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Literatura antidepresiva

ÓSCAR López

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La literatura es un montón de cosas, pero, por encima de todo, es un estado de felicidad, incluso cuando se me saltan las lágrimas ante lo leído. Y aunque me ponen de los nervios los articulistas que abusan de las citas de otros, yo me voy a poner estupendo al recordar aquella deAntoine de Saint-Exupery:«Si quieres comprender la palabra felicidad, tienes que entenderla como recompensa y no como fin».

Esto viene a cuento porque desde hace unos días he recibido la mía, la que me han regalado tres autores más o menos jóvenes que dignifican el panorama literario actual, más proclive a las apuestas seguras que dan réditos comerciales que a la labor de descubrir o potenciar talentos. Pues bien, hoy soy un tipo feliz porqueJavier Pérez Andújarme ha enseñado enTodo lo que se llevó el diablo(Tusquets) cómo se puede contar de una manera muy berlanguiana y valleinclanesca lo que fueron las Misiones Pedagógicas de la República. Lo hace con humor, con un toque de realismo mágico español sorprendente, y con talento; tanto, que dan ganas de pedirle que se vaya él de misión pedagógica por esos mundos literarios de Dios a ver si otros autores más conocidos le copian.

Mi felicidad fuein crescendounos días después al descubrir aPablo GutiérrezenNada es crucial(Lengua de Trapo), una historia sobre supervivientes ambientada en los 80, por donde deambulan Magui y Lecu, dos personajes inolvidables que quieren salvarse aunque la vida no les deja. No hay nada que me motive más que un joven escritor con voz narrativa propia. Como la de este treintañero que juega de manera sublime con las frases, construyendo páginas que son puzles narrativos donde cohabitan en perfecto equilibrio el fondo y la forma.

Y puestos a reivindicar mi extrema felicidad, hace una semana me zampé en un pispás el atrevimiento literario deMontero Glez.Ha escrito una novela conCamarónde protagonista,Pistola y cuchillo(El Aleph): un intenso relato, más breve y menos navajero que los anteriores, que el autor ha pergeñado como un homenaje cariñoso a uno de sus pocos mitos. Ahora solo sueño con que este estado de gracia dure unos días más. Porque la literatura, además de un estado de felicidad, también es el mejor de los antidepresivos.