Juan Villoro: «No hay nada más extraño que la realidad»

El escritor mexicano Juan Villoro, ayer en Barcelona.

El escritor mexicano Juan Villoro, ayer en Barcelona.

ELENA HEVIA/ BARCELONA

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De su ingente trayectoria como periodista, el escritor mexicano Juan Villoro (México D.F., 1956 ) ha seleccionado 100 piezas breves y muy literarias, algunas de ellas publicadas en este diario, que dan cuenta de las últimas mutaciones de la cotidianidad. '¿Hay vida en la Tierra?''(Anagrama) es un extravagante catálogo en el que caben la heroicidad de pedir un capuchino, el dolor del exilio, la revelación de la dignidad de los vencidos, la ambivalencia de una frase seductora...

-Lo díficil para un libro como éste es haber encontrado un título que resumiera la ironía y la ambición de sus intenciones.

-Cuando era niño estábamos obsesionados con los marcianos. Había incluso una canción, 'Los marcianos llegaron ya y llegaron bailando el ricachá'. Pero de aquel deseo de encontrar vida en el espacio exterior hemos pasado, volcados en los ordenadores y en las pantallas, a un mundo espectral y virtual que nos aleja de la vida cotidiana.

-Es eso, ¿nuestra vida de cada día  se ha convertido en una rareza?

 

-John Lennon decía que la vida es lo que nos sucede mientras estamos haciendo otras cosas y esto se ha vuelto cada vez más verdadero. Me impresionó mucho haber visto en Corea del Sur a unos muchachos, aislados sociales gracias a internet, que estaban siendo reeducados con unos monitores en un campamento. Allí se dedicaban, por ejemplo, a untarle mermelada a una hogaza de pan o a atarse los cordones de los zapatos.

-En cierta manera su mirada frente a esas 100 pequeñas realidades es la de un marciano. ¿Se identifica?

-La vida cotidiana puede ser asombrosa. Uno de los ejercicios más difíciles para un cronista es describir con ojos nuevos la calle donde vive. Recuperar el asombro, como si fueras un marciano, es una lección. Kafka dice: «Me encantaría ser un chino que vuelve a casa». Es una frase maravillosa que mezcla lo extraño y lo ordinario y solo tiene sentido en Praga, donde vivía Kafka. Para un chino, la frase sería: «Me gustaría ser un praguense que vuelve a casa».

-Ese sentimiento de extrañeza ¿tiene que ver con la edad? Amis dice que el mundo se convierte en un lugar extraño a partir de los 50. 

-Es verdad que a partir de los 50 empiezas a vivir en un mundo que parcialmente te es ajeno. Hay tecnologías y costumbres a las que no siempre te incorporas. Pero no quisiera escribir desde la nostalgia o la amargura del mundo perdido, pensando que cualquier tiempo fue mejor. Hay aquí malentendidos míos, pero también frases de mi hija y de gente joven que encuentra el mundo bastante extraño.

-Describe el género de estos artículos como periodismo de tentación. 

-Hay un periodismo de necesidad, con temas como el ébola, las tarjetas opacas de Caja Madrid y la posible consulta o no de la sociedad catalana. Pero luego hay otro periodismo que nos atrapa sin que estemos previamente interesados. Esos textos surgen lateralmente de mi labor como periodista a lo largo de 16 años. De pronto surge la posibilidad de contar una historia de lo real, algo que prácticamente puedes considerar un cuento.

-Es lo que Juan José Millás llama articuentos. 

-Sí él los hace muy bien. Pero también destacaron Josep Pla, Gómez de la Serna y Álvaro Cunqueiro. Hay una buena tradición en España. Es un intento de jugar a descubrir historias que la realidad te está proponiendo, porque la realidad -y esto es un error- nos parece absolutamente normal. Y no hay nada más extraño que la realidad.

-¿Se puede decir que el libro es también una autobiografía sesgada?

 

-Sí, y un retablo de costumbres y un retrato de grupo.

-En especial porque su sentido del humor, tan característico, se aprecia más aquí que en sus novelas.

 

-Es que lo que cuento aquí está más cerca de mis irritaciones personales. La ironía te ayuda a hacer una reconciliación crítica con la realidad adversa. Si algo te molesta y lo ves con ironía es mucho más fácil de sobrellevar.