Joaquín Sabina: «Lo paso peor que los toreros»

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JUAN FERNÁNDEZ / MADRID

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Este lunes, a las 21 horas, en el Palau Sant Jordi se ventilarán dos noticias. Una lleva varios meses anunciada: Joaquín Sabina ofrecerá el primero de los dos recitales que tiene comprometidos en Barcelona (el martes dará el segundo) y cerrará así la gira 500 días para una crisis La otra, de naturaleza personal, casi médica, consistirá en comprobar cómo se encuentra. El ataque de pánico escénico que sufrió en su primer concierto madrileño y su soberbia actuación posterior añaden al interés del show, el morbo de saber si las dudas del otro día fueron fruto de una mala noche, que la tiene cualquiera, o el temblor de piernas ha llegado a Sabina para quedarse.

Una semana antes de sufrir su Pastora Soler -así llamó al golpe de miedo que sintió bajo los focos-, el músico reconocía a EL PERIÓDICO: «Si estuviera en el comienzo de la gira, andaría con ataques de pánico casi diarios, pero me tranquiliza saber que el concierto viene rodado de América. De todos modos, en el momento del paseíllo lo paso peor que los toreros».

Contra los que han alzado las cejas sorprendidos al ver titubeando a un artista tan veterano como él, Sabina advierte: «Este sentimiento aumenta con el tiempo, cada vez lo paso peor, porque estoy más agradecido a los años que me ha aguantado la gente. Esa complicidad merece una digna respuesta en el escenario y no siempre sé si estaré a la altura de darla».

La debilidad mostrada en pleno directo ha concentrado las miradas sobre el perfil más humano y menos divo del artista, y este gesto, más que disculpado, ha sido celebrado por su público más fiel, a la vista de la avalancha de mensajes de apoyo que le han hecho llegar.

Sabina los agradeció en su segundo recital madrileño, donde se permitió bromear con la fantasía de haber asistido a su «entierro en vida», en alusión a los que le dieron casi por muerto, pero el músico confiesa no andar pendiente del qué dirán. «Tengo la suerte de vivir muy aislado de ciertas informaciones. No tengo teléfono móvil, ni internet, ni nada parecido. Soy un absoluto analfabeto digital. Eso me mantiene alejado de ese pandemónium de las redes sociales y del clima que se genera alrededor de mí y de mis conciertos», revela.

Su precipitada salida del escenario el pasado día 13 hizo saltar las alarmas entre sus fans. ¿Le afectaría personalmente la espantada? ¿Se plantearía cancelar los shows que tenía apalabrados? El gran concierto que ofreció tres días más tarde en el mismo lugar borró de un plumazo todos los temores, pero para quienes alberguen dudas, el músico aclara: «Yo no vivo con el artista, no tengo nada que ver con Sabina, ese solo existe en el escenario, pero desaparece en cuanto me quito el bombín. Durante el concierto siento una cosa muy rara, pero sólo dura dos horas. Después vuelvo a casa y todo sigue igual».

Los viejos tiempos

En esas redes sociales a las que Sabina jura no asomarse, ha dado mucho juego la coincidencia de su pinchazo anímico con una gira que celebraba los 15 años de la publicación del disco 19 días y 500 noches, datado en una época en la que el artista vivía de una forma muy diferente a como vive ahora y frecuentaba costumbres que ahora forman parte de su pasado.

Con la misma sinceridad con la que hace ocho días renunció a cantar dos bises porque dijo sentirse mal, el autor revela detalles, hábitos y horarios relacionados con la factura de las canciones de aquel disco, motivo de esta gira. Eran otros tiempos y otro Sabina: «Fue la última vez que trabajé tres noches seguidas sin dormir, como entonces solía hacer, absolutamente concentrado, metido de cabeza, arruinando mi salud. El álbum nació entre mi casa y un bar que hay cerca, cuyo nombre no diré, donde me abrían la puerta a las cuatro de la madrugada, me guardaban un reservadito y me aguantaban hasta que amanecía. Allí me conocían bien y no me molestaban, sabían que me gustaba estar rodeado de gente, pero solo», recuerda.

El resultado de aquel intenso proceso creativo fue un álbum que él mismo define como su mi mejor colección de canciones. En el resultado final, dice, influyó también su diferente forma de trabajar en el estudio. Puestos a ser intensos, había que serlo hasta el final. «Decidí pedirle a los técnicos que no me maquillaran la voz y por primera vez pude grabar con mi voz ronca y afónica, que es más real», cuenta.

La historia de una canción

No es el trovador de Úbeda de los que se apunten a mirar hacia atrás con ira. No, al menos, al recordar aquel nudo crucial de su carrera y su vida. «Como decía Gil de Biedma, ese fue el último verano de mi juventud. De hecho, después lo pagué. Me dio un ictus, me echaron de los bares, dejé ciertas sustancias no recomendables para la juventud y cumplí 50. Ese año me ocurrieron muchas cosas. También me dejó una tal y me enamoré de otra tal, mi vida cambió», rememora.

El tema que daba título al álbum, y que ahora canta al principio del recital, también tiene su historia particular. «Mis canciones siempre arrancan de un verso. En el caso de 19 días y 500 noches es uno que suele pasar desapercibido, pero que es el más cruel de la canción: No pido perdón, para qué, si me va a perdonar porque ya no le importa. Acababan de dejarme y me dije: ¡tendré que vengarme de ella de alguna manera, tendré que hacerle una canción que la persiga toda la vida! Y así surgió el tema. Ahora, la hija de puta anda diciendo por ahí que le hice una canción muy bonita. ¿No te jode?», cuenta entre risas.

Otra lectura del disco

Sabina no había vuelto a escuchar este disco hasta que un amigo argentino se empeñó en ponerlo en su casa hace unos meses. «Empecé a oír las canciones con mucho recelo, pero luego me fui reconciliando con su sonido. Me pareció que el tiempo no había pasado con demasiada crueldad por ellas y pensé que podían ser revisitadas de un modo más contemporáneo. Sobre todo, vi que teníamos un pretexto cojonudo para irnos de gira», relata. Acababa de nacer la turné que escribirá su punto y final el lunes en Barcelona.

Al día siguiente se pondrá en marcha el contador del tiempo que falta para la publicación de su próximo disco. No hay fecha señalada en el calendario, porque no es dado a trabajar a punta de almanaque, pero sus fans pueden ir frotándose las manos: «En el 2015, con toda probabilidad, sacaré un álbum de canciones nuevas», anuncia.

El proceso será el mismo de sus últimos trabajos. «Tengo un baúl que voy llenando de notas. A veces son papeles que apunto en casa, a veces servilletas que escribo por ahí. Cuando el cuerpo me pide hacer un disco, nunca cuando me lo exige una discográfica, miro qué tengo hecho y si me gusta, lo pongo en marcha. Y resulta que ya he reunido unas cuantas canciones que me suenan bien», adelanta.

Algunos de esos temas hablarán de la crisis -«¿cómo no, si está ahí?», se pregunta-, pero aún es pronto para saber si en el nuevo álbum encontraremos alusiones a su ataque de pánico del otro día. A estas horas, lo único cierto es lo que pasará por su cabeza esta noche: «Cinco minutos antes de salir al escenario, aún hoy me sigo preguntando por qué me dedico a esto en vez de ser un honrado recaudador de impuestos, que viven tan tranquilitos».