de un pueblo de Sierra Morena, y Paulino, hijo de un carabinero caído en Irún.

Pan y leche en una escuela de Sarrià

Sentados en el patio de la escuela, un grupo de niños come con ganas un trozo de pan. En noviembre de 1938, según se ha podido determinar al examinar los negativos de la maleta, Robert Capa visitó el Grup Escolar Dolors Monserdà de Sarrià. En un reportaje inédito muestra cómo los niños salen a los jardines de la escuela municipal, entonces situada por donde hoy pasa la Via Augusta, a la altura de la calle Salvador Mundi. Se puede distinguir la Baixada de l¿Estació y, al fondo, la Torre Sagnier de la calle de Anglí, entonces sede de los Amigos Cuáqueros, la organización religiosa norteamericana que en sus propias cantinas o dando servicio a las escuelas, colonias y centros de refugiados, distribuyó leche, pan y cereales a decenas de miles de niños durante la guerra. Las fotografías muestran una escena típica de la actividad de los cuáqueros: voluntarios sirviendo un vaso de leche y un trozo de pan a los niños. La imagen aquí reproducida está al inicio del siguiente rollo de fotos y corresponde casi con toda seguridad al mismo reportaje.

Llanto sobre un camastro

En noviembre de 1938, Robert Capa tira cuatro rollos de fotografías consecutivos en los que se ve un barco atracado en la Barceloneta con ayuda de EEUU (el Erica Reed), niños en dos edificios de la zona alta de Barcelona, el ministro Julio Álvarez del Vayo, probablemente en la sede de la Casa d'Amèrica, y la catedral de Tarragona. En algún lugar (¿Tarragona, Barcelona, algún punto intermedio?) se detiene en un edificio religioso en estado ruinoso. En su interior, sobre varios camastros con colchones sucios, rodeadas de ropa colgada de una pared con desconchados y manchas de hollín, varias madres con niñas pequeñas en sus brazos hablan con el fotoperiodista y sus acompañantes. Es una imagen de miseria y desolación a años luz de los organizados centros de acogida de Barcelona. Una niña tiene la cabeza envuelta con vendas. Otra (izquierda) llora mientras su madre la arregla para las fotos.

Un Euskadi idílico

Entre enero y febrero de 1937, David Seymour recorre el frente del norte, desde Bilbao hasta Gijón, siguiendo a las unidades del Ejército y la marina vascas y los dinamiteros asturianos. En Euskadi busca escenas de confraternización entre religiosos y gudaris y hospitales y escuelas con crucifijos bien visibles, para un reportaje del semanario de izquierdas Regards que contrarreste las informaciones de las persecuciones anticlericales en España. Pero, además, el fotógrafo se deja llevar por las escenas de costumbres de un País Vasco tradicional que contrasta como un oasis bucólico al lado de la Barcelona y el Madrid que había visitado el año anterior, siempre con el objetivo detrás de la infancia: en esta página, de izquierda a derecha, una niña con su hermano pequeño cerca de Gatika; una alumna de la escuela de Erandio Goikoa, barrio rural de Erandio; dos niños vendiendo diarios en Bilbao; niñas en la colegiata de Santa María de Cenarruza, y una maestra jugando en la escuela de Berango.

Un orfanato en Madrid

En septiembre u octubre de 1936, Chim visita un centro infantil en Madrid. Muy probablemente se trata de un orfanato, el Asilo de San Jaime y San Saturnino, en la calle de Meléndez Valdés del barrio de Chamberí. Antes del 19 de julio era regentado por una comunidad de monjas. La Junta de Defensa de Madrid se hizo cargo del establecimiento, que después de la guerra se convirtió en el Asilo del Cristo de la Victoria hasta que fue demolido en los años 60. El fotógrafo de origen polaco empieza con una fotografía espontánea en el patio (arriba). Después muestra la militante organización de la casa de acogida infantil, que ha pasado a practicar la coeducación: primero, cómo los niños se lavan los pies en unas pilas y se duchan. Posteriormente, en una sala de juegos y entorno a un gran oso de peluche, niños y niñas cantan mientras saludan con el puño cerrado. La escena sigue con las criaturas desfilando, puño en alto, por los pasillos, hasta llegar al comedor. Allí el Chim propagandista vuelve a dar paso al fotógrafo humanista que mira a los ojos de los niños.

Pioneros en la plaza de Sant Jaume

El domingo 8 de noviembre de 1936, decenas de miles de catalanes desfilaron durante más de cinco horas por la plaza de Sant Jaume para conmemorar el 19º aniversario de la revolución rusa y agradecer la ayuda militar soviética. En el balcón, presidiendo el acto, el presidente de la Generalitat, Lluís Companys, y el cónsul de la URSS, Vladimir Antonov-Ovseenko. Entre las delegaciones de partidos, sindicatos y milicias marcharon al menos dos grupos de niños: los asilados en el hogar President Macià y un grupo de miembros de la Federació Nacional de Pioners de Catalunya, la organización infantil socialista y comunista. Algunos de ellos aparecen en esta fotografía, con el pañuelo (se supone que rojo) en el cuello y haciendo el saludo de los pioneros (la mano sobre la frente con los dedos unidos). Al fondo, una cámara cine: Laya Films rodó un noticiario ese día.

El Madrid revolucionario

Dos escenas en las calles de Madrid, en los meses iniciales de la guerra. Arriba, David Seymour, en octubre de 1936, interrumpe por un momento su reportaje en un cuartel sobre los primeros soldados regulares marroquíes hechos prisioneros por el Ejército de la República. Sale a la calle y un grupo de niños se arremolinan a su alrededor. También hay niñas con gorrillas cuarteleras, todos levantando el puño. En algunos momentos, antes de que empiece lo peor de los bombardeos sobre la ciudad, la guerra parece un juego, y los uniformes, disfraces. En la foto inferior, en una crónica gráfica sobre la vida en las calles de Madrid, Gerda Taro se fija en estas tres niñas con vestidos blancos. Están mirando como tocan dos músicos ciegos, uno la guitarra y el otro un banjo.

En el palacio de los duques

En septiembre de 1936, David Seymour, Chim, visita el Palacio de los Duques de Osuna y los jardines históricos que lo rodean, El Capricho. Tiene dos acompañantes de lujo: los escritores comunistas José Bergamín e Ilyá Ehrenburg, corresponsal de Izvestia. Visitan lo que debe convertirse en una colonia escolar modelo. Niños uniformados austeramente, con un miliciano como profesor, comen en las cocinas del palacio, leen cómics de Mickey Mouse bajo un porche, juegan con las esfinges del parque y atienden las explicaciones del responsable del grupo frente a una colección de bustos de emperadores romanos. El sueño pedagógico es efímero: con las tropas de Franco acercándose, el general Miaja haría del palacio el cuartel general de la defensa de Madrid y después del Ejército del Centro, y bajo el parque se excavó una red de búnqueres, conocida con el nombre clave de Posición Jaca. Ehrenburg dejaría un breve relato de esta escena en una de sus crónicas, recopilada en el libro Corresponsal en España (Editorial Prensa Ibérica): «Me llevaron a una hacienda, cerca de Madrid, donde había columnas, estatuas antiguas y comedores íntimos. En un parque jugaban hijos de obreros».