Los canelones se quemaron

Jordi Casanovas triunfa en casa con 'Vilafranca', retrato íntimo de una familia

Escena de 'Vilafranca', que llegará en otoño a Barcelona tras pasar por los teatros de la red Els Teatres Amics.

Escena de 'Vilafranca', que llegará en otoño a Barcelona tras pasar por los teatros de la red Els Teatres Amics.

IMMA FERNÁNDEZ / VILAFRANCA DEL PENEDÈS

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A la entrada de Vilafranca del Penedès, asoman las dos caras de la ciudad. A la derecha, una señorial masía, con los viñedos no muy lejos. A la izquierda, naves y edificios insulsos, poligoneros. Tradición y modernidad, los dos pilares que sostienen un municipio que el jueves aplaudió entusiasmado a uno de sus hijos más notables. El dramaturgo y director Jordi Casanovas abrió a lo grande (en el Auditori) los actos de la Capital Cultural Catalana 2015 con Vilafranca (un dinar de Festa Major), obra condimentada con experiencias propias y cercanas, a la búsqueda de una identidad catalana que, tras Una història catalana yVilafranca (un dinar de Festa Major)Una història catalana  Pàtria. Se adivina el éxito.

El montaje arranca en 1980 con la feliz fotografía de una reunión familiar. Es 30 de agosto, Diada de Sant Fèlix, la Festa Major vilafranquina. Son el patriarca (Manel Barceló), su mujer (Marta Angelat) y sus tres hijos (Lluïsa Castell, David Bagés y Àurea Márquez), con sus respectivos cónyuges. Risas, más risas y un posado para el recuerdo. Hay que repetir cada año la cita, comentan. Cinco minutos de plácida cháchara y salto a 1999. Es también Festa Major y la misma parentela, ampliada con las nietas (Vicky Luengo y Georgina Latre) y un amigo (Marc Rius), acuden a casa de la hermana mayor, Cristina. Prepara canelones. Pero la situación es otra: el padre, enfermo, ha perdido la memoria. La foto de la felicidad se hará añicos.

Con el público a dos bandas, Casanovas va descorchando los secretos, reproches y egoísmos del paisanaje. El hijo ha tomado las riendas: quiere vender las tierras de viñedos, recalificadas para uso industrial, e intentar un pelotazo. Pero a Cristina no le han dicho ni mu. Cuando se entere, se le quemarán, lógico, los canelones.

Frente al notable buen oficio del elenco, chirría una desbocada y gritona Màrquez y sobran algunas posturitas de Luengo. El retrato del alzhéimer acaba demasiado complaciente (aunque sí es oportuno el humor de sus ocurrencias), pero el autor acierta con el destino del pobre hombre (gran Barceló) y de una madre a la que su hija acabará llamando por su nombre, Aurèlia, queriendo borrar el parentesco (brillantes Angelat y Castell) tras un intenso duelo de reproches.

Consigue Casanovas tocar las fibras (también lo hacen las canciones de Anna Roig) con un retrato que, junto a las pinceladas locales -con los castells. La diabólica herencia que destruye los fundamentos de cualquier parentela, por feliz que sea o aparente ser.