EL CHOQUE OCCIDENTE-ORIENTE, A ESCENA

Los muros de Jerusalén

La Muntaner rescata 'Gust de cendra', de Guillem Clua, estrenada en el 2006 en EEUU

Un momento de 'Gust de cendra'.

Un momento de 'Gust de cendra'.

IMMA FERNÁNDEZ
BARCELONA

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La eterna colisión entre Oriente y Occidente, y todos sus muros religiosos, culturales, políticos y sociales, marcaron los primeros pasos del dramaturgo Guillem Clua (Barcelona, 1973), una de las voces más aplaudidas y versátiles de la escena catalana. Épico o íntimo, dramático o divertido, ha cautivado a crítica y público desde su primer éxito, La pell en flames (premio Serra d'Or y su obra más representada en el extranjero), hasta su triunfal incursión en la comedia con Smiley, de la que  estrenará pronto la versión castellana en Madrid. Ahora la Sala Muntaner ha rescatado una de sus primeras obras, Gust de cendra, inédita en Barcelona, y que guarda, según el autor, muchos puntos de conexión con La pell en flames. «Ambas partieron de mi interés por la influencia occidental en los conflictos y la relación que tenemos con Oriente». El montaje (hasta el 25 de mayo) es una propuesta de la novel compañía Trac3, bajo la dirección de Josep Sala. Lo interpretan Ramon Canals, Roc Esquius, Guillem Barbosa, Míriam Puntí y Georgina de Yebra.  

Clua escribió Gust de cendra hace siete años durante su estancia en Nueva York y la estrenó en inglés, en diciembre del 2006, en el Repertorio Español de Manhattan. Fue concebida para el público neoyorquino, de ahí que tres de los personajes sean de ese país: una pareja de turistas que viaja a Jerusalén para intentar salvar su matrimonio y otro que conocen en la ciudad santa. Allí se enfrentarán al peso de la historia y a sus propios fantasmas.

A ellos se unen dos jóvenes palestinos, que dispararán una intriga que causó revuelo en la audiencia estadounidense. «Allí no están acostumbrados a que se hable de palestinos. Es una cultura muy influida por el lobi judío. Son terriblemente sensibles». Le dijeron que hacía teatro político pero él lo niega. «Mis personajes no son altavoces de mi posición política, me limito a exponer una historia, aunque, claro, uno tiene su posicionamiento moral. Si no te mojas, no eres dramaturgo», argumenta.

La obra surgió de un viaje del autor a Israel en Semana Santa. Visitó los lugares históricos y también los territorios ocupados y campos de refugiados. «Los turistas van allá con la actitud de visitar un parque temático religioso, pero llegas y encuentras algo que te remueve las entrañas, indescriptible. El fanatismo religioso te golpea, te invade una energía inevitable y te empiezan a surgir miles de preguntasY tú, que eres agnóstico convencido y crees que estás por encima de todo, piensas que has de sacarlo de alguna manera».

Lo sacó en forma de texto, agregando un elemento crucial que figura en el sustrato de todas sus obras: la influencia religiosa por haber estudiado en un colegio de capellanes (los Escolapios). «Es un trauma que estoy purgando toda la vida», sostiene. En su próxima aventura, el autor de Killer volverá al género musical.