Kraftwerk hace historia
El grupo reina en la segunda jornada del Sónar con un imaginativo espectáculo en 3D
Para celebrar su 20º aniversario, el Sónar ha querido recordar que la música electrónica no nació ayer, y que esas dos décadas de historial se hacen cortas comparadas con el longevo recorrido de los sonidos exploradores y sintetizados desde mediados del siglo XX. Como muestra, los más de 40 años de vida del grupo fetiche del ramo electrónico: Kraftwerk. La formación de Düsseldorf dio anoche a su menú de grandes éxitos un revulsivo audiovisual con un show en 3D del que se pudo disfrutar en Fira Gran Via, utilizando gafas especiales para proyecciones tridimensionales.
Kraftwerk, con Ralf Hütter convertido en único miembro original en activo tras la marcha de Florian Schneider en el 2008, ofreció anoche un espectáculo con una base musical muy parecida a la de visitas anteriores: una veintena de hitos electrónicos de cabecera, iconos del género, en recreaciones de matemática fidelidad dada su base programada. La innovación la trajo el aparato audiovisual; esas proyecciones en tres dimensiones que se impusieron al público (multitudinario) en la primera canción, The robots, donde criaturas artificiales movían sus extremidades con inquietante proximidad. Luego, la eficacia del 3D fue variable. No se apreció tanto en las imágenes de corte abstracto, y volvió a impactar en los recursos plásticos más identificables: el tren de Trans-Europe express, que parecía disponerse a atropellar a la audiencia como en aquella película pionera de los hermanos Lumière.
Fueron cayendo todas las piezas esperadas: Computer world, The man machine, The model... Un Autobahn con imágenes de autopistas y culto a la velocidad, todo muy retrofuturista, y un Radioactivity que sigue ampliando su vocabulario: si en otros tiempos la canción, grabada en 1976, incorporó citas a las centrales nucleares accidentadas de Harrisburg y Chernobil, anoche incluyó una mención a Fukushima. El setlist, generoso, incorporó piezas menos obvias, como Vitamin, y no pasó por alto Tour de France.
Unas horas antes, en el Sónar de Día, el británico Jamie Lidell disfrutó de sus minutos de oro con un set de formas austeras, apuntalado en un único cómplice a cargo del material electrónico, pero intenso y misterioso: una expresiva voz soul asentada en ritmos rotos, fundiendo ciencia y baile. Sacó partido del material de su homónimo nuevo disco (muestras sensuales como What a shame) y miró hacia atrás en rescates de piezas más abruptas, como When I come back around.
RUIDO EXQUISITO
En el Sonar Hall, sensaciones extremas como Diamond Version, cuyo minucioso terrorismo sonoro ya dejó un rastro de rostros desencajados en el Sónar del 2012. Los alemanes Alva Noto, cómplice de Ryuichi Sakamoto (entre otros), y Byetone presumieron de su primer disco: polución electrónica de contornos quirúrgicos, con ritmos ocasionalmente gruesos, dignos de la electronic body music, y un perverso detallismo minimalista.
Sí, la electrónica sirve para muchas cosas: también para dialogar con formatos clásicos o de cámara y producir sigilosas estampas de emoción contenida. Como con Ólafur Arnalds, islandés cazado en Sónar Reykjavik, autor del sutil For now I am winter. Beats con rostro humano.
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