NOVEDAD EDITORIAL

James Rhodes: sexo, cuchillas y Johann Sebastian Bach

James Rhodes, en Barcelona

James Rhodes, en Barcelona / periodico

RAFAEL TAPOUNET / BARCELONA

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

La historia de James Rhodes (Londres, 1975) debe ser contada desde el principio, por muy crudo que resulte. Y el principio es que James Rhodes fue violado por un profesor de gimnasia cuando solo tenía seis años y que los abusos se sucedieron con dolorosa frecuencia durante los cinco años siguientes. No es fácil construir una vida a partir de unos cimientos como esos.

 “Si comparásemos la vida con correr un maratón, los abusos sexuales en la infancia tendrían el efecto de quitarte una de las piernas y cargarte con una mochila llena de ladrillos en la línea de salida”, escribió Rhodes en un artículo publicado en el ‘Daily Telegraph’ en el 2012. El suyo ha sido un maratón lleno de episodios escalofriantes: ha sufrido todo tipo de trastornos físicos y mentales, ha sido adicto al alcohol, al sexo y a las autolesiones con cuchillas de afeitar, ha protagonizado cinco intentos de suicidio, ha sido internado a la fuerza en un hospital psiquiátrico, se ha arruinado, ha visto hundirse su matrimonio y ha perdido la custodia de su hijo. Y ha trabajado en la City de Londres, lo que puede ser considerado otro tipo de experiencia traumática. De manera bastante asombrosa, Rhodes también ha conseguido forjarse una notable carrera como concertista de piano y divulgador televisivo y, a sus 40 años, no solo está vivo, sino que es un hombre razonablemente feliz.

UN PLEITO DOLOROSO

De todo ello habla con franqueza desarmante en un libro autobiográfico, ‘Instrumental. Memorias de música, medicina y locura’, que <strong>Blackie Books</strong> acaba de publicar en castellano y que estuvo a punto de no ver la luz a causa de un pleito judicial. Una copia del manuscrito llegó a manos de la exmujer de Rhodes –a la que el pianista trata en el libro con un tacto exquisito- y su reacción fue movilizar a un equipo de abogados para intentar impedir la publicación, alegando que las escabrosas confesiones allí contenidas podían causar un daño psicológico irreparable al hijo de ambos. Tras un primer fallo judicial favorable al autor y a la editorial, el tribunal de apelación dio la razón a la demandante.

 “Eso me dejó hecho polvo –explica Rhodes mientras da sorbos a un café con leche en la terraza de un céntrico hotel barcelonés-. El hombre que me violó me advirtió una y otra vez de que si se me ocurría explicar lo que pasaba me iban a suceder cosas terribles. Y yo guardé silencio durante 30 años. Ahora unos jueces me decían exactamente lo mismo, que no tenía derecho a hablar de lo que me había ocurrido. Si lo piensas, es algo aterrador. Durante la vista, un abogado llegó a comparar mi caso con el de un hombre que había infectado deliberadamente a su esposa con el VIH. De locos”.

Rhodes gastó una fortuna –“estuve a punto de perder mi casa”- para costear el amargo proceso legal, en el que contó con el apoyo militante de sus amigos más próximos, entre los que figuran celebridades como los actores Stephen Fry y<strong> Benedict Cumberbacht</strong>. Finalmente, el Tribunal Supremo autorizó la publicación de ‘Instrumental’. “Una persona que ha sufrido del modo en que el apelante ha sufrido y que ha luchado para hacer frente a las consecuencias de su sufrimiento de la forma en que él ha luchado tiene derecho a hablarle al mundo sobre todo ello”, rezaba la sentencia.

CARTAS DE AGRADECIMIENTO

El pianista insiste en que no afrontó la escritura el libro como una terapia, ni mucho menos como un ejercicio de exhibicionismo, sino que le movió el deseo sincero de ayudar a otras personas. “Habría sido más fácil para mí no describir según qué escenas, no dar detalles de sucesos que aún hoy me destroza rememorar –explica-. Cuando voy en metro y me parece que alguien me reconoce, pienso que esa persona probablemente sabe más cosas de mi vida privada que de la vida de algunos de sus parientes o de sus compañeros de trabajo, y eso me incomoda. Pero es un precio muy pequeño al lado de los miles de mensajes de agradecimiento que recibo, de gente que se reconoce en mi experiencia o que, gracias a la lectura del libro, entienden mejor cómo se sienten personas de su entorno que han pasado por algo similar”. Y se emociona al recordar la vez en que una mujer a la que no conocía de nada le paró por la calle y, sin decirle una palabra, le dio un abrazo y empezó a llorar. “¡Dios, ese fue un momento increíble!”.

‘Instrumental’ también es, a su manera, una carta de agradecimiento. A Johann Sebastian Bach. A Beethoven, a Chopin, a Schubert, a Brahms, a Ravel, a Mozart, a Rachmáninov, a Prokófiev, a Liszt, a Scriabin y a tantos otros compositores clásicos. Al poder curativo de la música. “Si no hubiera conocido a Bach, yo estaría muerto”, asegura. El encuentro se produjo cuando Rhodes tenía siete años y, como consecuencia de los abusos sexuales que venía sufriendo, se había convertido en “un psicópata en miniatura”. El mejor refugio (el único) que pudo hallar frente a todo el dolor fue una casete con una grabación en vivo de la versión para piano que Ferruccio Busoni hizo del segundo movimiento de la segunda partita para violín de Bach, la ‘Chacona’. Aquel descubrimiento, insiste, le salvó la vida y determinó su vocación. Aún hoy es la pieza musical favorita de Rhodes, que se abre la chaqueta de motorista y muestra con orgullo una sudadera de color gris marengo con cuatro letras blancas bordadas: BACH.

MÚSICA CLÁSICA CON 'CONTENIDO EXPLÍCITO'

James Rhodes no es un concertista de piano al uso. No puede serlo alguien que abre su primer libro con la frase “la música clásica me la pone dura”. Desde sus inicios, la carrera de Rhodes ha sido una cruzada contra los rígidos convencionalismos de una escena que sigue aferrada a los códigos de los años 30. “No dejes que unos pocos imbéciles vetustos y endogámicos impongan cómo debe presentarse esta música inmortal, increíblemente maravillosa”, escribe en ‘Instrumental’.

Él sigue su propio consejo. En sus discos, huye de las apolilladas portadas de toda la vida –“¡ya está bien de acuarelas francesas y de tipos con frac!”- y elige imágenes más propias del universo rock. En sus conciertos viste como el integrante de un grupo de pop independiente, con camisetas, vaqueros y zapatillas deportivas (y el nombre de Rachmáninov en cirílico tatuado en su antebrazo izquierdo), y entre pieza y pieza va soltando parrafadas llenas de palabras malsonantes (su disco en directo ‘Jimmy’ es la primera gragación de música clásica en la que aparece la pegatina ‘Advertencia para padres: contenido explícito’) sobre las obras que interpreta o sobre las vidas de los compositores, a los que presenta como una mezcla de superhombres y de tarados sin remedio (en la Konzerthaus de Viena llegó a comparar el aspecto físico de Schubert con el del futbolista francés Franck Ribéry) .

“En el fondo eran seres profundamente humanos que utilizaban la creación musical para lidiar con su locura. Algunos eran gente espantosa. Chopin, por ejemplo, era un racista, un trepa, un hombre horrible. Que alguien así pueda dejar un legado tan maravilloso y duradero es algo extraordinario”.