EL LIBRO DE LA SEMANA
Los días de la bestia
David Vann utiliza la barbarie como tenebroso hilo conductor
«Algo dentro de mí deseaba matar, sin parar y porque sí». Habla el protagonista de Goat Mountain. Si un niño de 11 años piensa de esta guisa, el mundo tiene un problema. Su existencia como personaje -y como narrador: cuenta los hechos como adulto, cuando nada de lo ocurrido tiene remedio- es el síntoma de una enfermedad que nos atañe a todos. A vueltas con la violencia; con esa violencia preverbal y premoral, que nos pertenece antes del pecado original, en un estado atávico inherente a la naturaleza. Y por supuesto que mata: en las primeras páginas de la novela dispara a un cazador furtivo ante la estupefacción de su padre, el mejor amigo de este y su abuelo.
Goat Mountain gustará a los fans del Cormac McCarthy más tremebundo, o los disgustará del todo. Podrán celebrar su hálito lírico, sobre todo en los momentos en que haya crecida en el río de sangre, o podrán acusar a David Vann (isla Adak, Alaska, 1966) de mero imitador de un estilo con tendencia al aforismo metafísico y a la descripción fría y cruel, y una pesadumbre muy bíblica en su diseño estructural. Mejor apostamos por la primera opción: por mucho que se note la influencia del autor de Meridiano de sangre en el ritmo poético de la prosa -el uso frecuente del asíndeton, con el fin de comunicar lo impulsivo y condensado del relato; de cuatro personajes solo uno tiene nombre, y no es el protagonista; la barbarie funciona como tenebroso hilo conductor-, la novela, que es tan opresiva como Sukkwan Island, el deslumbrante debut de Vann, evoca, en su forestal violencia, a Deliverance o La presa, la magnífica película de Walter Hill. Incluso podría especularse con que Vann hubiera visto La caza de Saura, aunque conoce los pormenores de este deporte porque su propio abuelo era cazador en el norte de California. Lo que explica que, de un modo más oblicuo que en sus anteriores trabajos, también exista aquí un aliento autobiográfico.
Casi cada capítulo empieza con una alusión al mito de Caín y Abel, o al martirio de Cristo, aunque los ecos de la leyenda de Abraham a punto de asesinar a su hijo Isaac son aún más estridentes. Vann no permite que la dimensión alegórica de la trama
-que es tragedia bíblica que podría ser griega: ahí están los ojos del cadáver como abismos de un oráculo secreto, o el ritual casi satánico de la muerte del primer ciervo, el bautizo definitivo- ahogue lo que, en muchos pasajes, es un manual de supervivencia en el que nunca sabes quién va a matar a quién, porque todo está permitido, el grupo se ha disuelto, no hay lazos de sangre que valgan.
UN DESECHO / La densidad de la prosa es tan tupida como los tramos de ortigas y avena venenosa en los que este cuarteto de la muerte se interna en busca de un ciervo que no existe. La naturaleza es tan hostil como lo es el ser humano. La novela, tan antipática como andar sobre brasas. Abuelo, padre e hijo son facetas de la misma persona, por eso no tienen nombre. Son una entidad abstracta sometida a las leyes de esa selección natural que ya no admite filiaciones. El abuelo, que enloquece, habla como un profeta y ataca a todo lo que se mueve. El padre protege y castiga. Y el hijo sobrevive como desecho del mundo, como último eslabón de una generación de monstruos. «La bestia es lo que hace al hombre. Bebemos sangre de Cristo para poder ser animales otra vez», escribe. He aquí una novela hecha bestia: no para todos los gustos, pero resopla sin concesiones.
3GOAT MOUNTAIN
David Vann
Trad.: Luis Murillo.
Literatura Random House. 219 p. 21 €
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