D'A FILM FESTIVAL

Los últimos días del cine analógico

Leire Apellaniz presenta 'El último verano', documental sobre las peripecias de un proyeccionista itinerante antes del apagón analógico

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JUAN MANUEL FREIRE / BARCELONA

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Desde finales de la década pasada, principios de esta, Leire Apellaniz ha vivido de forma cercana el fin de la era analógica y la transición a las proyecciones en digital. Es la responsable del departamento técnico del festival de San Sebastián, con casi 800 proyecciones al año. Es también una cineasta, además de productora, que ha elegido este cambio de ciclo como tema central de su primer largo: 'El último verano', que se podrá ver el lunes, día 1, a las 22.15 en el Teatre CCCB, como parte del D’A Film Festival.

Aunque tenía claro el tema, Apellaniz sabía que no quería hacerlo en el contexto de un festival, sino al aire libre, donde ella misma había trabajado como proyeccionista: "Yo había hecho mucho cine de verano con Miguel Ángel Rodríguez, hace diez años o así", recuerda desde un sofá del Hotel Pulitzer. "Siempre pensé que el cine de verano tenía un documental y su protagonista debía ser él". Cuando Leire se lo propuso por teléfono, después de unos cuatro años sin verle, le dijo que estaba loca pero, sin pensarlo mucho, accedió: "Él se apunta a todo. Es un tío súper vitalista".

En lugar de quedarse en la inmortalización para el futuro de procesos analógicos en vías de extinción, Leire tenía así también la oportunidad de retratar a un gran personaje: "Ese gran personaje que él no cree ser por mucho que se lo digas. Él me decía: 'No tienes ni idea. La diferencia entre personaje y personaje es la dimensión literaria, algo de lo que yo carezco'. Alguien que le diga eso, imagínese usted si tiene dimensión literaria o no".

ROAD MOVIE CREPUSCULAR

Miguel Ángel Rodríguez es, aunque no quiera reconocerlo, leyenda. Un hombre empeñado -en parte por cuestiones económicas, en parte por un amor sincero y contagioso por el cine- en llevar el cine de verano a ciudades grandes como Sevilla pero, sobre todo, a pueblos recónditos (véase Lucainena de las Torres, con menos de 600 habitantes) en los que ver cine en pantalla verdaderamente grande es todo un acontecimiento.

En este documental observacional de extraña capacidad hipnótica (debe ser por todo ese ruido de proyectores), Apellaniz sigue a Rodríguez en ese último verano antes del apagón analógico que iba a ser el 2013 pero llegó en el 2014. Le vemos hacer de todo: es jefe, auxiliar y ayudante de producción de su propio negocio. Contesta llamadas profesionales al volante como una versión castiza del Tom Hardy de 'Locke', consulta a jóvenes amigos proyeccionistas sobre el tránsito a la maquinaria digital y sufre el inesperado acoso de dos juzgados. Es una especie de 'road movie' crepuscular pero, pese a todo, abierta al futuro.

35 MILÍMETROS VERSUS DIGITAL

Apellaniz cierra su película con imágenes elegíacas de los lugares donde descansan los proyectores de vieja escuela. Y, algo antes, observamos cómo, gracias a una plataforma mecánica, un proyector de 4K desplaza de la ventana de la cabina de la Sala Berlanga a uno de 35mm. Muy simbólico. Pero la directora advierte que nunca pretendió hacer una película melancólica: "Podría haber ido por ahí, lo fácil era ir en esa direción. Hacia 'Cinema Paradiso', que nunca he visto porque nunca me ha apetecido, nada más que eso".

Ella reconoce las virtudes del celuloide sobre el digital: "La densidad, la luz son otras… Lo que ves es otra cosa. Una buena proyección en 35mm es algo mágico. Eso es así". Pero tampoco quiere negar las ventajas que ha traído la nueva tecnología al oficio: "Yo soy chica y soy pequeña, o sea, poner una película en el proyector, en 35mm, me cuesta. Pesa 30 quilos con la bobina ya puesta. Con el digital todo es más cómodo, más sencillo". Ya no se requieren las mismas habilidades, eso por descontado. ¿Es un oficio que ya no pertenece tanto a los proyeccionistas al uso como a los informáticos?

MANTENER EL TIPO

"Eso es lo que ahora piden salas comerciales y festivales", afirma Miguel Ángel Rodríguez, tan estupendo en esta llamada telefónica como en las que atiende en la película. "El oficio de proyeccionista a la antigua está empezando a desaparecer". Tampoco se tiene ya tanto en cuenta a expertos en revelado analógico, ni transportistas ni almacenistas. 

En el caso de los proyeccionistas itinerantes, toca reinventarse o pasar por el aro y adquirir proyectores digitales que pueden costar una fortuna. "Para la proyección con Blu-ray no son tan, tan caros, y son los que nos llevamos a las proyecciones de quita y pon", nos explica Miguel Ángel.

De haber tirado nuestro héroe la toalla, gente de muchos pueblos se habría quedado sin cine en pantalla grande: "Nuestros programas de verano están encaminados a pueblecitos alejados de las capitales que pueden tener el cine más cercano a ciento y pico de kilómetros. Vamos a todos esos pueblecitos, pero no les ponemos la nueva de Guerín; quieren ver 'Ocho apellidos catalanes' o la última entrega de 'La guerra de las galaxias'".

Rodríguez no recuerda su vida sin cine, pero el romance con las películas se volvió serio desde que, teniendo 19 años, empezó a frecuentar un cineclub en Guadalajara. Luego ayudó una temporada en la Filmoteca Española, empezó a programar cineclubs universitarios… Y a principios de los 90 se puso en serio con los circuitos de cine de verano, que todavía no ha abandonado. "Al mismo tiempo, estoy peleando para organizar un circuito en barriadas de Madrid, pero va bastante despacio". La pasión continúa. 

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