ÓPERA

Bieito carga contra los fanatismos en 'La juive'

La juive

La juive / periodico

CÉSAR LÓPEZ ROSELL / MÚNICH

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La denuncia del fanatismo religioso y político que sacude la sociedad de nuestro tiempo domina el montaje de 'La juive' (La judía) que Calixto Bieito estrenó el domingo en la Opera de Múnich. La lectura de la ópera de Fromental Hálevy, dirigida desde el podio por el que fuera titular de la orquesta del Liceu Bertrand de Billy, sacudió al público de esta 'première' del Festival de Julio del teatro bávaro. La intensidad dramática, la belleza melódica y la espectacularidad vocal de la producción conmovió a una sala que aplaudió durante más de 10 minutos a los protagonistas de la puesta en escena, algo muy relevante después de la apoteósica 'Tosca' del día anterior con Jonas Kauffman, Anya Harters y Bryn Terfel.

Un gran muro, que se mueve en función de la acción del relato, preside la escenografía. Con este artilugio escénico Bieto centra su mirada en las barreras construidas en los siglos XX y XXI para separar a los pueblos. Desde el Muro de Berlín a los de Israel, pasando por los levantados para detener el paso de los inmigrantes y refugiados en Hungría, las paredes se han convertido en un instrumento del fanatismo y la xenofobia. El director ambienta esta historia de intolerancia religiosa y social de la Suiza del siglo XV en la década de los 70.

CASTIGO Y VENGANZA

La trama relata la historia del órfebre judío Eleazar, cuya hija Rachel se enamora del príncipe cristiano Leopold, casado con la princesa Eudoxie en unos años en que las relaciones entre los integrantes de las dos diferentes comunidades eran castigadas con la pena de muerte (en el caso de los judíos) y la excomunión (los católicos). Por imperativo del cardenal Brogni, antiguo enemigo de Eleazar, los amantes son condenados y el judío, que ha ocultado al religioso el secreto de que su desaparecida hija es en realidad Rachel, acabará consumando venganza contra el inquisidor dejando que ella muera en las llamas.

Bieito ha convertido la 'grand ópera' original, con un gran trabajo de síntesis musical del pulcro y refinado De Billy, en un réquiem. La liturgia de la misa está representada en los movimientos de masas, desde la introducción inicial de las celebraciones religiosas hasta otros momentos de agitación de la turba. Es un réquiem contra la intolerancia y también una pasión, con los elementos de bautismo, castigo y muerte. La escena en la que Rachel está envuelta en llamas dentro de una jaula y Eleazar señala a Brogni que la hija que buscaba está en el fuego es de enorme impacto. También la imagen de un verdugo con las manos manchadas de sangre que la antecede resulta muy ilustrativa, y lo propio hay que decir de los dúos de las dos jóvenes en la cárcel separadas por el muro.

ABUSOS INFANTILES

El montaje ha renunciado a la exposición de símbolos religiosos y a cualquier referencia al Holocausto. Hay un momento de desasosiego que se produce cuando la Rachel niña, después de unos juegos que reflejan la pureza infantil, está sentada en la falda de un cura del colegio sufriendo aparentes tocamientos. Esos recuerdos la perseguirán toda la vida, como sucede con los recientemente implicados por estos episodios. Al innegable éxito de la propuesta han contribuido Roberto Alagna (Eleazar), brillante en el aria dedicada a la protagonista y en sus otras apariciones, y una gran Aleksandra Kurzak, convertida en un animal escénico en el papel de Rachel. John Osborn (Leopoldo), la espectacular Vera-Lottr Böcker (Eudoxia) y la orquesta y coros estuvieron a la altura de este exigente reto.