CRÍTICA

Julian Barnes, a tumba abierta

El escritor nos habla del duelo por la muerte de su mujer, Pat Kavanagh

SERGI SÁNCHEZ

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La lectura de las dos primeras secciones de Niveles de vida Niveles de vidaes muy desconcertante. Sabes que la clave está en la frase que abre el libro (Juntas dos cosas que no se habían juntado antes. Y el mundo cambia) pero nada te prepara para que el tercer acto densifique la ligereza de los dos anteriores. Lo que parece un juego estrictamente literario se convierte en una confesión a tumba abierta que se despliega con una serenidad doliente, triste y majestuosa, y que nunca cae en el amarillismo emocional ni en el victimismo lacrimógeno.

Julian Barnes, que lleva toda su carrera poniendo contra las cuerdas a los géneros literarios (desde El loro de Flaubert hasta Una historia del mundo en diez capítulos y medio, pasando por Nada que perder, sus excursiones a la ficción ensayística o al ensayo ficcionado son legión), empieza su breve, condensado libro con una crónica de la prehistoria de los globos aerostáticos. Es un repaso didáctico a las aventuras, riesgos e ideas marcianas de estos pioneros, aunque el lector que, como este crítico, no tenga mucho interés en esas naves que imaginamos como recién salidas de una película de Karel Zeman, probablemente se perderá en sus digresiones enciclopedistas.

En la segunda parte el plano se cierra, y uno de esos viajeros impenitentes, el coronel Fred Burnaby, se transforma en el centro del relato junto a la actriz Sarah Bernhardt. He aquí una ficción histórica, no basada en hechos sino en personajes reales, modelos exultantes del análisis que Barnes hace de una historia de amor no correspondida.

Bajo los parámetros del melodrama decimonónico, el escritor británico escoge a los dos supervivientes de los tres aventureros que protagonizan la primera página del libro para hablar de qué ocurre cuando dos cuerpos, o dos corazones indomables, colisionan como bolas de billar sobre un lustroso tapete. La separación es entonces pura cuestión de geometría, y siempre hay agujeros negros dispuestos a tragar. Pero ¿qué ocurre cuando esas bolas de billar se imantan, se compenetran, conviven y son bruscamente separadas por la enfermedad y la muerte?

LA MUERTE DE SU MUJER

«Una muerte puede explicarse a sí misma, pero no arroja luz sobre otra». La cita de E.M. Foster gravita sobre esta reflexión extraordinaria, de una sinceridad escalofriante, en la que Barnes nos habla del duelo por la pérdida de su mujer, la agente literaria Pat Kavanagh, hace seis años. Es un ensayo en forma de monólogo interior, que amplifica las resonancias de las dos primeras historias, absorbiendo frases y referencias explícitas, otorgando un sentido unitario a lo que parecía un lúdico ejercicio de estilo.

A veces da la impresión de que Barnes escribió los dos segmentos que acompañan esta pequeña obra maestra como una forma de pudor, para compensar la sinceridad de un diario íntimo vestido de luto. Otras parece un milagro que la fusión de esos dos textos dé como resultado una meditación tan descarnada, y a la vez tan precisa, de los rigores de la soledad no elegida, de la implacable sustitución del amor por el dolor. «¿Qué esperas, qué buscas? El momento en que la vida retorne de la ópera a la ficción realista?». ¿Qué decir, pues, ante tal ataque de lucidez? Mejor callarse y quitarse el sombrero.

FICHA: NIVELES DE VIDA. Julian Barnes. Traducción de Jaime Zulaika. 143 págs. 14,90 €