CUATRO ESCRITORES FRENTE A FIDEL
Testimonios incómodos del castrismo
Piñera, Lezama Lima, Cabrera Infante y Arenas resumieron en sus obras los anhelos de fuga y crítica
Abel Gilbert
Corresponsal en Buenos Aires
Especialista en América Latina y doctor en comunicación. Ha cubierto los principales acontecimientos políticos regionales durante las últimas dos décadas para El Periódico. Es autor de ocho libros, tres de ellos en colaboración, y se apresta a publicar otros dos.
ABEL GILBERT / BUENOS AIRES
La Habana era un cementerio el 1 de enero de 1959. El reloj marcaba las 00:30 cuando la gente empezó a reunirse en la calle. Virgilio Piñera vio pasar a gran velocidad varios autos del Gobierno. Entonces se escucharon los primeros rumores. Fulgencio Batista había caído. Para el escritor, cada treinta, cuarenta o cien años el pueblo cubano era, por unas horas, el dueño absoluto de la ciudad. "En el bar Rock and Roll, calzada de Ayestarán", observó a alguien hacer pedazos la caja registradora contra el suelo. Billetes y monedas saltaron alocadamente, pero nadie los levantó del piso. “He ahí la honradez de un minuto sagrado”, escribió en la revista 'Ciclón', a mediados de ese año, el primero de una Revolución que establecería relaciones complejas, tirantes, de amor, extrañamiento y escarnio con sus grandes nombres de la literatura cubana.
Piñera es un caso ejemplar de estos vínculos, porque ocho años después de cronometrar aquel “minuto sagrado” entró en un cono de oscuridad hasta su póstuma rehabilitación. En aquel 1967, el autor de 'Electra Garrigó' documentó su desazón con una de sus típicas ironías. En su novela 'Presiones y diamantes' se nombra a “Delfi”. Nada menos que un anagrama de Fidel. Pero no es un hombre luminoso: se trata de un diamante falso. Cuando el embuste se descubre, la piedra es arrojada al inodoro, para que se la lleven las aguas de la historia. Piñera pagó el atrevimiento. A su modo, supo devolver golpes. O mirarse al espejo las heridas, como el cuento 'El insomnio', la historia de un hombre que no puede conciliar el sueño y se suicida. “El hombre está muerto pero no ha podido quedarse dormido. El insomnio es una cosa muy persistente”.
José Lezama Lima tenía una reconocida vida intelectual antes de 1959 y, como Piñera, supo de las emociones encontradas durante la Revolución. El famoso incidente por el capítulo VIII de 'Paradiso', su novela del 66, lo puso bajo la mira de la homofobia estatal. “El hombre es tanto más bestia cuando más quiere ser ángel”, comenta Foción, uno de los personajes, en el capítulo IX. Y, de alguna manera, se estaba diciendo todo sobre todo sobre ese presente. Durante el llamado Quinquenio Gris,o negro (1971-75), Lezama también soportó el ostracismo. Y como Piñera, fue reivindicado por las autoridades culturales décadas más tarde.
La parábola política de Guillermo Gabrera Infante ha sido más drástica. Acompañó la lucha insurreccional y la contó en tonos épicos en su libro de cuentos 'Así en la paz como en la guerra'. Formó parte de 'Revolución', el primer diario de los 'barbudos' y, en 1961, después de Playa Girón, comenzó el camino del distanciamiento debido a la censura que sufrió 'PM', un documental de su hermano Saba. El malestar se destila en su monumental 'Tres tristes tigres', donde se cuenta el asesinato de Trotski “por varios escritores cubanos, años después -o antes”. Ganó el premio Biblioteca Brevel y, en 1965, dejó Cuba. El resentimiento fue creciendo con el correr de los años y la imposibilidad del retorno. Todo había sido un gran y penoso malentendido. Una “castroenteritis”, según su peculiar humor. “Y ahí estará. Como dijo alguien, esa triste, infeliz y larga isla estará ahí después del último indio y después del último español y después del último africano y después del último americano y después del último de los cubanos, sobreviviendo a todos los naufragios y eternamente bañada por la corriente del golfo: bella y verdad, imperecedera, eterna”.
Así termina su descarnado “Vista del amanecer en el trópico”, de 1974. Y ahí está él, ahora, en esa misma isla, desde hace años, como nombre señero e invocación permanente de las nuevas generaciones de escritores. De alguna manera, ese ha sido su triunfo tras su muerte, en 2005.
El sida se llevó a Reinaldo Arenas en 1990. Estaba exiliado e incómodo en EEUU. Su despedida trágica tuvo un tono acusatorio dirigido al propio Fidel Castro. Después de la aplaudida edición de 'Celestino antes del alba' fue perseguido por su condición de homosexual. En 1980, salió del país por el puerto de Mariel, con destino a Miami, al igual que miles de cubanos. Arenas, que para entonces ya había escrito 'El mundo alucinante' y 'Otra vez el mar', pudo hacerlo gracias a una gestión de Gabriel García Márquez.
'Antes que anochezca', su autobiografía, es, a la vez, un diario de sufrimientos políticos que lo exceden. Pero su furia ganó en intensidad en 'El color del verano', el final de una pentagonía en la cual una isla gobernada por un “tirano”, prolífica en su vida subterránea, se desprende de su plataforma insular de tanto roerla sus habitantes, en especial una juventud tan erotizada como desgarrada, rebelde e envilecida.
“Tanta era la desesperación que la gente determinó que había que escaparse con la isla completa. Una vez que la isla cambiase de lugar, encallaría cerca de algún continente, de alguna tierra firme y libre”. Y en esa imagen se resumió un anhelo de fuga y crítica que, con diversos tonos y estrategias, con mayor o menor pesimismo, compartieron otros narradores. Los años de Fidel pueden ser encontrados a través de innumerables páginas. Cómo dejar de nombrar al hombre que abarcó todo.
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