CRÓNICA

Jan Lisiecki, un nuevo fenómeno del piano

El talento canadiense, de 20 años, conquista el Palau con un exigente programa con obras de Bach, Paderewski, Mendelssohn y Chopin

El pianista Jan Lisiecki

El pianista Jan Lisiecki / periodico

CÉSAR LÓPEZ ROSELL / BARCELONA

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¿De niño prodigio a prodigioso? Jan Lisiecki (Calgary, 1995) demostró en su debut en el Palau que, a sus 20 años, tiene gloriosas páginas por escribir. Técnicamente superdotado, este pianista canadiense de padres polacos y con aire de adolescente acreditó que no solo es una de las voces en el instrumento a tener en cuenta en los próximos años, en un momento de grandes apariciones como la del sublime ruso Trifonov, sino que la suya tiene una marcada personalidad propia.

Lisiecki debutó, la noche del martes, en Barcelona, y en agosto lo hará en el Festival de Torroella, con un programa muy exigente con piezas de Bach versionadas por Ferruccio Busoni y la 'Partita número 2' del genio del barroco, obras de Paderewski, el 'Rondo capriccioso' de Mendelssohn y nada menos que la integral de los '12 estudios' de Chopin, recientemente grabados en Deutsche Grammophon. El artista exhibió con ellos su singular destreza en la digitación que ha ido forjando en una carrera que empezó a los 9 años tocando como solista de orquestas.

Quizás no le hacía falta ser tan ambicioso en su idea de mostrar una progresión que ya ha paseado por las mejores salas del planeta y junto a grandes orquestas, pero el imberbe talento lejos de sentirse presionado por el reto mostró una madurez poco común a su edad y una energía, frescura, fantasía y espíritu lúdico que conquistaron a una entregada sala hasta el punto de tener que ofrecer como propina un cautivador 'Nocturno' de Chopin.

Elegante y minucioso, y sin perder el tiempo en salidas y entradas, Lisiecki despachó el programa con una asombrosa naturalidad, no exenta en Bach de una innecesaria aceleración. Nunca dio la impresión de estar recitando un aprendido discurso musical, sino que siempre mostró la intención de ofrecer una voz personal en la interpretación de las obras, sobre todo en la serie de Chopin. Fenómeno a la vista.