CRÓNICA TEATRAL

'Ivanov' y los gatos chinos de la suerte

Àlex Rigola le da en el Lliure una buena sacudida a la obra de Chéjov en la que destaca un soberbio Joan Carreras

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JOSÉ CARLOS SORRIBES

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Constantes son las miradas contemporáneas a Anton Chéjov, como ocurre con Shakespeare, por parte de los directores escénicos de primera línea. Lo hace ahora en el Lliure de Montjuïc alguien con tanto recorrido como Àlex Rigola, que debuta con el dramaturgo y prosista ruso montando una de sus obras primerizas y menos conocidas, 'Ivanov'. En ella ya está el poso que definirá toda su trayectoria escénica: la agonía existencial en un mundo en fase terminal y la melancolía de sus personajes. En el caso del protagonista, Ivanov, llevado al extremo.

Es un pequeño hacendado rural arruinado y endeudado, y con una mujer gravemente enferma a la que no solo no ama (se casó con ella por la dote), sino que renuncia incluso a pagar un tratamiento para su dolencia. Un alma en pena, en definitiva, que no encuentra sentido a su vida. Como un sonámbulo, va dando tumbos, pero aun así es capaz de enamorar a la hija de un amigo. Mala decisión la de ella. Ivanov va por libre y no atiende razones. Por ejemplo, las que le plantea el doctor Lvov, cuya honestidad no encuentra un receptor adecuado.

ROPA Y NOMBRES PROPIOS

Rigola le ha dado, nada imprevisto por otra parte, una buena sacudida a 'Ivanov', en la dirección de eliminar la mayor teatralidad posible en una función ágil y de atractiva puesta en escena. Las transgresiones empiezan con que los actores visten su propia ropa, es decir no hay diseño de vestuario, y se llaman en escena por su nombre. No son Ivanov, Lvov o Lebedev, sino Joan Carreras, Nao Albet o Andreu Benito. Ideas resultonas para ganar naturalidad en el trabajo interpretativo, pero de beneficio algo menor. Actuar, actúan, cómo no, y con solvencia incuestionable.

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La propuesta quiere ir a la esencia de 'Ivanov' y de Chéjov. Algo parecido a lo que planteó, por ejemplo, la película de Louis Malle 'Vania en la Calle 42' (con esa sensación de asistir a un ensayo general) o como también hizo el argentino Daniel Veronese en sus aplaudidas versiones. Rigola busca el distanciamiento, no de la emoción, pero sí del exceso teatral. No obstante, lo riega con simbolismos muy particulares que ahondan el tono de comedia que pueda tener 'Ivanov'. Si en el original los personajes matan el tiempo con partidas de cartas, aquí juegan a fútbol (ya desde el calentamiento cuando el público se acomoda), Pau Roca ensaya golpes de golf o Benito hace alarde de su contagiosa habilidad con un yo-yó. De lo más divertido.

En el escenario también se ‘plantan’ numerosos gatos chinos de la suerte, ese artilugio dorado de gusto infame con un brazo que sube y baja. Igual pueden aludir a la mala fortuna de Carreras/Ivanov o al tedio existencial con ese movimiento incesante y monótono. No faltan tampoco dos pantallas, en un escenario rectangular con el público a dos bandas, donde se proyecta vídeo en directo y el uso de micrófonos por los actores. Soluciones habituales en el teatro europeo contemporáneo y que no solapan el trabajo de nueve estupendos intérpretes. Carreras va en cabeza, soberbio en su abatimiento vital con destino trágico, junto a Albet, brillante en su doble faceta del doctor idealista y cantante en directo, guitarra en ristre, de piezas de Queen, Dylan o Johnny Cash. El resto se ve algo más diluído porque también lo están sus personajes en esta esquemática y osada versión (una más) de Rigola.