CITA CON UNO DE LOS GRANDES MAESTROS DEL SIGLO XIX

El Prado desnuda a Ingres

El museo madrileño celebra la primera retrospectiva del artista francés en España

Exposición de Ingres en el Prado

Exposición de Ingres en el Prado / periodico

NATÀLIA FARRÉ / MADRID

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Incansable en la búsqueda de la belleza ideal y de la perfección -suya es la frase “la pintura acabada debería ser tan fina como la piel de una cebolla”-. Virtuoso del dibujo, amante de la Antigüedad clásica y apasionado de Rafael. Tildado despectivamente de academicista por los románticos que lo oponían al trazo libre de su coetáneo Delacroix. Y admirado por los vanguardistas del siglo XX por la distorsión de sus formas y por la organización espacial de sus telas. Le respetaron Matisse, Dalí, Duchamp y muchos otros, pero sobre todo y por encima de todos Picasso, quien poco antes de morir, en 1973, afirmó: “Hay que pintar como Ingres”.

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Es Jean-Auguste Dominique Ingres (Montauban, 1780-París, 1867), uno de los artistas más  inclasificables y más influyentes del siglo XIX. Un artista injustamente encasillado en el neoclasicismo, y un artista que buscaba el reconocimiento como pintor de historia pero que acabó siendo elevado al altar de los más grandes por sus retratos, además de por sus desnudos. Ahora, el Museo del Prado lo presenta por primera vez en España en ‘Ingres’, una retrospectiva, patrocinada por la Fundación Axa, que trae obras tan icónicas como ‘La gran odalisca’, ‘El baño turco’, 'La señora Moitessier’ y ‘Napoleón I en el trono imperial’, por no mencionar ‘El sueño de Ossian’ o ‘Ruggiero libera a Angélica’.

“El hilo conductor de la muestra es el retrato. Un género que Ingres odiaba pero al que volvió toda su vida y con el que hizo obras maestras”, explica Vincent Pomarède, el comisario. Y la exposición es, también, un retrato del propio Ingres para resituar su mal entendida trayectoria. “Hay la voluntad de insistir en que no es un artista estático ni un académico frío, sino todo lo contrario; es un creador apasionado y original. De una manera u otra, abordó todos los temas de su época. Incluso rechazando el romanticismo, hay en él romanticismo, como hay realismo y evidentemente clasicismo, corriente a la que siempre se le ha asociado. No fue solo el maestro del neoclasicismo opuesto a Delacroix”, defiende Pomarède. Aunque la oposición entre el autor de ‘La libertad guiando al pueblo’ e Ingres es legendaria –se llamaban uno al otro “el apóstol de lo feo” y “cerebro defectuoso”- y fue total, real y eterna.

SENSUALIDAD Y ESCÁNDALO

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Los retratos mandan en la muestra pero los desnudos son los que más miradas atraen. Ahí están ‘La gran odalisca’ y ‘El baño turco’; la primera, una obra icónica que raramente sale del Louvre; y la segunda, una pieza hipersensual que en su momento fue juzgada de indecorosa y lasciva. La ejecutó a modo de testamento a los 82 años tras toda una vida dibujando desnudos. Y es un canto a la belleza del cuerpo femenino pero es también “un ejercicio de construcción y destrucción de la forma que marcó profundamente a los artistas posteriores”, sostiene el comisario.

‘La gran odalisca’ también rezuma sensualidad y también jugó al escándalo cuando fue presentada, pero no por su desnudez sino por la desproporción de su anatomía: la espalda es demasiado estilizada, pero Ingres lo hizo a consciencia, sacrificó la verosimilitud por el efecto y le añadió tres vértebras de más. Las conocidas como ‘vértebras Ingres’. Su color también fue criticado, pero fue escogido para conseguir un gran preciosismo.

Un refinamiento, el de Ingres, que no está presente en ninguna de las colecciones públicas de España. En el país solo hay un 'ingres' y está en manos, cómo no, de la Casa de Alba.